Musk en Washington, ¿a esperar caos?
Cuando Elon Musk compró Twitter en 2022, despidió a miles de empleados, dejó de pagar el alquiler y subastó cafeteras y sillas de oficina con la esperanza de lograr un gran cambio.
Elon Musk habla en un acto de investidura presidencial en nombre del presidente electo, Donald Trump, en Washington.
Washington, EU.- Cuando Elon Musk compró Twitter en 2022, despidió a miles de empleados, dejó de pagar el alquiler y subastó cafeteras y sillas de oficina con la esperanza de lograr un gran cambio.
Ahora, el hombre más rico del mundo ha llevado la misma estrategia de recortes y despidos al Gobierno federal de Estados Unidos, y algunas personas que experimentaron la llegada de Musk a Twitter tienen una advertencia: Es de esperar caos, recortes, motivados tanto por la ideología como por los costes, intimidación y muchas demandas.
Desde que asumió el liderazgo del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Musk ha consolidado el control sobre grandes franjas del gobierno con la bendición del presidente Donald Trump, ha marginado a funcionarios de carrera, ha obtenido acceso a bases de datos sensibles y ha invitado a un choque constitucional sobre los límites de la autoridad presidencial.
Emily Horne, que fue jefa de Comunicaciones Políticas de Twitter antes de unirse al gobierno de Biden, describe el modus operandi de Musk como: “Apoderarse de todo, purgar sin piedad a cualquiera que vea como oposición y destrozar el sistema para rehacerlo según su visión del mundo”.
No está claro si su impulso de cambios “extremadamente duros” en Twitter ha dado sus frutos. Los ingresos de la empresa, que ahora se llama X, se han desplomado, el número de usuarios ha disminuido e incluso el propio Musk ha expresado su frustración por el tiempo que está tardando en enderezar las finanzas de la compañía.
“No está funcionando”, dijo Ross Gerber, un accionista minoritario de X que ha reducido su participación a cero y espera que Musk fracase también en Washington. “El gobierno federal se lo va a comer y lo va a escupir”.
En algunos aspectos, X sigue siendo un éxito. La plataforma sigue atrayendo a cientos de millones de usuarios en todo el mundo y ha cimentado la influencia política de Musk. Pero es difícil saber exactamente cómo le va financieramente, porque la empresa es privada.
La misma semana en que los equipos de Musk en DOGE amenazaban con despedir a decenas de miles de trabajadores federales, los banqueros que le prestaron miles de millones de dólares para comprar Twitter se preparaban para las pérdidas e intentaban descargar los préstamos en otros. Al parecer, Musk ha perdido la esperanza de volver a atraer a anunciantes clave a la plataforma y ha demandado a algunos de ellos.
Abundan los ejemplos de líderes empresariales preocupados por el presupuesto que aportaron sus habilidades al trabajo gubernamental, pero Musk dejó claro —tanto en Twitter como en DOGE— que sus prioridades van más allá de la eficiencia y se centran en erradicar la agenda de medidas progresistas.