Proceso y la preocupante decadencia de los medios impresos
Recientemente se anunció que la revista Proceso abandona su condición de semanario y adopta una periodicidad mensual. Detrás de la decisión hay razones, como la caída en ventas por la difusión de ediciones digitales pirata de la revista y probablemente el retiro de publicidad oficial de sus páginas. El lugar común afirma que no pasa nada con la extinción de los medios de comunicación impresos, puesto que simplemente migrarán a su versión digital. Esto no es del todo exacto. Primero, porque no todos los medios tienen la destreza tecnológica ni la capacidad financiera para migrar exitosamente a la red y, segundo, por la disminución de lectores que produce la falta de exposición física. En otras palabras, había lectores ocasionales que solían comprar revistas al ver su portada expuesta en los puestos de periódicos. Si ya no la ven es improbable que visiten por iniciativa propia la página de internet. En el caso de los periódicos, hubo una época en que la gente los compraba para consultar resultados deportivos, revisar la cartelera del cine o inspeccionar los anuncios clasificados. En el camino, recorrían las páginas del diario, leían algunas noticias y algunos se formaban opiniones políticas sobre la coyuntura. Todos esos lectores ocasionales ya pueden satisfacer estas necesidades en internet sin necesidad de consultar un periódico, generando pérdidas dramáticas en las ventas de los rotativos. Es probable que esas personas ya nunca entren al portal de un periódico y su fuente principal de información sean las redes sociales.
Volviendo al ejemplo de Proceso, estamos hablando de la pérdida de una publicación que se erigió durante muchos años como referente informativo del país. Antes de que las televisoras y radiodifusoras abrieran sus espacios a la libertad de expresión, la revista Proceso ya presentaba un periodismo de investigación y denuncia. Uno podía estar o no de acuerdo con la cobertura que daban a ciertos temas, pero siempre fueron fieles a su tradición de críticos del poder. Y como decía mi profesora de redacción, la doctora Martha Elena Venier (q.e.p.d.), Proceso bajo la dirección de Julio Scherer, era la única publicación que, gracias a su corrección de estilo, publicaba textos en un español decoroso. En este sexenio cuando tantas publicaciones, activistas y políticos renunciaron a su línea para servir al habitante de palacio, Proceso mantuvo una voz disidente. Una revista noticiosa mensual perderá mucha de su frescura y actualidad, pues los espacios mediáticos de la actualidad producen información las 24 horas. Podemos leer esto como una demostración más de que el actual gobierno asfixia los medios críticos y estaríamos en lo correcto. Con una mirada más amplia, la pregunta es qué vamos a hacer para enriquecer la esfera pública y garantizar información de calidad a los ciudadanos de todo el país en el largo plazo. Los medios públicos se han convertido en plataformas de propaganda oficialista y el terreno que ganan las redes sociales, lo pierde el periodismo de investigación. Es hora de desmentir el optimismo infantil que suponía que más acceso a internet traería más y mejor información. Los influencers no son periodistas, mucho menos analistas políticos especializados. En su libro clásico La opinión pública, Walter Lippmann escribió que no entendía por qué la gente creía que bastaba con pagar unos cuantos centavos por un periódico para estar informado. Imagine usted con las fake news gratuitas de las redes sociales. La información seria cuesta y de ella depende a su vez la calidad de la deliberación en una democracia. Una videocolumna en Youtube no tiene la densidad intelectual de un reportaje de investigación ni de un ensayo analítico. Si la imagen priva sobre la reflexión, el populismo seguirá ganando la batalla. La teoría democrática clásica dice que el cuarto poder debe ser el perro guardián vigilante de los otros poderes. El objetivo de las redes sociales es maximizar el número de clicks. No es lo mismo.
Twitter: @avila_raudel