´Ni soy perfecto ni soy delgado, y aunque pertenezco al PRI, vivo del pan´
Se llamaba Perfecto Delgado. Era el panadero del barrio. Gordo, simpático, tenía trato afable, como suelen tenerlo casi todos los gorditos. Decía hablando de sí mismo: "Ni soy perfecto ni soy delgado, y aunque pertenezco al PRI vivo del pan". Líder popular, no faltaba a ningún mitin político, y siempre hacía uso de la palabra, pues poseía un fuerte vozarrón que le permitía hacerse oír a pesar de que su prominente abdomen lo alejaba bastante del micrófono. En cierta ocasión estaba haciendo el elogio de un candidato a alcalde. Dijo de él que era hombre honrado. "Muy pocas veces ha sido acusado de robar", añadió para probar su afirmación. Sucedió, sin embargo, que el tal candidato, feliz por la designación de su partido, brindó de más en el Jockey Club, la cantina de los políticos, y animado por esas libaciones salió a la Plaza de Armas, donde en esos momentos la banda municipal tocaba la serenata de los jueves, ordenó a los músicos que lo siguieran -¿cómo podían resistirse los filarmónicos al mandato de su próximo patrón?- y al compás del corrido de Rosita Alvírez entró con ellos en el Casino, el sancta sanctórum de los ricos de Saltillo. Nunca lo hubiera hecho. Los dinerosos señores pusieron el grito en el cielo, en la tierra y en todo lugar y se quejaron con el gobernador del sacrilegio cometido por el candidato. El gobernante defenestró ipso facto al culpable de tamaño crimen, e incontinenti, a propuesta de los señorones, nombró a otro en su lugar. Eso sucedió en el momento en que don Perfecto hacía el elogio del candidato que ya no era candidato. Llegó un enviado al mitin, y quien lo presidía le escribió apuradamente al orador una tarjeta en la cual le daba a conocer el cambio y el nombre del nuevo abanderado. Impávido, impertérrito e incólume dijo don Perfecto: "¿Ya ven ustedes lo bueno que es el candidato del que les hablaba? ¡Pos todavía tenemos otro mejor!". Y procedió a hacer la alabanza del recién designado por el pueblo. Algo parecido le aconteció al esquirol Dante Delgado con su primer esquirolito, Samuel García, quien lo dejó colgado de la brocha por temor a que se cumpliera en él aquello de "el que se fue a la villa perdió su silla", Delgado, la nueva adquisición de AMLO, se sacó de la manga a otro esquirolete en la persona de Jorge Álvarez Máynez, de quien bien puede decirse aquello de que "en su casa lo conocen". Su presencia en la campaña electoral es artificial y artificiosa, y sólo tiene como objeto quitarle votos a la candidata de la oposición, que ha suscitado temores en el cacique y en su corcholata. Es una pena que el desconocido Máynez rompa con su fingida participación lo que habría sido, a más de interesante mano a mano, un gran orgullo para México al tener como candidatas presidenciales a dos mujeres, sin presencia masculina en la contienda. Pero el nada perfecto Delgado hizo del MC una mercancía, y puso a ese partido a la altura -más propiamente dicho, a la bajura- del Verde y del PT, y lo convirtió en moneda de cambio para que nada cambie en este país tan lastimado por el populismo, la demagogia y las aberrantes políticas a las cuales la señora Sheinbaum promete ponerles un segundo piso. Juntos la corcholata de AMLO y el improvisado Máynez tendremos que decir: "¿Ya ven ustedes a esta candidata? ¡Pos todavía tenemos otro peor!". Usurino Matatías, el avaro mayor de la comarca, contrajo matrimonio. De luna de miel fue dos días a la ciudad vecina. A su regreso les comentó, ufano, a sus amigos: "La pasé muy bien". Preguntó uno: "Y tu señora ¿qué tal la pasó?". Respondió Matatías. "Ella no fue". FIN
MANGANITAS
Por AFA
´En Ecuador, país
sumido en la violencia
criminal, dice la gente:
'Nos estamos convirtiendo
en otro México´...´
Viendo tal comparación
en verdad me desespero.
Mas, para serles sincero,
gracias por la distinción.