Esperanza en Estados Unidos, por fin
Durante los últimos seis meses, los estadounidenses hemos estado consumidos entre la desesperación y la depresión ante lo que parecía la creciente inevitabilidad de que Donald Trump regresara al poder y destruyera la democracia estadounidense.
Trump, un ser humano inmoral que se había negado a aceptar su derrota de 2020, que lo había intentado todo para anular ese resultado electoral, incluida la instigación del ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, un golpista que debería haber sido inhabilitado para volver a ocupar un cargo, parecía destinado a ser elegido para un segundo mandato que sería mucho más peligroso que el primero.
Más peligroso porque, a diferencia de su victoria de 2016, que le sorprendió incluso a él mismo, cuando no tenía ningún plan de gobierno y se rodeó de republicanos del establishment capaces de coartar sus instintos más radicales, esta vez estará preparado desde el primer día, junto con miles de ideólogos que le esperan entre bastidores, para implantar un vasto programa autoritario cuyo único plan es barrer las protecciones constitucionales tradicionales y los contrapesos y salvaguardias, todo ello con las bendiciones de un Tribunal Supremo complaciente dominado por los republicanos.
Aunque ya es bastante preocupante que decenas de millones de estadounidenses hayan gravitado hacia el mensaje populista de Trump, lleno de agravios y que culpa a los inmigrantes indocumentados de todos los males del país, sus partidarios están muy lejos de ser una mayoría en Estados Unidos.
Trump parecía al borde de la victoria en gran parte porque muchos estadounidenses se habían hecho a la idea de que Joe Biden, un presidente infravalorado pero sorprendentemente eficaz y progresista, sobre todo en cuestiones internas, era demasiado viejo y frágil para seguir cuatro años más en el cargo.
Sin embargo, cualquier sugerencia de que los demócratas buscaran otro candidato fue aplastada por los líderes del partido. Tras la sorprendente semivictoria demócrata en las elecciones de mitad de mandato de 2022, todas las facciones del partido —desde los centristas de Biden hasta la izquierda de Bernie Sanders— decidieron que dejarían de lado las tradicionales disputas y divisiones demócratas y se unirían en torno al hombre que había derrotado a Trump con contundencia en 2020 y podría volver a hacerlo esta vez.
Y así, Biden se presentó esencialmente sin oposición en las primarias y acumuló fácilmente suficientes delegados para asegurarse la nominación. Pero mientras Biden cometía metedura de pata tras metedura de pata, mientras el partido se fracturaba por la guerra de Gaza y mientras crecían los llamamientos de columnistas y creadores de opinión para que se echara a un lado, los caciques del partido, desde líderes del Congreso a gobernadores, insistían firmemente en que seguían con Biden y reprendían a los detractores de que sus críticas solo hacían el juego a Trump.
Para tratar de frenar las deserciones y cambiar la narrativa, los asesores de Biden tuvieron la audaz idea de celebrar el primer debate presidencial en junio, meses antes incluso de que los dos candidatos fueran oficialmente nominados.
Todos sabemos lo que ocurrió. Biden tenía una única misión en el debate —asegurar a los estadounidenses que estaba en condiciones de servir— y fracasó estrepitosamente. Por fin, los líderes del partido no pudieron evitar ver lo que la mayoría de los estadounidenses ya había visto. Empezaron las deserciones.
Al principio fue un goteo. Casi todos los funcionarios demócratas tienen a Biden en alta estima —un hombre honesto e íntegro que ha servido a su país durante más de cuatro décadas— y muchos esperaban que llegara a la conclusión correcta por sí mismo. Pero a medida que pasaba el tiempo, Biden parecía negar las encuestas que mostraban una derrota de proporciones históricas.
Se consideraba a sí mismo el "chico del regreso" (comeback kid) , que había pasado su carrera demostrando a los detractores que estaban equivocados. Pero como sus intentos de cambiar las cosas mediante entrevistas y ruedas de prensa solo parecían empeorar las cosas, el goteo se convirtió en flujo. Grandes donantes y celebridades como George Clooney se unieron a la causa.
El intento de asesinato de Donald Trump, su respuesta hollywoodiense de «lucha, lucha, lucha» y la coreografiada muestra de unidad y positivismo en la convención republicana aumentaron la sensación de fatalidad inminente. Finalmente, los pesos pesados del partido —Barack Obama, Chuck Schumer, Nancy Pelosi— lanzaron a Biden el mensaje que deberían haber lanzado hace meses.
Este domingo, 24 días después del debate, Biden abandonaba la carrera y apoyaba a la vicepresidenta Kamala Harris. Muchos de nosotros habíamos pedido durante meses, e insistentemente desde el debate fatídico, un proceso competitivo abierto, una especie de mini-primarias con debates televisados entre los principales aspirantes, para generar interés y seleccionar al candidato más fuerte, pero con el tiempo que se escapa antes de la convención demócrata del 19 de agosto, eso no sucederá.
En los próximos días, el partido se unirá en torno a Harris, que elegirá un compañero de fórmula para equilibrar el binomio presidencial. Aunque Harris no es la figura pública más popular del partido, y su candidatura presidencial para 2020 fue abandonada por falta de apoyos incluso antes de las primeras primarias, es una fiscal experimentada, senadora y, por supuesto, vicepresidenta, e inmediatamente ha generado entusiasmo entre los demócratas que por fin tienen esperanzas de que Trump pueda ser derrotado.
De hecho, Trump ya parece estar intentando echarse atrás en el debate presidencial de septiembre, que muchos anuncian como "la fiscal contra el criminal". En diciembre de 2023, Liz Cheney, líder entre los republicanos moderados y vicepresidenta del panel que investigó la insurrección del 6 de enero, advirtió que Estados Unidos estaba "caminando sonámbulo hacia una dictadura". Todavía no hay nada decidido, pero al menos la democracia tiene ahora una oportunidad para luchar.
* Reed Brody es abogado especialista en derechos humanos y exfiscal adjunto del Estado de Nueva York.