La moral y las moras
Supe de Gonzalo N. Santos gracias a mi padre, que muy joven presenció un reflejo de la moral de aquellos turbulentos tiempos revolucionarios. Él había llegado de su natal Oaxaca para estudiar en la capital, trabajaba como ayudante de su tío, el general Rafael E. Melgar, un
destacado político cardenista, jefe del control político de la Cámara de Diputados.
Gonzalo N. Santos se apareció en casa del tío y mi padre lo recibió.
—Dame coñac, le dijo. Mi padre sirvió el licor en una copa y la ofreció a don Gonzalo, como se le conocía. Ya se encontraban en la sala el cacique potosino y el tío Rafael.
—No en esta copa, ordenó, trae la botella y un vaso. El potosino tomó el vaso, sirvió el licor al tope y de una sentada apuro su contenido.
—Acabó de matar a Capdeville, sentenció. Mi padre escuchó la confesión y se retiró.
La noticia causó una conmoción social. La confesión del asesinato no la hizo el cacique solo en privado, en casa del tío Rafael (casa que todavía existe en Tolstoi 14, Col. Anzures de la CDMX), sino que el mismo Gonzalo N. Santos narra en sus Memorias (Grijalbo 1986), cómo asesinó impunemente a Capdeville. Corría el rumor que Fernando Capdeville, un adelantado de lo que después serían los playboys, tenía relaciones íntimas con la exmujer de Santos.
En Estados Unidos en donde se exuda moralina, la decencia política es uno de los grandes temas y una de las contradicciones del sistema. Los integrantes de la Suprema Corte desempeñan el cargo de manera vitalicia si observan buena conducta (under good behavior). No obstante, en estos días el Justice Clarence Thomas, el más conservador de la Suprema Corte, si es que puede existir tal redundancia, ha sido descubierto como el recipiendario de una serie de regalos por parte de un magnate donante del Partido Republicano. El juez ha recibido un esplendoroso viaje por islas de Indonesia a todo tren; escapadas a un rancho texano; vacaciones todo pagado en una mansión en las montañas y como es sumamente devoto una Biblia de 19 mil dólares. La Biblia tenía un sentido religioso dado que Thomas es un beato, pero además perteneció a Frederick Douglas, un abolicionista que fue esclavo.
El ultraconservador Justice jamás declaró que había recibido estos regalos que incluyeron además el pago de la educación (6 mil dólares mensuales) de un sobrino del cual Thomas es el tutor legal. Lo anterior ha puesto a la misma Suprema Corte en el filo de la navaja moral. La pregunta en el aire es quién controla a los nueve intocables que integran la Suprema Corte donde se decide mucho de lo que acontece en ese país.
No solo en el Poder Judicial estadounidense hay nerviosismo moral, en el Poder Ejecutivo la familia Biden ha estado sometida a un asedio republicano por presuntos negocios turbios. Los republicanos han mostrado documentación que comprueba cómo algunos de los parientes del presidente recibieron 10 millones de dólares de fuentes extranjeras entre 2015 y 2017.
Hunter Biden, el hijo del presidente, conocido públicamente por su pasado como drogadicto (ahora regenerado), mintió al afirmar que no había tenido adicción a las drogas para adquirir un arma de fuego. Se investiga sobre el destino del dinero presuntamente entregado a Hunter por negocios con Rumania y China. A la muerte de su hermano Beau, debido a un tumor canceroso, inició una relación romántica con la viuda de su hermano.
La moral está ligada al desempeño público desde que existe la política. Es algo más que un árbol de moras. Abarca no tan solo a los directamente responsables sino a sus familiares, esposas, hijos y parientes. Allá y acá. (Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM)