La ironía de responder las críticas a los libros de texto
Pocas veces se habrá visto tal revuelo por los libros de texto gratuitos como ahora. Sin duda es un tema interesante: todo golpe de timón en las políticas educativas genera la incertidumbre de cuáles serán sus resultados. Sin embargo, provoca también fascinación, al menos en mí, la reacción de la ciudadanía sobre este tema. La discusión no escapa la polarización acostumbrada: ustedes contra nosotros y los buenos contra los malos. Los dos bandos tienen argumentos sensatos y objetivos, así como críticas y defensas a ultranza que serían muy graciosas como memes, pero van en serio.
Tengo para mí que revivir fantasmas de otro tiempo como la máscara roja del comunismo no tendrá el efecto que esperan quienes tratan de escandalizarse por el nuevo contenido de los libros de texto. Sin duda, en esta discusión hay un componente técnico y otro ideológico, político. Y aunque es imposible separar lo técnico de lo político en las políticas públicas, cuando nos vence el disfraz de militante acabamos defendiendo lo indefendible, empeorando todo y exagerando también lo que pudo ser remediable tres escalones más abajo.
Más incluso que el propio gobierno, he visto en línea discusiones ciudadanas larguísimas que empiezan discutiendo elementos concretos de los nuevos libros de texto y acaban en lo personalísimo. Hay algo muy interesante en la manera en que los ciudadanos defensores acérrimos del gobierno en curso reaccionan a la más mínima crítica. He leído retóricas complejísimas y discursos llenos de referencias académicas aderezadas de prejuicios y ataques personales. Los libros tienen errores, pero son harto mejores que los anteriores. Hay erratas y pifias de diseño, pero introducen cambios fundamentales en la manera en que se entiende la educación a los niños de manera integral. ¿Acaso no podíamos tener las dos cosas? Claro que uno quiere la mejor educación para la infancia mexicana, en eso dudo que haya debate, pero si ya estaban entrados en una refundación de los libros de texto, lo mejor será apuntar a que queden de la mejor manera posible. El remedio acaba siendo peor que la enfermedad, porque la respuesta más evidente bien pudo ser: "cualesquiera erratas y pequeñas fallas pueden corregirse en la siguiente edición, como sucede con un montonal de libros", antes de lanzarse de la tercera cuerda a increpar a quien se atreva a señalar que hay cosas perfectibles.
No sobra decir que, aunque seguimos en un nivel de discusión sordo y muy poco productivo, de algún modo hay algo intrínsecamente bueno en que la educación esté al centro del debate público de estos días. El truco será aprovechar que el tema está en la agenda pública para tratar de hacer eso en lo que todos coincidimos: trabajar por un futuro mejor para la infancia del país. Debe haber algún modo, un breve espacio en el que, como ciudadanía, logremos una conversación madura mucho menos alimentada por un sentido revanchista y militante y más interesado en el bien colectivo. Claro que no veníamos de un pasado donde todo funcionaba a la perfección, por eso importa que las decisiones de política nuevas apunten a eso, hacerlo mejor que antes.
Finalmente, hay una cosa más interesante que asoma la discusión sobre los libros. Tal ha sido la efusividad en replicar a quienes han criticado los libros de texto que, irónicamente, acabaron por hacerle el caldo más gordo a un tema que pudo ser menos llamativo de lo que acabó siendo. Responder el balón del equipo contrario le pone reflectores a un contendiente que se asumía inexistente. Van cambiando esos días donde la agenda pública era dominada solamente por un jugador. Qué bueno que se abra la cancha desde la ciudadanía, aunque sea aventándonos el teclado en las redes sociales.
Twitter: @elpepesanchez