AMLO y el relajo del gabinete
Un joven con siete años de experiencia, pero amigo de su hijo, para dirigir el SAT; una secretaria de Economía con fama de ruda e inflexible para dialogar y negociar con Estados Unidos y con empresarios; una secretaria de Educación que desconoce los planes educativos y no sabe cómo se enseñarán las matemáticas a los niños; y un paisano tabasqueño antropólogo al frente del fracasado Insabi, son algunas de las estampas, recientes y antiguas, que han convertido al gabinete del presidente Andrés Manuel López Obrador en un grupo contradictorio, polémico y muy poco efectivo para enfrentar y resolver las problemáticas de los asuntos públicos.
Lleno de personajes leales y totalmente incondicionales al presidente, sin importar si tienen conocimientos o experiencia profesional para los cargos que ocupan, el equipo de trabajo de López Obrador ha sido uno de los más inestables y cambiantes de los últimos sexenios y ya es, con mucho, el que más renuncias reales ha tenido y el presidente al que más colaboradores cercanos le han renunciado de manera estridente y con rompimientos y cuestionamientos públicos a sus políticas y estilo de gobernar.
Aunque muchos piensan —incluso dentro de la 4T— que para la Presidencia imperial que ejerce López Obrador el gabinete y sus integrantes son "casi irrelevantes" porque la mayoría de las decisiones y asuntos los define y decide personalmente el tabasqueño, la realidad es que entre el equipo original que presentó al asumir el poder y el actual grupo de trabajo que lo acompaña en el cuarto año de gobierno, hay un cambio importante que se nota en la disminución de técnicos, especialistas y moderados, para dar paso a militantes de línea dura y con menos calidad y autoridad profesional para encabezar una secretaría o dependencia federal.
A fuerza de ningunear, desplazar, suplir y a veces hasta desautorizar públicamente a sus secretarios y colaboradores en la toma de decisiones relevantes de política pública, el presidente ha terminado por tener, más que un gabinete eficiente y efectivo, una especie de corte de complacientes secretarios que nunca discuten con él ni le dicen a nada que no y que prefieren incluso hacer de bufones o de cortesanos con tal de no contrariar ni molestar al monarca del Palacio o a su empoderada señora. Una corte en la que pueden y valen más los afectos, las amistades y las lealtades, que las capacidades y experiencias, y en la que la autocrítica o el disenso son casi inexistentes ante la Presidencia imperial.
Un buen ejemplo de cómo López Obrador ha banalizado y devaluado los nombramientos del gabinete, cuyos cargos utiliza más para premiar lealtades y favores políticos que para buscar a los mejores personajes para atender los problemas del país, es lo que ocurrió hace poco con el nombramiento del nuevo embajador de México en Canadá, el expriista y expanista, Carlos Joaquín González. Luego de que el exmandatario de Quintana Roo colaborara con el triunfo de la candidata de Morena y el PVEM, la actual gobernadora Mara Lezama, el presidente decidió que le daría una posición de gabinete y le anunció a Carlos Joaquín que, aprovechando su experiencia como subsecretario de Turismo con Peña Nieto, lo iba a designar nuevo secretario de Turismo, en sustitución de Miguel Torruco.
Pero ocurrió que la información de que su puesto ya había sido ofrecido al gobernador de Quintana Roo llegó, a principios de septiembre pasado, hasta los oídos de don Miguel y, de inmediato, el titular de Sectur pidió audiencia con el presidente. Cuando López Obrador lo recibió en su despacho, Torruco preguntó si era cierto que lo iba a remover del cargo y, ante la confirmación de su jefe, el consuegro del empresario Carlos Slim, comenzó a rogarle y a implorarle al presidente que "por favor" no le quitara su cargo, aduciendo que tenía "muchos planes y acciones pendientes" en favor del turismo de México.