Dar hasta que duela
Iba en el auto sentada del lado del copiloto, aprovechando para escribir la columna que publiqué en este espacio acerca de la respiración. De pronto, en un semáforo, un mimo se acercó a mi ventana y comenzó a imitar mi movimiento de teclear en la computadora. Estaba tan concentrada escribiendo, que sólo lo vi de reojo; sin embargo, él seguía imitándome y, de hecho, lo hacía de forma muy divertida. Así que decidí ponerle atención: me hizo el gesto de respirar profundo por la nariz, subiendo sus manos a su rostro y bajándolas mientras exhalaba el aire con la boca abierta. Ahí me di cuenta de que leyó lo que estaba escribiendo. Definitivamente, se había ganado la propina. La pregunta era... ¿Cuánto?
En mis clases de Kabbalah, David, mi maestro, nos ha hablado del propósito del dinero y los beneficios de compartir. Nos ha dicho insistentemente que entre más das, más cosas que no se pueden comprar con dinero recibes como salud, amor, protección para los hijos, inspiración y muchas cosas más. La clave está en que, si compartes y "no te duele", si bien conservas tus bendiciones, el impacto de lo que obtendrás a cambio es limitado porque entre más "te duela dar", más luz recibes.
Por esta razón, desde hace tiempo hice un compromiso conmigo de que cuando me pidan dinero en la calle, daré, especialmente si son niños o adultos mayores. El mimo era una persona de aproximadamente 30 años, no entraba dentro de este criterio; sin embargo, tengo claro que "entre más das más recibes". Tomé mi cartera y comencé a buscar un billete de $100 o $200 pesos, pero resulta que sólo traía uno de $500. Estuve tentada de decirle al mimo que no traía cambio, cuando escuché la voz de mi maestro en mi cabeza que decía: "dar hasta que duela".
Así que con esa sensación incómoda que sientes al desprenderte de algo que no necesariamente quieres soltar, especialmente cuando se trata de dinero, abrí la ventana y de inmediato el mimo, ignorando su faceta de mudo, me preguntó en tono colombiano: "¿Estás escribiendo un libro?" Sí, le respondí, para no entrar en detalles; tomé el billete de $500 y se lo entregué.
Nunca olvidaré la cara de alegría que puso cuando lo vio, fue como si le hubiera dado todo el dinero del mundo. En ese momento regresó a su personaje de mimo, volteó al cielo e hizo una señal agradeciéndole a Dios por haberle mandado ese billete y, después, abrió su camisa para enseñarme una cruz que tenía debajo de ella.
Se me llenan los ojos de lágrimas al recordar esa escena. Sin duda, el regalo fue para mí al darme cuenta de que podemos dar alegría a alguien más dando algo de nosotros y no sólo dinero, sino incluso algo aún más valioso: nuestro tiempo, una palabra reconfortante o una sonrisa.
Muchas veces sentimos que no recibimos lo que damos, pero la vida no funciona así. Lo que debemos entender es que, cuando damos, en realidad estamos recibiendo. Siempre recibimos algo, no necesariamente lo mismo que dimos o de la persona a quien le dimos. Pero de lo que sí podemos tener certeza es de que las bendiciones que tenemos en la vida son por todo aquello que hemos dado a los demás. Especialmente aquellas en las que dar... hasta nos dolió.
Escríbeme en mis redes sociales y dime de qué tema te gustaría que platicáramos.
Gracias por acompañarme una vez más.
IG: @Ingridcoronadomx
X: @ingridcoronado