El atasque

Durante los meses que llevamos del segundo piso de la 4T, aparte del fenómeno Trump que ha trastocado la vida política nacional, hemos podido apreciar una asombrosa vocación por el atasque de parte de miembros conspicuos del oficialismo. Sin medida, sin recato, proceden lo mismo a aprobar leyes que a defender delincuentes, a prohibir vapeadores o narcocorridos, a impulsar a sus familiares, solapar la corrupción y hacer de la impunidad una de las formas que tienen de la ostentación.
Da igual si se trata de subirse a vuelos privados o viajar en primera clase, o si se usan recursos privados millonarios en una campaña de promoción personal o asistir a un partido de futbol en uno de los estadios más caros del mundo; ya se trate de un diputado, una senadora o de un secretario de altísimo nivel: todos se atascan.
El segundo piso de la 4T es más la feria del abuso que un proyecto de corte político. Como si se tratara del tesoro en la cueva de Alí Babá, los morenistas y sus aliados parecen no llenarse los bolsillos con sus tropelías. Aquel se define como “el más feminista” mientras se retrata con un acusado de violencia sexual, aquella confiesa que sus tráileres de la salud se los paga “la clase empresarial”, todos se felicitan por impedir que la presidenta no logre pasar una ley contra el nepotismo o contra el fuero.
Otra expresión del atasque ha sido su intento por pasar una ley de telecomunicaciones, absolutamente regresiva, mañosa y autoritaria en la que lo que predominaba era la censura. Aun con los reclamos de medios, empresarios y periodistas, las comisiones senatoriales dominadas por el oficialismo la aprobaron sin cambiarle una coma. Desde el rincón de sus miserias políticas y de su zafiedad moral, el especialista en el tema el senador Javier Corral, llamaba a no tener prisas y a tener cuidado mientras matizaba diciendo que “hay áreas de oportunidad en la ley”. Así el que antes fuera estridente cruzado contra los medios, ahora un timorato que susurra desde la sórdida aberración en que se ha convertido a sí mismo.
Tuvo que salir la presidenta a corregir la plana y a decir que su Gobierno no censura, que solamente era un “error de redacción” –en las leyes todo es un asunto de redacción- y que habría que corregirlo. Anunciaron que la ley no se aprobará como está y que habrá “voluntad política, visión de futuro y sensibilidad social” en los cambios que incorporen. ¿No sabía la presidenta del contenido específico de la ley propuesta? A la mejor, no tiene por qué estudiar todo a detalle porque se supone que hay quienes revisan las iniciativas. Pero es solamente una suposición, ya vimos que no es así.
La limpieza y precisión con que se ha llevado la relación con Trump no ha sido posible en los asuntos nacionales en los que predomina el desorden y la conducta caciquil. Todo parece ser al revés: la presidenta viaja en turista en un periplo internacional y sus compañeros lo hacen en primera clase; ella no tiene familiares metidos en la nómina y los demás defienden el nepotismo hasta con los dientes. En el colmo de la frivolidad y la estupidez, unos días después de aprobar la ley que prohíbe la comida chatarra y saturadas de harinas y grasas en las escuelas por ser dañina a la salud de los niños, el presidente de la Cámara de Diputados publicó un video en el que presume ser el creador de la “quesadilla rellena de costra de chilaquiles”, sin duda un avance culinario para la sociedad mexicana y la salud infantil. Una imagen precisa del atasque.