De EE UU para el mundo: un domingo extraño
Los domingos de mi infancia, y sospecho que también los de muchos mexicanos que andan ya en sus cuarenta o de ahí para arriba, resultaban francamente soporíferos. La gente desayunaba, iba a misa, hacía las compras del supermercado. Los partidos de liga local se jugaban, casi todos, a las 12 del día y los seguía un enorme porcentaje de la población masculina. Por la tarde pasaban por televisión los resúmenes deportivos y el abominable (para mí, al menos) show musical "Siempre en domingo". Algunos iban a dar vueltas a la plaza o a los centros comerciales, o visitaban a sus parientes. Y poco más. Los niños se angustiaban porque tendrían que ir a la escuela (salvo en periodo vacacional, claro); los adultos, porque deberían volver a sus trabajos (incluso las amas de casa, que no descansaban jamás). La sombra del lunes se volvía innegable a partir de las 2 o 3 de la tarde: era como un buitre oscuro en la rama del horizonte.
Los tiempos han cambiado, desde luego, pero quizá ni siquiera eso explique el domingo extrañísimo que tuvimos esta semana, y que parece sacado del capítulo de una serie televisiva. Porque despertamos, y sospecho que nos sucedió a una buena mayoría de los seres humanos, aún desconcertados por el atentado del sábado por la tarde en contra de Donald Trump, expresidente estadounidense y actual aspirante republicano a volver a la Casa Blanca. Trump, herido en una oreja, parece haberse salvado por milímetros de una muerte segura. Alguien, detrás de él, no tuvo tanta suerte y falleció; el tirador también acabó abatido.
Estados Unidos tiene una larga tradición de magnicidios y una aún más larga de tentativas, pero cada vez que ocurre uno, el escalofrío que se produce es mundial. No solamente los famosísimos Abraham Lincoln y John F. Kennedy han sido asesinados. También lo fueron James Garfield, en 1881, y William McKinley, en 1901, ambos a balazo limpio. Y la lista de los presidentes que se salvaron de atentados incluye a Theodore Roosevelt, Franklin D. Roosevelt, Harry Truman, Gerald Ford y Ronald Reagan. También se produjo un ataque contra el Despacho Oval en 2011, en tiempos de la presidencia de Barack Obama, y, aunque el mandatario se encontraba en Hawái aquel día, el perpetrador igualmente fue condenado por intento de homicidio.
En fin. Despertamos, este domingo, con los medios y las redes saturados de teorías sobre el ataque, en general totalmente desprovistas de información confiable. La cosa cambió de las teorías de la conspiración al deporte a eso de la 1 de la tarde, porque a los millones a quienes nos gusta el futbol dejamos a Trump de lado para ver la final de la Euro 2024, jugada en Berlín, en la que una muy buena España superó a una salada Inglaterra, que lleva 58 años sin conseguir ningún título internacional de relevancia. Pero bueno, todo ocurrió en orden y paz ahí. El sofoco vino después.
La Copa América, que este año se celebró en Estados Unidos, ha sido un fiasco organizativo difícil de creer. Ya hubo una serie de problemas graves entre aficionados de Colombia y jugadores de Uruguay en la semifinal del pasado miércoles 10 de julio y fue asombroso descubrir las nulas capacidades de la seguridad del Bank of America Stadium, en Carolina del Norte, para contener la trifulca. Pues el domingo volvió a suceder algo similar. Cientos de personas se colaron sin boleto antes de la final entre Argentina y Colombia, en el Hard Rock Stadium, de Miami, la policía cargó para sacarlas de ahí y el arranque del juego se retrasó más de una hora (a lo que hay que sumar que a algún genio se le ocurrió que se perdiera otra media hora más en un espectáculo de medio tiempo, de la cantante Shakira, que quiso emular a los que se presentan en el Super Bowl de la NFL). Vaya caos. Impensable en los Estados Unidos de hace apenas unos años.
¿Serán solamente los domingos los que ya no son como antes o será que algo dejó de servir en EE UU y apenas nos estamos percatando?