La historia de Emma Dayana y la de miles de emigrantes más
Es lunes 1° de enero de 2024. Mmm. Primero de enero. Día anual de pensamientos e ilusiones. De sonrisas hacia adentro y miradas fijas en el vacío. Día de introspecciones y sueños por alcanzar. Pasan de las cinco de la tarde en la región de Arroyo San Miguel, 30 kilómetros al norte de Monterrey, Nuevo León. El tren, en cuyos lomos de hierro se montan los migrantes todos los días en su intento por llegar a la frontera con Estados Unidos, avanza. No va muy rápido, pero sí con suficiente potencia como para que sea temerario treparse a cualquiera de sus vagones de carga. La marcha de la bestia que rueda por el ferrocarril con sus toneladas a cuestas siempre es implacable: apenas tres días después de Nochebuena, el 27 de diciembre, la desgracia acabó con la alegría navideña de una familia centroamericana en La Piedad, Querétaro: una menor de 5 años cayó de un vagón. El monstruo de metal la engulló y luego la escupió a un lado de la vía. La niñita sobrevivió, pero perdió la pierna derecha y sufrió heridas graves en la izquierda.
Hoy, Emma Dayana Portillo Centeno no tuvo esa suerte, si es que acaso se le puede llamar así —"suerte"— a perder una pierna, tener gravemente dañada otra, y sobrevivir desde los 5 años con mutilaciones que cargarás el resto de tu existencia; no, Emma Dayana, una bebita de cinco meses, no tuvo esa fortuna este 1° de enero de 2024 porque cayó de los brazos de su madre, se le resbaló cuando ésta trepaba al tren junto a su padre y La Bestia se sacudió severamente, tal como suele hacerlo de forma intempestiva. La chiquita murió justo ahí, por Arroyo San Miguel: su cuerpecito quedó tirado junto a las vías mientras la bestial máquina, con trayecto hacia Piedras Negras, continuaba su camino sin detenerse y su mamá, Lourdes Guadalupe Centeno, de 25 años, y su papá, Josué Alberto Portillo Martínez, de 22, los dos hondureños, quedaban levemente heridos porque ambos se lanzaron del tren para tratar de salvar a su bebé nacida ya en suelo mexicano, en Tapachula, Chiapas.
Encuentro imágenes de Telemundo sobre el entierro de la bebita en un pequeño ataúd blanco. Su joven padre se postra en el piso ante la tumba de su hija, llora desconsolada sobre una corona de flores blancas y araña la tierra con un gesto de furia, desesperación y desgarramiento.
—¿¿¿Por quéeee??? —grita a la nada—. ¡Ay, mi niña!
En otro momento la madre había estallado en llanto mientras la entrevistaban. Cómo se sobrepondrán a semejante tragedia estos emigrantes de Honduras. Cómo se cierra una herida de ese tamaño, como se habitúa alguien a una mutilación así, producto de ir a buscar su sueño americano, un sueño que a ellos se las ha convertido en una imborrable pesadilla mexicana. Y ahora, con dos hijos más a su lado a pesar de su corta edad, los padres seguramente tendrán que insistir y acercarse a la frontera con Eagle Pass, Texas, a ver si pueden cruzar a la hostil tierra del racista gobernador republicano Greg Abbott.
La emigración hacia Estados Unidos de cientos de miles de personas de Centroamérica y México, que siempre huyen de la pobreza o la violencia predominante en sus países -o se alejan de ambas circunstancias-, genera cada mes desgracias como la de Emma Dayana y sus padres. El Proyecto Migrantes Desaparecidos estima que, desde 2014, al menos 5 mil 116 personas han muerto y desaparecido en la frontera México-Estados Unidos. Eso da un promedio de 568 personas emigrantes muertas o desaparecidas por año, al menos una por día. Esta organización "documenta casos de personas migrantes (...) que han fallecido en el proceso migratorio (...). Dado que la recopilación de información es un reto -advierte- los datos deben considerarse como una estimación mínima". Y sí: la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos estimó en 853 muertes en el año fiscal 2022.
Vaya tragedia permanente. Tenemos que hacer algo, pero ya...