La disputa por el maíz
El maíz transgénico se convirtió en un tema de disputa entre México y Estados Unidos, pues el primero se opone a la libre comercialización bajo argumentos de temas de salud pública mientras que nuestros vecinos sostienen que se tiene que demostrar, con evidencia científica, que el maíz transgénico implica riesgos sanitarios. Por lo tanto, la controversia se está llevando a paneles internacionales en el contexto del T-MEC. El tema no es menor. No sólo es un tema de salud, también implica posibles efectos negativos en el cuidado al medio ambiente debido a que el uso de herbicidas en la producción genéticamente modificada puede eliminar otras especies aledañas, deteriorar el suelo y, en general, dañar a la naturaleza.
Cabe resaltar que las medidas a la importación de maíz se ciñen al de consumo humano, es decir el maíz blanco. El amarillo, por el momento, no tiene una restricción explícita y su principal uso se refiere al consumo animal. Al respecto, las exportaciones que nuestros vecinos del norte realizan hacia México, se refieren, precisamente, a este último.
La perspectiva estrictamente económica puede llevarnos a concluir que es pertinente y necesario importar maíz transgénico, esto bajo el supuesto que este producto, utilizado preferentemente en forraje, es más barato que el producido en México. Después de todo, si nuestro vecino del norte tiene mayor productividad, consecuencia de la modificación de la semilla, lo que lo convierte en transgénico, podría decirse que hay razones para comprar más barato en el resto del mundo lo que internamente nos cuesta más. Bajo el mismo argumento, Japón debería dejar de producir arroz, que forma parte básica de su dieta nacional, y comprarlo más barato en algún otro lugar del mundo. Los japoneses no son tan ingenuos para hacerlo.
El maíz forma parte fundamental de la dieta nacional a lo largo y ancho del país. Prácticamente no hay producto que no lo incluya en sus diversas formas: desde el grano cocido en pozole, hasta tortillas, tostadas, nachos, chilaquiles y tamales. Lo consumimos de diferentes maneras varias veces a la semana y durante toda nuestra vida. Es aquí donde está parte del problema: consumir un producto transgénico una vez cada en cuando no tiene problema alguno, es como comer una rebanada de pastel al mes: no implica incremento en peso ni en triglicéridos, las cosas son distintas si comemos tres al día durante toda nuestra vida. Lo mismo podría ocurrir con el maíz transgénico: consumirlo una vez podría no tener efectos en nuestra salud, comerlo con frecuencia sí. El problema es que probablemente no se cuenta con suficiente información para poder concluir que el consumo de maíz transgénico puede tener efectos nocivos en la salud. El otro tema es el de seguridad nacional en materia alimentaria. Pensemos hipotéticamente que dejamos de producir maíz y lo importamos del resto del mundo; todo va bien hasta que surge un nuevo confinamiento o surge otro conflicto bélico como el de Rusia-Ucrania que retrasa el transporte internacional del producto. Siendo un producto fundamental de nuestra dieta, ¿podemos darnos el lujo de dejar de producirlo? Mi perspectiva es que no. Aunque sea más cara la producción doméstica, el sobreprecio pagado equivale a una póliza de seguro para no quedarnos sin este alimento.
Se puede argumentar que el maíz transgénico será consumido únicamente como alimento para ganado, es decir, como forraje y que, por lo tanto, no debería haber motivo de preocupación. La realidad es que tampoco podemos decir de modo conclusivo que los potenciales efectos nocivos en el ganado no se trasladen a nosotros a través de productos de la ganadería, como lácteos, huevo o carne de animales alimentados con este maíz. El problema permanece.
El panel de discusión servirá para poner sobre la mesa qué es más importante: si el comercio como tal, o temas de salud nacional, seguridad alimentaria y cuidado al medio ambiente. Vale más que la delegación mexicana haga su tarea, de otro modo, podríamos perder con potenciales consecuencias nocivas en nuestra salud.
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La semana que acaba de terminar algunos medios de circulación nacional publicaron en primera plana que la ganadora de un reality show fue una mujer trans. Inmediatamente surgieron voces en medios y redes sociales tanto para aplaudir como para condenar este hecho. El evento es importante porque permite darle voz y presencia a una parte de la sociedad que histórica e internacionalmente ha sido marginado: el de la comunidad trans. Lamentablemente el rechazo comienza en casa, con la familia, pasando rápidamente a las escuelas y, finalmente, en el mercado laboral. Que se esté publicitando tanto indica que probablemente la sociedad mexicana ya está lista para dejar de excluir a este grupo marginado e integrarlo en la sociedad. Ahí están. Son tan humanos como cualquiera, por lo tanto, merecen los mismos derechos y oportunidades que todos tenemos.