Teuchitlán y la materia de las guerras

En el ánimo de evitarse una crítica política y asumir sus costos, el Gobierno de México ha destinado grandes cantidades de recursos al negar el carácter exterminador de Teuchitlán. Al hacerlo, dejó de percibir el problema de fondo de ese y de otros lugares semejantes
Aún las más oficialistas narrativas sobre Teuchitlán, no han podido desconocer que constituía un campo de entrenamiento para los soldados del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Estos discursos se centraron en negar la condición de campo de exterminio del Rancho Izaguirre, no así en demostrar que ahí no se preparaba a los jóvenes recluidos forzadamente para servirles de combatientes en sus luchas contra otros carteles y contra el Estado mexicano.
Con independencia de lo lamentable que resulta ver al Gobierno asignar culpas ajenas para evitar las propias o para tratar de difuminar los hechos que les son imputables, lo cierto es que también en el aspecto de reclutamiento y entrenamiento militar, Teuchitlán es paradigmático. No único, tristemente, pero sí ejemplo de lo que, negativas aparte, está sucediendo en muchas otras conocidas y denunciadas partes del territorio nacional.
Los carteles de los crímenes autorizados y organizados mantienen un importante y sostenido conflicto militar con, insisto, otras organizaciones semejantes. Como en cualquier otra guerra, en esta se busca imponer la dominación necesaria para, a su vez, generar o mantener la situación que les permita desarrollar sus actividades, en este caso de carácter criminal. Hacerse de un territorio y, correspondientemente, desplazar a los contrincantes de dichos grupos criminales, es condición necesaria para imponer cobros por "derecho de piso", trata de personas, distribución de sustancias ilícitas o, genéricamente dicho, la venta de "protección". Quien no cuenta con un territorio "propio" no puede imponer su propia coacción ni posibilitar sus acciones delictivas. El dominio y asentamiento de un grupo en un territorio para efectos de ilicitud, requiere la expulsión o control de los grupos rivales. Como unos y otros mantienen la lógica del ejercicio violento de la fuerza para respaldar sus actividades, necesitan de un aparato militar propio con el cual enfrentar, controlar y eliminar a la competencia.
Además, los grupos criminales tienen que enfrentar a los cuerpos de seguridad del Estado, siempre que, desde luego, los miembros de este último no hayan sido cooptados o de plano formen parte de la delincuencia misma. Si en nuestro país se tomó la decisión de enfrentar a la delincuencia mediante las fuerzas armadas y, con el pasar de los años tal decisión se convalidó y reforzó, resulta que los grupos delincuenciales habrán de enfrentarse a esas fuerzas en una guerra militarizada.
Teuchitlán ejemplifica dramática y macabramente uno de los elementos más complejos de la guerra que los carteles realizan entre sí y contra las fuerzas estatales. Como en todo conflicto armado, su éxito depende de tres grandes elementos. El primero, y más evidente, corresponde a las estrategias y tácticas de combate frente a sus rivales y a soldados y marinos. Del modo que, como se represente en cada caso a la guerra y, desde ahí, del modo en el que se sientan agredidos y busquen actuar como agresores. En el segundo elemento se encuentran las operaciones de inteligencia para predecir y reaccionar ante los movimientos de quienes tengan asignado el carácter de enemigos.
El tercer elemento que me interesa destacar es el relacionado con los pertrechos y suministros que los diversos cuerpos en combate tienen que mantener para estar y continuar en la lucha. Tales recursos materiales consisten en transportes, combustibles, alimentación, equipos de comunicación y vigilancia, así como otros implementos semejantes. Son también las armas, explosivos y municiones necesarios para mantener la capacidad de fuego para sobrevivir e imponerse. Además de los anteriores y de alguna manera bastante evidentes, hay otro de gran relevancia: el que tiene que ver con el número de efectivos que pueden reclutarse en el tiempo.
Por tratarse de una guerra entre los dos frentes existentes, es claro que hay decesos en todos los bandos involucrados. Cada uno tiene sus propias tasas de fallecidos como consecuencia de sus correspondientes enfrentamientos y purgas internas. Tal vez en el corto plazo las defunciones pueden ser absorbidas, pero no así en el mediano plazo ni a lo largo de amplios periodos de tiempo. Sin ser un factor único, el triunfo de un cartel sobre otro o, inclusive, de uno de ellos sobre las fuerzas nacionales del país, puede depender de la "tasa de reclutamiento" (Turchin) que cada grupo pueda mantener.
En la lucha armada que el país vive desde hace ya varios años, el Ejército, la Marina, la Guardia Nacional y las diversas policías federales y locales, han tenido sus propios procesos de bajas y reclutamiento. Hasta ahora no parece existir lo que, dicho esto con la mayor seriedad y respeto, podría considerarse un déficit de miembros operativos. Sin embargo, ello no puede darse por descontado si persisten este tipo de enfrentamientos en las modalidades que hasta ahora conocemos.
En donde sí parece existir un problema es en el número de efectivos de los carteles. El número de personas con las que pueden reemplazar a sus integrantes muertos en combate. Es en este aspecto específico en el que Teuchitlán cobra todo su significado. Los carteles están realizando, en diversas zonas del país y mediante variados métodos, la leva de jóvenes para constituirlos en sus soldados y mandarlos a combatir a otros grupos o a las autoridades públicas.
Cuando una persona es engañada o levantada para entrenarla en el uso de las armas, es con el propósito evidente y declarado de utilizarla como fuerza militarizada. A los no aptos —y por más que desde el obierno se quiera negarlo— se les asesina y crema. A los que se les encuentra alguna funcionalidad instrumentalizada para la guerra, se les invierten recursos y se les prepara para ser trasladados a los frentes de batalla y, como en toda guerra, se les ordene tomar posiciones o destruir objetivos siempre a partir de la eliminación física de los enemigos. G
En el ánimo de evitarse una crítica política y asumir sus costos, el Gobierno de México ha destinado grandes cantidades de recursos al negar el carácter exterminador de Teuchitlán. Al hacerlo, dejó de percibir el problema de fondo de ese y de otros lugares semejantes. De la importancia de los lugares en los que de manera forzada se están preparando a las personas para ser combatientes. Para posibilitar y mantener las guerras fratricidas entre miembros de carteles o frente a las fuerzas militares y de seguridad del país.
Si nuestras autoridades dejaran por un momento de tratar de justificarse o de culpabilizar a otros de lo que les va apareciendo, se darían cuenta que uno de los modos más serios y eficientes de combatir a las nuevas delincuencias es la reducción de sus tasas de reclutamiento. Que, al lado de los esfuerzos por disminuir su suministro de armas, explosivos y municiones, es indispensable desarticular aquellos campos en los que se está entrenando a los que pronto serán los nuevos combatientes. Que el esfuerzo y los recursos destinados a negar la existencia de esos campos de entrenamiento bien podrían aprovecharse para desaparecerlos.