Columnas - Juan Gabriel Vásquez

La libertad, el miedo y una vieja conversación

  • Por: JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
  • 28 ABRIL 2025
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La libertad, el miedo y una vieja conversación

El escritor estadounidense, E. L. Doctorow, ya anticipó, hace años, la relación entre la derecha extremista y el control de los medios de comunicación

Me declaro culpable: como tantos, yo también he reaccionado con sorpresa ante la deriva autoritaria (pero la palabra es demasiado débil) del Gobierno de Trump, este régimen de matones que en tres meses ha transformado la república norteamericana en una plutocracia de comportamiento mafioso y xenofobia organizada. Y la verdad es que no teníamos mucho derecho a sorprendernos, pues lo que ha ocurrido en estos tres meses de vergüenza —la total destrucción de derechos civiles y libertades individuales, la persecución de ciudadanos por razones ideológicas, la desaparición de algunos de ellos— responde a una corriente subterránea que siempre ha estado ahí. Es como si la bestia hubiera salido a la superficie: el error es creer que se trata de algo nuevo, un síntoma de nuestros tiempos desastrados, cuando en verdad estamos ante un fascismo de manual que llevaba larvado casi un siglo.

Las noticias llegan sin parar y es difícil mantenerse al día. Eso es parte de la estrategia que el infame Steve Bannon, ideólogo estrella de las nuevas derechas del mundo entero, llamó memorablemente "inundar la zona de mierda": producir tantas sacudidas que ni los medios ni el pobre ciudadano indefenso tengan tiempo de recibirlas, comprenderlas y reaccionar contra ellas, lo cual es el primer paso de cualquier tipo de resistencia. Ya nos parecen viejos los episodios de Mahmoud Khalil, estudiante de Columbia abducido por agentes que se negaron en un primer momento a identificarse o a mencionar los cargos, o de Rumeysa Ozturk, esposada en la calle, a la vista de las cámaras ubicuas, e introducida a la fuerza en un vehículo sin distintivos. ¿Dónde están ahora? ¿Qué ha pasado con ellos? No hay tiempo de preguntar, porque la atención se ha fijado en otras cosas. Por ejemplo, en lo que la revista The New Yorker contaba en estos días: el arresto en Nuevo México de 48 personas de las que las autoridades no dieron noticias durante días, no sólo manteniendo a sus familiares en la ignorancia y la angustia, sino saboteando deliberadamente los esfuerzos de las organizaciones de derechos humanos. Y en muchos casos el Gobierno —a veces Trump, a veces sus esbirros— ha dicho sin pruebas que se trataba de delincuentes peligrosos, y ha usado incluso el dolor real de las víctimas reales para provocar la impresión de que todo migrante es un criminal.

Con frecuencia recuerdo una conversación que tuve hace 15 años, en ese mundo tan distinto del nuestro que eran los años de Obama, con el novelista E.L. Doctorow, cuyas ficciones lúcidas se dedicaron más de una vez a reflexionar sobre las zonas de sombra de la sociedad norteamericana. Doctorow me hablaba del nivel de irracionalidad que percibía a su alrededor: los republicanos que mentían a destajo sobre la reforma a la salud, o que llamaban socialista a Obama, o que lo acusaban de tener vínculos con Al Qaeda. Le hablé de un discurso del escritor Sinclair Lewis —sí, el mismo autor de esa advertencia en forma de novela, Eso no puede pasar aquí— que en los años cuarenta intentó defender a Franklin Delano Roosevelt de las acusaciones insensatas del partido Republicano, cuyos miembros más ruidosos lo llamaban dictador y (de nuevo) socialista. Le pregunté si ese viejo extremismo irracional era el mismo extremismo irracional de hoy. Y ahora me permito transcribir in extenso su respuesta, porque la he vuelto a leer a la luz de lo que nos ocurre y no he podido evitar un estremecimiento.

"La derecha hoy es muy distinta", me dijo Doctorow. "Tienen un gran acceso a los medios. En la radio se despotrica contra Obama, en la televisión también. Pero no sé si ha habido un cambio. Cuando yo era niño hubo una marcha de apoyo al nazismo en Madison Square Garden, y la gente iba caminando por ahí con esvásticas en las camisas. Había un conocido sacerdote de derecha, el padre Cogwin, que tenía una inmensa cantidad de seguidores. Estaba Charles Lindbergh, cabeza de un grupo llamado America First (Philip Roth escribió todo un libro sobre eso). Luego vino el fervor anticomunista de los cincuenta, una época gris en la vida de Estados Unidos. Siempre ha sido más fácil para la derecha llegar a la gente. El psicólogo Wilhelm Reich dijo que la mente del hombre promedio está construida para el fascismo: es mucho más fácil para la derecha llegar a ese lado antediluviano de la gente, sus miedos, sus ansiedades, que para la izquierda tratar de apelar a la razón. No estoy diciendo que no haya irracionalidad en la izquierda, por supuesto. Pero en la dinámica interna de este país, la derecha siempre ha apelado a los miedos de la gente".

Habría que hacer una lista de todas las cosas que Doctorow no llegó a ver, pero de las cuales habla sin querer en su respuesta. Habría que comenzar con la evocación de America First, ese comité creado por dos millonarios con el apoyo del notorio antisemita que era Henry Ford. Doctorow lo menciona sin imaginar ni siquiera la posibilidad remota de que un presidente del futuro pudiera recuperar orgullosamente el lema para montar todo un programa de gobierno: el America First de Donald Trump, que nació en sus discursos de campaña de 2016, ha vuelto en estos días con más ímpetu que nunca, y se utiliza no sólo para justificar los aranceles que han puesto la economía del mundo patas arriba, sino incluso para defender la obscena alineación de Trump con los intereses rusos en la guerra de Ucrania. 

Habría que hablar también de la explotación de los miedos y las ansiedades de los ciudadanos, que Doctorow señala con clarividencia, y es imposible no preguntarnos qué hubiera pensado de este país donde los inmigrantes haitianos se comen a las mascotas de la gente, donde todo el que lleve un tatuaje es miembro de facto del Tren de Aragua y donde hablar español se ha convertido —gracias a una elaborada campaña de propaganda xenófoba— en un primer motivo de desconfianza.

Pero de todas las palabras que me dijo Doctorow esa tarde, hace 15 años mal contados, me fijo con atención especial en la relación que hay entre la derecha extremista y los medios de comunicación. Doctorow no conoció las redes sociales de Musk y Zuckerberg, esos altavoces de la irracionalidad, esas cloacas de violencia y fascismo normalizado. X y Facebook (y también YouTube e incluso Spotify) no sólo se han convertido en la plataforma predilecta de la derecha extremista, sino que están programadas para serlo: porque los algoritmos privilegian el odio y la mentira, que son rentables porque dan más clics que la verdad y la mesura, y que además encierran al usuario en universos de miedo y ansiedad que son la materia prima de la radicalización racista y el nacionalismo xenófobo. Los algoritmos instalan al ciudadano en una realidad perpetuamente amenazante y le ponen una cara y un nombre a la amenaza: el migrante de piel oscura. Y el ciudadano atemorizado, el ciudadano que vive en un universo fabricado de riesgo y de miedo, pierde lentamente la facultad de distinguir la fabricación de la realidad. Con miedo se toman peores decisiones, se renuncia voluntariamente a algunas libertades, se justifica con más facilidad el atropello que sufren las libertades de los otros. Éstos son los Estados Unidos de Trump: una sociedad que ya no es libre.


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