Columnas - Ernesto Salayandia García

La bola de nieve

  • Por: ERNESTO SALAYANDIA GARCÍA
  • 12 DICIEMBRE 2022
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La bola de nieve

Yo no puedo decir que conocí el programa de Alcohólicos Anónimos porque iba al grupo a calentar la banca y luego me casó por segunda ocasión y mi problema con la cocaína y el alcohol es muy fuerte,  el nivel de compulsión era muy alto y el alcohol comienza a generar en mí una celotipia infernal,  los demonios de los celos, pensamientos picopalas, psíquicos, enfermizos,  me secuestran, y secuestro a mi mujer, le doy propiamente un infierno;   ella,  cansada de los pleitos,  de los panchos, la inmadurez de mis actos, además, de tanta incongruencia, me pone un límite y me dice:  Tienes que hacer algo con tu manera de beber,  porque estás bebiendo todos los días y te pierdes; o haces algo con tu alcoholismo, -me sentenció  y me retó-  o nos divorciamos,  y ante esta advertencia  busqué la manera de internarme en Oceánica,  ubicada en el puerto de Mazatlán; como buen  adicto  puse mis condiciones y entre otras cosas me permitieron un cuarto para mí solo,  así como llevar mi máquina portátil,  donde supuestamente yo iba a escribir la historia de mi vida. Llegué a la clínica crudo,  deprimido,  secuestrado por mis emociones y mis celos,  creí, que era  un proceso de desintoxicación;  al principio comencé enterarme de qué era el programa de Alcohólicos Anónimos,  había conferencias,  sesiones,  juntas,  lectura,  películas,  pláticas con los terapeutas y dinámicas espirituales,  en el llamado círculo de la serenidad,  donde chocaban las olas de una manera espectacular,  fue ahí cuando comencé a conocer los 12 pasos del programa de Alcohólicos Anónimos o más bien a saber de ellos. 

Palabra no cumplida

Yo le había prometido a mi esposa que me había internado en la clínica para derrotarme ante el alcohol y en las juntas me costaba mucho trabajo decir  ´Hola, soy Ernesto y soy un enfermo alcohólico´;  en la clínica no le dije a nadie que era un cocainómano en potencia  ni todo lo que había generado en mí la droga,  como los delirios de persecución y mi celotipia infernal,  cuando salí de Oceánica me prendí  aún más de la cocaína y aun así seguí yendo a grupo  de AA, pero definitivamente,  la droga me tenía muchas sorpresas preparadas: yo no podía parar y entre más me metía más quería, de diez a quince pases al día. Logré engañar a mi mujer respecto a mi adicción a la cocaína,  hasta después de 7 años que me hicieron un antidoping con engaño y el resultado fue sorprendente,  ya para ese  entonces,  mis fondos de depresión y delirios eran frecuentes y drásticos. Me volví loco.  

La enfermedad, en vivo y a todo color

Toqué fondos muy crudos y desagradables, busqué ayuda y determiné internarme en un centro de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos en la ciudad de Chihuahua.  Este encierro   fue otro severo fondo de mi enfermedad,  me la pasé negado por más de dos meses  protestando toda la serie de incongruencias que hay  detrás del  proceso de tres meses a puerta cerrada;  llegué pesando menos de 50 kilos,  anémico,  desnutrido,  deprimido, con problemas económicos, de imagen y lleno de miedos.  Y el primer fondo que toqué  fue el cigarro; yo me fumaba casi  3 cajetillas diarias y ahí sólo nos daban a veces tres cigarros por adicto.  Dormíamos  en el suelo  en colchoneta,  con almohadas supersucias,  con los pies de alguien en mi cabeza y los míos en la cabeza de otro,  con las pompis de otro en mi espalda y en mi pecho;  éramos más de 120 adictos amontonados y arrinconados en un anexo, llamado centro de vida. La comida, el caldo espiritual, era repollo con agua y una tortilla;  de cena, frijoles con gorgojo, sin sabor, y en las mañanas, avena sin azúcar, a veces una pieza de pan duro y seco.

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