Sonia. Migrante.
Estudió Administración en la UTT, empezó a trabajar en una maquiladora local. Su vida parecía ir tomando el rumbo que ella deseaba. Su novio trabajaba en Estados Unidos y le enviaba dinero para ir forjando su vida juntos, cosa que hicieron después de un tiempo. Se casaron y, meses después, una hermosa niña llegó para iluminar sus vidas. Su ahora esposo continuó su trabajo en Michigan, en la pizca de espárrago. Alternaba su estancia aquí y allá cada seis meses.
Una tarde, al salir de su trabajo e ir caminando al lugar donde vería a su esposo, dos hombres trataron de subirla a la fuerza a un vehículo, uno al volante y el otro intentando subirla. Sonia luchó con todas sus fuerzas y, finalmente, aunque con la ropa desgarrada, logró zafarse y corrió de regreso a su trabajo, donde la auxiliaron para llegar con su esposo.
Ella quedó con una fuerte impresión. Me comenta que en tres días no pudo dormir bien y lloraba mucho, incluso le costaba trabajo acercarse a su bebé. A raíz de esto, ellos decidieron que Sonia se iría con su esposo a trabajar junto con él en Estados Unidos, en la misma labor de la pizca.
A continuación transcribo, tal cual, las palabras con las que ella me ha compartido lo que es su experiencia allá:
"Desde hace dos semanas estoy trabajando en el campo, y me he dado cuenta de tantas cosas que nunca imaginé. Es muy duro, y aprendes a valorar cada dólar que ganas. En mi caso, no valoraba mucho el dinero que me enviaba mi ahora esposo. Sí lo cuidaba, pero en realidad no imaginaba lo duro que era ganarlo. Es muy difícil. Aquí, llueva o caiga nieve, hay que trabajar. He pasado fríos muy feos, he pasado calores horribles. Es incómodo comer a la intemperie, parada, porque ya estás fastidiada de estar sentada pizcando. O comer atún o sándwiches a diario. Se te cosen las manos con los guantes. Terminas llena de tierra de las mangas del suéter o picoteada por los bichos que hay en el campo. Y ni qué decir del sol, terminas muy quemada.
Yo no creí que se trabajara así. Nunca pensé que doliera tanto la espalda. Lo más difícil es dejar a mi hija en manos de alguien que apenas conozco, y es difícil cada día que la vamos a dejar por la mañana.
En el trabajo no hay hora de salida, es hasta que termines de cortar todo y al otro día es como si no hubieras cortado nada. Vuelve a salir espárrago. Los primeros días mi esposo se reía de mí porque tenía pesadillas soñando que se me había pasado cortar una parte. A veces, ya cuando vamos por el penúltimo surco, me ando rajando.
Con mi primer cheque le mandé dinero a mi mamá por el 10 de mayo y le dije: ´Se sufre para ganarlo, má´, pero me sentí feliz de haberle dado un poco de lo que con tanto esfuerzo gané."
Hasta aquí lo que me comparte Sonia. A ella le gustaría que la gente, sobre todo la que tiene familiares allá que trabajan en condiciones similares para poder mandarles algo de recursos, sepa lo difícil que es y pueda valorar y apreciar su esfuerzo.
A mí me gustaría que Sonia hubiera podido seguir con los sueños que tenía por realizar en esta ciudad. Me gustaría que la gente no tuviera que irse por miedo, obligada por una situación descontrolada que afecta la vida de tantas personas.
Me gustaría que aquella canción del grupo Tres de Copas, "Se fue", no tuviera tanto de verdad: "Se fue, cuando ya se asomaba el amanecer, le dio un beso a su hijito y a su mujer, sin saber si algún día los vuelva a ver. Se fue, con los pocos ahorros que pudo hacer, con aquel morralito lleno de fe, con sus viejos huaraches bajo los pies. Sus pasos se tropezaron en el norte, sus pasos jamás volvieron hacia el sur, la liebre cayó en las garras del coyote, y el sueño quedó atrapado en una cruz".
Y me gustaría que, quienes consideran ser de una condición "superior" a la de estas personas, supieran que, tras cada migrante, hay un ser humano que sólo aspira a luchar por su elemental derecho a la supervivencia y a una vida en paz; tal vez así habría más posibilidades de que los trataran con un poquito más de dignidad, y no como a un hato de animales o una plaga de criminales.
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