Reír llorando
La escuché en la primaria, de boca de mi compañero de salón, Crisanto Ramírez. A mí me parecía que este compañerito mío, generalmente tan tremendo y travieso, se transformaba cuando pasaba al frente y empezaba a declamar esta poesía de Juan de Dios Peza. Su rostro se tornaba grave y con solemne tono comenzaba: “Viendo a Garrik, actor de la Inglaterra…”.
Pasaba entonces a describir la triste historia de este personaje, un cómico o bufón al que la más selecta sociedad inglesa acudía cuando necesitaba un remedio para sus males espirituales. “Víctimas del spleen los altos lores, en sus noches más negras y pesadas iban a ver al rey de los actores, y cambiaban su spleen en carcajadas”. Aprendí que el spleen es un estado de melancolía o angustia de una persona sin tener una causa definida.
Sigue narrando la poesía que, a consulta con un doctor, llega un día un hombre de mirar sombrío, aquejado de un profundo pesar e insoportable melancolía. El doctor le recomienda viajar, leer, amar… mas todo eso lo había hecho sin lograr buen resultado. Entonces al doctor se le ilumina la cara al venirle a la mente la solución perfecta para este hombre. Le recomienda ir a ver a Garrik, garantizándole que, tras escucharlo, la alegría volverá a encontrarle; pero el doctor queda estupefacto cuando este hombre le dice: “Así, doctor, no me curo. ¡Yo soy Garrik!... cambiadme la receta”.
Termina la poesía con esta desgarradora reflexión: “¡Cuántos hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reír como el actor suicida, sin encontrar para su mal remedio! El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto y también… ¡a llorar con carcajadas!”
Recordé esta poesía hace algún tiempo cuando, al terminar de dar una conferencia de autoestima a los alumnos de la universidad, uno de ellos se me acercó al final con una mirada melancólica que me recordó a Garrik. Me preguntó qué consejo podría darle para sentirse mejor, ya que por algunas experiencias pasadas en su vida no lograba sentirse bien emocionalmente. Al respecto, le sugerí enfocarse en sus metas y tratar de dejar de pensar tanto en el pasado. Le dije: “No puedes ir manejando por la carretera mirando el retrovisor porque te vas a estrellar, tienes que concentrarte en el camino que tienes por delante”.
Me comentó, también, que muchas veces sus amigos le pedían consejo cuando traían algún problema y después se acercaban a él para darle las gracias porque el consejo les había dado resultado. Y entonces, esta joven personificación de Garrik me preguntó, con un tono de pesar en su voz, “¿Por qué es que puedo tener la capacidad de saber cómo ayudar a los demás y no puedo ayudarme a mí mismo?”
Me conmovió escucharlo, porque sé perfectamente lo que sentía, al haberlo experimentado a veces en carne propia: esa sensación de dolor por dentro al ver que nada de lo que haces parece dar el resultado que estás buscando.
Así que, a ti, mi querido Garrik, a ustedes, los Garriks que caminan por este mundo, lo único que les puedo decir es: Sigan adelante. Sigan ofreciendo ese don que Dios les dio, de saber escuchar, de saber ganarse la confianza de otros para brindarles alguna ayuda o consejo. Tal vez las experiencias difíciles que tienen que pasar sean algo que requieren experimentar para adquirir más sabiduría, no sólo para ayudar a los demás, sino para, finalmente, poder ayudarse a sí mismos.
Me encanta esa escena en la película de “Pinocho” cuando el hada azul aparece a Gepetto mientras duerme y le dice: “Mi buen Gepetto, has dado tanta alegría a otros, que ahora tú también mereces ser feliz”, concediéndole el deseo de su corazón de tener un hijo.
Sigan adelante, mis Garriks, no se cansen de dar y de ayudar, pues tengo la fuerte convicción de que, de algún modo, la vida les dirá estas palabras algún día. Y será entonces cuando cada lágrima derramada será enjugada con amor y recibirán lo que merecen: la paz, la felicidad y el gozo de sentir que tal vez esa era parte de su misión en esta vida, y supieron cumplirla, aun con dolor en su alma. Y muchas veces, el deseo más profundo de su corazón les será concedido de manera que ni imaginaban.
Gracias, en nombre de los que han sido beneficiarios de su paciencia y su empatía, e insisto, sigan adelante. Sigamos adelante, aunque a veces… tengamos que llorar a carcajadas.
jesus_tarrega@yahoo.com.mx
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