La princesa Leia logra un contrato precario, y no en ´Star Wars´
Cuidado, esto no es una película de Star Wars, sino una escena de la Europa de hoy: en un viaje reciente a Ámsterdam hace un par de semanas, un holograma nos recibió al caer la noche en el hotel, y no era la princesa Leia pidiendo socorro a Obi Wan desde tierras muy lejanas. La recepcionista se nos apareció en el interior de una caja iluminada y nos indicó en directo las gestiones que debíamos hacer para ingresar en el hotel: "¿Ven el datáfono? Sobre el mostrador. Paguen ahí. Al lado están las llaves magnéticas, colóquenlas en ese aparato a la izquierda para que se grabe el número de su habitación".
—¿Y dónde está usted? —pregunté, perpleja.
—No muy lejos de aquí —respondió la chica, algo nerviosa, mientras de vez en cuando miraba hacia un ángulo oculto donde se ocultaba su jefe, que ella veía y nosotros no. Este le daba instrucciones. Y ella, a nosotros.
La recepcionista allí representada no dio más detalles, pero pudimos imaginarla en Hong Kong, Kuala Lumpur o en el extrarradio de Ámsterdam atendiendo 25 recepciones a la vez. El datáfono no funcionó bien, la factura quedó en promesa y su imagen se esfumó de la caja, donde se hizo la oscuridad mientras nos quedamos contemplando el cartel que en el mostrador nos explicaba las ventajas de la "solución holográfica" recién estrenada.
Vivir hoy en el mundo se complica porque cada vez sumamos más tareas que antes realizaban estupendos trabajadores: además de servirnos el diésel en la gasolinera, de pasar los códigos de barras de las nectarinas en el súper y de aguantar la cola para pagar tres euros por un mal café en Starbucks, ahora debemos autogestionar el check in del hotel. Los empleos se esfuman. El trato humano también. Y los derechos laborales, no digamos.
Grecia acaba de aprobar la ampliación de la semana laboral hasta los seis días. Vuelven allí las 48 horas y se consolida el pluriempleo porque el país sufre dos males endémicos que aquí también nos suenan: no hay suficientes trabajadores en determinados sectores; y los sueldos son tan precarios que no permiten sostener un proyecto de vida. Algo falla en nuestro mundo.
En Ámsterdam, la llamada "solución holográfica" (una mujer real, al fin y al cabo, que también soportará lo suyo mientras se aparece en las recepciones de quién sabe cuántos hoteles) se esfumó antes de que pudiéramos preguntarle dónde podíamos picar algo.
Casi mejor. No fuera que acabáramos buscando locales imposibles de Miami, Fráncfort o Bangkok. O los puestos callejeros de Blade Runner. El próximo holograma será nuestro, para la princesa Leia y en él diremos: ¡Socorro! Así, al menos ella encontrará trabajo, aunque sea precario.