Sheinbaum y López Obrador, box de sombra

Para que haya una lectura de traición se requiere de una traidora y de un traicionado y eso no va a existir. Entre ambos hay una mutua admiración y los dos entienden el papel insustituible del otro
Es tan apabullante el dominio político de Morena y tan débil la oposición, que por el momento parecería que la única esperanza de críticos y adversarios reside en apostar por la descomposición interna y las fracturas del grupo en el poder. Un deseo comprensible, pero que en ocasiones remite a lecturas absurdas o, de plano, tan forzadas que resultan involuntariamente cómicas.
Es el caso del supuesto desaire que la plana mayor de la 4T le hizo a la presidenta en el Zócalo el domingo pasado, cuando "por tomarse" una foto con Andrés López Beltrán, hijo del expresidente, ignoraron a Claudia Sheinbaum. El relato surge de imágenes en las que se observa el momento en que algunos legisladores deciden posar para los fotógrafos, mientras esperan el ingreso de la presidenta a escena y ella surge repentinamente por detrás de ellos.
En realidad, no se encontraban en el templete, sino en la primera fila de la sección de invitados, había una pausa larga en espera de que llegara la oradora principal y, lo más importante, el último de los incorporados al "paredón" de fotografiados era Andrés López. Es decir, los cuadros de la 4T no estaban allí para tomarse la foto con el hijo de AMLO, como falsamente se quería hacer ver; por su posición en la orilla de la fila era evidente que el joven se había sumado apenas un instante antes. En cuanto se percataron de la presencia de Sheinbaum todos ellos deshicieron filas abruptamente para tener oportunidad de saludarla personalmente.
El video no deja dudas de la banalidad de la escena, sin embargo, el relato de un desaire era demasiado bueno para que la verdad lo echara a perder. La prensa crítica intentó "venderlo" como una revelación de las jerarquías dentro del movimiento, como la constatación palpable de que el verdadero poder reside en la familia del fundador.
Más allá del exceso de imaginación y la falta de ética periodística para hacer pasar una imagen por lo que no es, aun sabiéndolo, el tema remite a una inquietud política razonable. ¿Cuál es el estado de la relación entre el expresidente y su sucesora? ¿Hay posibilidad de una fractura entre la heredera del bastón de mando y otros dirigentes de la 4T a propósito del legado obradorista?
Son preguntas válidas, desde luego, pero también tendría que serlo el intento de responderlo. El estado pulverizado en el que se encuentra la oposición reside en buena medida en los pésimos diagnósticos que se hicieron sobre López Obrador a lo largo del sexenio, pues llevados por el deseo de su fracaso siempre asumieron que se trataba de un liderazgo y una popularidad a punto del desplome. Al final, en las urnas, descubrieron que la realidad había sido otra. Creerse ahora rivalidades enconadas o fracturas donde no las hay, repite el mismo error de apreciación.
Desde luego el relevo de poderes dentro de una fuerza política genera tensiones. En este mismo espacio señalé el peligro de que algunas corrientes radicales o puristas intenten posicionarse como los verdaderos defensores del obradorismo y en contra de cualquier inclinación revisionista por parte del nuevo gobierno.
Resultaba preocupante, también, la sucesión diseñada por Andrés Manuel López Obrador, quien para evitar fracturas repartió anticipadamente posiciones de poder a los rivales de Sheinbaum (Marcelo Ebrard, Adán Augusto López, Ricardo Monreal), provocando el riesgo de una competencia o feudalización del poder. La posibilidad existía. Sin embargo, el efecto combinado de tres factores ha conjurado tales riesgos. Primero, los genes inscritos en el código genético de la clase política que le lleva a subordinarse al tlatoani en turno; hay una inercia que sigue imponiéndose en favor del presidencialismo en México, tanto por la manera en que se estructura el poder como por las percepciones políticas. La fuerza reside en primera instancia en Palacio. Punto.
Segundo, es evidente que Andrés Manuel López Obrador decidió no atentar en contra de este principio. Prometió desaparecer de la escena pública y lo ha hecho a rajatabla a lo largo de estos cinco meses. Puede especularse lo que se quiera, pero hay reiteradas muestras de que no toma llamadas o acepta visitas, para no dar pie a otra interpretación. Entiendo que para muchos no es fácil creerlo, luego de su larga trayectoria en la escena pública. Hace tres meses interpreté, erróneamente, que la súbita decisión de forzar el voto de Morena para reelegir a Rosario Piedra en la CNDH había procedido de Palenque, Chiapas. Posteriormente pude enterarme de que no fue así y obedeció a otros protagonistas, pero ese es otro tema.
@jorgezepedap