Berthita
La llamaré así, aunque no es su verdadero nombre. Fue una de las jóvenes que conocí en el curso propedéutico hace algunos años.
Desde el principio noté en ella un entusiasmo que en momentos me parecía actuado, no genuino. Intervenía en la clase, a veces más de la cuenta, lo que me llevó a pensar que la verdadera intención era hacerse notar. Trataba de hacer bromas con frecuencia, las que en ocasiones no eran muy bien recibidas por sus compañeros. Poco más adelante, ya en la fiesta de bienvenida de la escuela, la vi bailando sola, queriendo proyectar una alegría que, cada vez más, me convencía de que todo aquello era un disfraz para ocultar una enorme tristeza interior.
Etiquetas
Iniciado el tetra, compartí con ellos, los alumnos de nuevo ingreso, la conferencia de liderazgo. En cierto punto, toqué el tema de las etiquetas que a veces llevamos, incluso sin darnos cuenta. Expliqué que en ocasiones nos ocurre algo parecido a lo que pasa con los elefantes en el circo, que desde el momento de nacer, les ponen el grillete en la pata, unido a una pequeña estaca en el piso. Por días enteros, el pequeño elefante trata de zafarse de la estaca, pero sin tener aún suficiente fuerza, sus intentos son inútiles, hasta que en su cerebro se graba el mensaje de que él nunca podrá librarse de aquella atadura. Y al crecer, tiene ahora una fuerza enorme, que con un solo tirón podría sacar la estaca, pero en su cerebro sigue grabada aquella etiqueta, y ya ni siquiera lo intenta, resignándose a vivir así, encadenado, limitado.
Así, les dije, tal vez por algún fracaso en la primaria o por burlas de los compañeros, se grabaron “etiquetas” en nuestro cerebro que todavía seguimos cargando. “Eres torpe”, “Eres tonto”, “No sirves para eso”, “Ni lo intentes, vas a fracasar”, etc. Y nos resignamos a vivir encadenados a esas etiquetas que nos limitan.
Al terminar la conferencia, Berthita se acercó a mí; me extrañó no ver su sonrisa estudiada que normalmente porta. Se le veía más bien triste. Me saludó, y luego, como dudando, me dijo: “Profe, usted habló de etiquetas, y yo siento que tengo muchas”. Y entonces se le quebró la voz y se le lloraron los ojos. “Así es” le dije. “Yo también siento que llevas muchas etiquetas, y eso no es bueno”. Iba a decirle algunas otras cosas, pero en ese momento otra alumna me habló y me distrajo. Cuando volteé, Berthita ya se había ido.
Así que ahora, a través de este mensaje, quisiera decirle a Berthita, a todas las Berthitas que caminan por la vida cargando etiquetas que las llenan de tristeza y las obligan a ponerse máscaras para aparentar que todo está bien, algunas palabras de corazón a corazón, con el único afán de tratar de aligerar su carga.
Berthita:
Primero que nada, quiero que sepas que te entiendo. Sé que desde niños, este mundo nos somete a procesos de competencia y comparación que pueden hacernos sentir que valemos menos si no “encajamos” con los supuestos estándares de belleza e inteligencia que la mercadotecnia y el sistema pretenden imponernos.
Pero ¿sabes? Esos estándares ficticios no son importantes, porque al final de cuentas, lo que te hará elevarte en la vida, lo que te ayudará a triunfar y ser feliz, serán las cualidades de tu mente, tu corazón y tu alma. Un niño de color, viendo a un vendedor que inflaba globos con gas y luego los soltaba para que se elevaran, le preguntó “Señor, ¿y si suelta un globo negro también se eleva?”. El hombre le respondió “Claro que sí hijo, porque lo que los hace elevarse no es su color, sino lo que llevan dentro”.
Trabaja en lo que llevas dentro y deja de darle importancia a las burlas o comentarios hirientes que a veces, cuando niños o jóvenes, pronunciamos sin tener conciencia del impacto que pueden tener en el corazón de un ser humano sensible como tú.
Trabaja en cultivar tu mente, en desarrollar conocimientos afines a tus intereses, que luego puedas aplicar de manera productiva para mejorar tu entorno.
Trabaja en cultivar los bellos sentimientos que yo sé que hay en tu interior, detrás de esa máscara con la que crees engañar a los demás. Deja que esos sentimientos afloren libremente y busca la manera de ayudar a otros que sufren como tú, o tal vez más.
La etapa de las comparaciones pasará, te lo aseguro, llegará el momento en que no necesitarás compararte con nadie más, salvo con tu propio potencial, y eso te ayudará a lograr ser excelente en cualquier tarea que emprendas.
Berthita, ante los ojos de Dios, eres tan hermosa como cualquiera otra de sus hijas, Él no hace distingos, porque con amor te creó, y con amor te observa, animándote en secreto a sacar el mayor partido de las herramientas que puso a tu alcance, tu cuerpo y tu mente entre ellas.
Así que levanta ese corazón, llénalo de entusiasmo, pero de un entusiasmo sincero, nacido de saber que tu valor es grande, y deja solamente esta etiqueta grabada en tu mente: “SOY UNA HIJA DE DIOS”. Que Dios te bendiga para que nunca olvides eso y para que logres entender que, con esa sola convicción en tu alma, podrás dejar una huella maravillosa de tu paso por este mundo, pues en este mundo, hacen falta más almas sensibles como tú.
Gracias por permitirme conocerte, y quedo como tu amigo, tu sincero servidor.