En manos de líderes impredecibles
El mundo estaba pendiente de cómo reaccionaría Benjamín Netanyahu al ataque —que finalmente se dio— de Irán en su territorio, mientras el líder israelí sigue sopesando su respuesta. Ha conseguido que los focos se posen sobre él, que la diplomacia occidental le dedique horas de llamadas y reuniones para pedirle contención.
A un segundo plano ha pasado que el ataque iraní no fue espontáneo, sino la represalia por el bombardeo de Israel a un edificio consular iraní en Damasco el 1 de abril, en el que murieron 13 personas, siete de ellas asesores militares iraníes.
Además, Netanyahu tiene a la comunidad internacional en vilo por su invasión anunciada de Rafah, el último refugio de los palestinos en la Franja de Gaza. Ya ha desplegado soldados en la frontera.
Si emprenden la ofensiva, como ha dicho un portavoz de Médicos sin Fronteras, será una carnicería.
Netanyahu le está sacando mucho partido a dar miedo y a controlar los tiempos: nadie quiere una guerra en Oriente Próximo.
De Estados Unidos le llegan armas y un apoyo firme, hasta el punto de que Washington hace unas semanas aseguró que la resolución del Consejo de Seguridad para exigir un alto el fuego en Gaza y la liberación sin condiciones de todos los rehenes, en la que se abstuvo, no era vinculante.
La Casa Blanca lleva meses mediando para equilibrar esa sensación de que la región puede estallar en cualquier momento.
Si miramos un mapa, los grandes conflictos están secuestrados por líderes impredecibles: el propio Netanyahu, en Israel; el ayatolá AlÍ Jamenei, el líder supremo iraní, o Vladímir Putin, en Rusia.
En caso de que Donald Trump gane las elecciones americanas en noviembre, la primera potencia del mundo estará gobernada por alguien que está siendo juzgado por permitir, presuntamente, un asalto al Capitolio de su país y que ha amenazado con cortar el apoyo militar a Europa.
Mientras, la Unión Europea lidia con sus propias disonancias: quiere rearmarse para protegerse, ser más autónoma, pero ni siquiera sabe cuánto peso tendrá la extrema derecha eurófoba en sus instituciones a partir de junio.
La política de los impredecibles se mueve a golpe de sobresaltos, incendios provocados en redes sociales y espectáculo vacío.
No genera acuerdos ni confianza en la ciudadanía. Está contribuyendo a la degradación democrática en un mundo en el que hace 18 años que los índices de gobernanza van a peor, según Freedom House. Israel y Estados Unidos ya son democracias en regresión. Pueden ir a peor.