El poder de los jóvenes
Se supone que los terroristas de Hamás sabían cómo se las gasta, a la hora de la venganza, el ejército israelí y qué clase de político es Netanyahu, de modo que el atentado del 7 de octubre de 2023 de Hamás y otros grupos armados palestinos de la franja de Gaza, rea-
lizado por sorpresa contra Israel, aparte de un ataque criminal sin precedentes, fue una torpeza del mismo tamaño que su iniquidad.
En ese atentado murieron unas 1.400 personas y 200 fueron secuestradas; en contrapartida, desde ese día nefasto asistimos en vivo y en directo a una guerra de exterminio ritual, con un odio bíblico sobre los palestinos de Gaza, sin distinguir inocentes y culpables, todos bajo el mismo bombardeo indiscriminado.
La desproporción es del mismo calibre como sería si para combatir a ETA, por muy espantosos que fueran sus asesinatos, se hubiera bombardeado todo el país vasco, hasta reducirlo a un montón de escombros.
La guerra de Vietnam se perdió, en gran parte, por haber mostrado a los muertos cuando eran desembarcados en bolsas negras al puerto de San Francisco, lo que provocó la rebelión de los estudiantes en todas las universidades norteamericanas.
Desde entonces, las guerras parecen operaciones quirúrgicas muy asépticas, en las que los muertos no existen. Los que producen los bombardeos de Gaza tampoco se ven.
Sólo alguna vez se muestra a una madre gritando de dolor junto a una mortaja blanca que oculta el cadáver de un niño, como si estuviera envuelto en pañales. Si permaneces insensible a este genocidio, tómate el pulso para comprobar que no estás muerto.
El rechazo que produce esta matanza fría y sistemática que estamos obligados a digerir, junto con la sopa en el telediario, ha encendido por fin la cólera de los estudiantes en Europa y en Norteamérica.
Si la ira de los jóvenes pacifistas desbordara las aulas y llenara las plazas; si prendiera y se contagiara su rebelión frente a esa masacre, al final, Israel, como sucedió en Vietnam, tendría que dar esta guerra por perdida.