Columnas - TIMOTHY GARTON ASH

¡Todos somos canadienses!

  • Por: TIMOTHY GARTON ASH
  • 03 MAYO 2025
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¡Todos somos canadienses!

¡Liberales de todos los países, uníos! Justo cuando las fuerzas antiliberales de fuera de Occidente están adquiriendo más pujanza que nunca, Estados Unidos ha decidido sumarse al ataque contra todo lo que significamos. Frente a esta gran arremetida de los nacionalistas antiliberales, necesitamos una reacción inequívoca de los internacionalistas liberales. El extraordinario vuelco electoral en Canadá y la victoria de los liberales, encabezados por Mark Carney, demuestran que es posible, y tal vez siga sus pasos Australia en las elecciones federales de este fin de semana.

Una idea esencial del liberalismo es que, para que la gente pueda convivir bien y en libertad, el poder siempre debe estar repartido, sometido a escrutinio y control. Frente a una exhibición de poder descarada e intimidatoria, ya sea de Washington, Moscú o Pekín, tenemos que construir y concentrar el poder para contrarrestarla. En la larga historia del liberalismo, la libertad de prensa, el Estado de derecho, los sindicatos, una comunidad empresarial que no tenga lazos con el poder político, las ONG, las instituciones dedicadas a la búsqueda de la verdad —como las universidades—, la resistencia civil, las organizaciones multilaterales y las alianzas internacionales han servido, junto con el multipartidismo y la celebración periódica de elecciones libres y limpias, para frenar a quienes desearían ser reyes.

Ahora bien, cuando reunimos en esta lucha a todos los que creen en la libertad individual para todos por igual, los liberales nos creamos nuestros propios problemas. Las políticas de los últimos 40 años que muchas personas relacionan con el liberalismo han fomentado un descontento popular del que se aprovechan los populistas nacionalistas. El neoliberalismo, sobrealimentado por el capitalismo financiero globalizado, ha generado unos niveles de desigualdad que no se veían desde hacía cien años. La política identitaria concebida para reparar las desventajas históricas de determinadas minorías ha dejado a muchos otros miembros de nuestras sociedades —en particular los hombres blancos, trabajadores y de clase media— con la sensación de que ahora son ellos los que están cultural y económicamente abandonados. Los dos puntos de vista incumplen la promesa central del liberalismo, resumida con lucidez por el filósofo Ronald Dworkin como "el mismo respeto e interés" para todos.

El neoliberalismo también ha convertido a la democracia más poderosa del mundo en algo muy parecido a una oligarquía. La separación entre la riqueza privada y el poder público, una innovación valiosísima y frágil de la democracia liberal moderna, ha desaparecido. Varios plutócratas insaciables como Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg han decidido sostener el poder político de Donald Trump, mientras él promueve sus propios intereses económicos y los de sus amigos ricos. Con ayuda de los medios de comunicación y las redes sociales propiedad de esos plutócratas, Trump consigue convencer a muchos estadounidenses de que la culpa de sus penalidades es exclusivamente de los extranjeros (los inmigrantes, China), cuando, en realidad, lo es mucho más de personas como Musk, Bezos y Zuckerberg.

Por consiguiente, tenemos que luchar al mismo tiempo en dos frentes: contra los enemigos del liberalismo y contra los problemas creados por el propio liberalismo. La unión hará la fuerza. Si intentamos negociar por separado con los matones, ya sean los de Washington, Moscú o Pekín, acabarán con nosotros uno a uno.

Estas coaliciones de contrapoder estarán formadas por Estados, pero también por miembros de la sociedad civil y activistas. Por lo menos la mitad de la población de Estados Unidos está de nuestro lado. En los Estados autoritarios que celebran elecciones, como Turquía y Hungría, también hay muchos ciudadanos que desean ser libres. El mayor ejemplo mundial de internacionalismo liberal en la práctica, la Unión Europea con sus 27 Estados miembros, será un elemento crucial para la lucha. También lo serán grandes democracias nacionales, como Reino Unido, Canadá, Japón y Australia.

Hay que hacer muchas cosas a la vez. Un punto de partida evidente es promover el libre comercio frente al proteccionismo trumpista y su política de empobrecer al vecino. Desde luego, es más fácil decirlo que hacerlo, porque los acuerdos comerciales mutuamente beneficiosos tardan. Pero ya hay avances que pueden ser inmediatos. El acuerdo comercial entre la UE y el grupo de Estados latinoamericanos de Mercosur no espera más que la ratificación de todas las partes interesadas. El Reino Unido y la UE deberían ser más ambiciosos en la próxima cumbre bilateral que celebrarán el 19 de mayo. La UE no necesita contar con nadie de fuera para crear un espacio digital único y unos mercados de capitales unificados, ni para fortalecer las respectivas industrias del sector de la defensa, que también sería un estímulo económico neokeynesiano.

El monopolio de las redes sociales y la riqueza desmesurada de los oligarcas estadounidenses son un peligro para todos los demás países. Si la UE estuviera dispuesta a utilizar su superpoder regulador en coordinación con otras democracias liberales, tendríamos más capacidad de frenarlos. Pero la regulación y los impuestos, por sí solos, no son suficientes.

Independientemente de que estemos en Europa, Canadá, Australia o Japón, toda nuestra infraestructura digital, en la práctica, es estadounidense. Imaginemos que se nos paralizan el iPhone y el iPad, además del proveedor de servicios en la nube, Google, Amazon, Facebook, Instagram, WhatsApp y Twitter (también llamado X-itter). ¿Qué quedaría? ¡TikTok! "Y Bluesky", me dirán: la plataforma social preferida de los progresistas. Pero también es estadounidense. No es solo cuestión de infraestructuras. Se trata de ver cómo crear una esfera pública digital esencial para el futuro de la democracia liberal.

Las iniciativas de la sociedad civil también pueden ayudar. ¿Por qué, por ejemplo, no hemos visto todavía ninguna declaración seria de solidaridad de las universidades de todo el mundo liberal con las que están siendo objeto de acoso en Estados Unidos?

Lo mismo pasa con las protestas de los consumidores. La repercusión del boicot espontáneo contra los Tesla ha hecho que Musk esté pensando en volver a su actividad empresarial y tener menos tiempo libre para vandalizar la Administración del Estado de su país. Los canadienses están instalando en el teléfono la aplicación Buy Beaver, que les permite evitar los productos fabricados en Estados Unidos (espero que también boicoteen los rusos).

A la hora de luchar, también resulta importante el estilo. Si los nacionalistas antiliberales emplean la cachiporra, nosotros la espada. Cuando ellos pelean sucio, nosotros jugamos limpio. Cuando ellos enloquecen, nosotros mantenemos la calma. Cuando mienten descaradamente, nosotros nos atenemos a los hechos.

En política exterior, el problema más urgente es salvar a Ucrania, ahora que Trump está traicionándola. Sus presiones a los ucranios para que renuncien incluso a su reivindicación legal de que Crimea forma parte del territorio soberano de su país demuestra hasta qué punto es crucial apoyarlos en estos momentos para defender los principios fundamentales del orden internacional liberal.

El mundo que quede después de este huracán no será el mismo. Habrá cambiado gracias a las lecciones que extraigamos de nuestros propios errores, que nos enseñarán a reconstruir algo mejor, y por la revolucionaria repercusión de Trump. Una constelación democrática liberal sin las garantías del "Leviatán liberal" estadounidense, como lo ha calificado el profesor de Princeton John Ikenberry, será muy diferente al mundo que hemos conocido entre 1945 y 2025.

Incluso la geografía cambiará. Por ejemplo, Canadá, que antes parecía —en el mejor sentido posible— un país situado en la periferia de la política mundial, cómodamente arropado entre unos Estados Unidos amigos y un Ártico helado, se está convirtiendo, de pronto, en un Estado en primera línea de batalla. Uno de los países más liberales del mundo es, junto con Ucrania, objeto de los peores ataques antiliberales de Trump. Y el Ártico, debido al deshielo, constituye un nuevo gran escenario de rivalidad internacional. Por suerte, parece que Canadá va a tener un Gobierno que no solo se llama a sí mismo liberal, sino que también lo es a la hora de combatir.

Hace un cuarto de siglo, cuando Estados Unidos sufrió los atentados terroristas islamistas del 11 de septiembre de 2001, el director de Le Monde publicó un titular famoso: "¡Todos somos estadounidenses!". Hoy, los amigos de la libertad en todo el mundo deberían decir: "¡Todos somos canadienses!".


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