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Lo que no sea reaccionar ya será esfuerzo perdido

  • Por: NORMA BERNAD ROMEO
  • 04 JULIO 2024
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Lo que no sea reaccionar ya será esfuerzo perdido

En el debate de 2020, ante un presidente Donald Trump avasallador con sus mentiras e interrupciones, Joe Biden tuvo el acierto de preguntar, con tono de quien tiene agotada la paciencia, aquello de "¿Puedes callarte ya, hombre?" 

Una expresión capaz de generar una conexión emocional concreta con quienes estaban siguiendo el debate y para los que Trump había traspasado ya todos los límites del faltoso impertinente en una reunión familiar. 

En España, inevitablemente nos recordó mítico Por qué no te callas a Hugo Chávez. En ambos casos el acierto no es tanto la frase en sí misma, sino el don de la oportunidad. La semana pasada ese don de la oportunidad lo aprovechó mejor Trump.

La cobertura internacional de los debates electorales estadounidenses hace casi imposible no haber recibido ya algún vídeo o algún meme sobre la derrota de Biden en este debate. Simplificando mucho, no sólo defraudó las expectativas de los votantes demócratas, sino que confirmó sus peores temores: las acusaciones sobre su falta de capacidades físicas parecen dolorosamente verdad. La televisión siempre magnifica las apariencias y amplifica los errores. Por eso es un medio que exige tanta preparación.

Especialmente con su lenguaje no verbal, los primeros planos de Biden confirmaban su falta de concentración, agilidad y fuerza, tanto para rebatir como para colocar con eficacia su relato. Sus mensajes paraverbales debilitaban todo lo que decía. 

Con independencia de lo brillante que pueda ser una idea o lo relevante que parezca un dato en una argumentación, en un debate televisado lo que recordamos finalmente es, sobre todo, "una impresión". 

Una sensación general que refuerza o refuta una imagen del presidenciable ante la hipótesis de su elección. La batalla de relatos partidistas y mediáticos postdebate tratará de modelarla, pero difícilmente se podrá cambiar, especialmente si refuerza tus temores como votante demócrata.

La impresión general que proyectó Biden como presidente fue lamentable. Pero la que proyectó Trump también. En democracia, por muy telegénico y hábil que sea un candidato, hacer de la mentira un género comunicativo propio debería invalidarlo como candidato a la presidencia.

En estos duelos televisados la lógica mediática nos invita a interpretar siempre este espectáculo mediático como una confrontación a quemarropa.

Esa fue la oportunidad que Trump no dejó escapar. Aprovechó todas las debilidades de la puesta en escena de Biden, sus tropiezos verbales y su fragilidad gestual, amplificándolas con una actitud no prevista en el guion del Trump que todos conocemos. Esta vez fue la contención de Trump ante la debilidad del adversario lo que amplificó los errores de Biden. 

Sorprendentemente, Trump supo esperar pacientemente y decir en el momento más oportuno ese "Sinceramente, no sé qué ha dicho, tampoco creo que él lo sepa". Ahí conectó verbalizando lo que la mayoría de los espectadores estaba pensando.

Un debate electoral es un momento clave en cualquier campaña, pero en el tiempo político acelerado que vivimos los casi cinco meses hasta las elecciones son una eternidad. Aquí también vivimos un debate electoral reciente que no fue bien para el candidato progresista, y eso no le impidió que una buena campaña lograra movilizar eficazmente a su electorado en contra de los pronósticos iniciales.

Lo que necesitan los demócratas no es más tiempo, sino reaccionar ya y hacerlo bien recuperando una posición competitiva frente a Trump lo antes posible. Las debilidades comunicativas de Biden como candidato van a persistir ante la exposición mediática propia de un presidente. 

Por eso, en vez de pedir a sus votantes que voten a la banda, aunque el solista les parezca cansado, desde el punto de vista comunicativo sería mejor orientarse a preparar al mejor candidato o candidata posible capaz de reconectar en 2024 con las esperanzas de una mayoría progresista estadounidense.

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