Traje de luces
Mi jefe Manuel Ramírez solía decir: "Para ser torero, primero hay que parecerlo". Se refería con esto a la importancia de proyectar profesionalmente una imagen personal adecuada, y la metáfora era muy acertada. El oficio del torero está muy ligado al característico traje de luces que lo distingue y que no deja lugar a dudas de cuál es la actividad a la que se dedica.
Para un torero, ponerse el traje de luces es todo un ritual casi mágico, pues es el momento donde el hombre se prepara para el encuentro con su destino, para el enfrentamiento que tendrá con un poderoso astado de más de 500 kilos.
Lo primero que hace el torero es "montar" su altar. De una pequeña caja de madera saca y extiende un promedio de 50 estampas, imágenes, escapularios y rosarios, todo aquello que representa su fe y su devoción. Se concentra mientras acomoda las imágenes; cada una tiene un lugar y un significado especial.
Después de esto, empieza con la colocación de cada prenda. Se pone unas mallas blancas, las medias rosas y se "monta" la taleguilla (el pantaloncillo), la cual amarra debajo de sus rodillas con una especie de cintas o correas llamadas "machos". Ellos le llaman a esto "amarrarse los machos" y es un símbolo de estar preparado para enfrentar el peligro.
Acto seguido, se calza las zapatillas negras que tienen un moño solo para adornarlas. Sigue con la camisa y el corbatín, y posteriormente la fajilla, que también es solamente un adorno. Continúa con el chaleco y finaliza con la casaca (el saco), pero antes de ponérsela, se persigna ante ella, solicitando la ayuda divina para la faena que está por iniciar.
Como elementos adicionales, prende a su cabello la coletilla que lo identifica como torero activo y se pone el clásico sombrero (montera), que utilizará para ofrecer o brindar su faena. Se coloca el capote ornamental (tela corta decorada que asemeja la que usará para desviar las embestidas del toro) y está listo para lanzarse al ruedo, ataviado con ese traje que lo hace sentir orgulloso, motivado, pero sobre todo, ilusionado.
Todos en la vida buscamos alcanzar el éxito y la felicidad; para ello, cada día enfrentamos una faena de la que esperamos salir victoriosos, tal como el torero cuando sale en hombros. "Para ser torero, primero hay que parecerlo" decía Manuel. Así que yo te sugiero a continuación un "ritual" para enfrentar tus faenas investido con tu propio "traje de luces" que te distinga y te identifique como una persona consagrada a la búsqueda de esa felicidad y de ese éxito que anhelas.
Empieza por "montar tu altar". Al empezar tu día, acomoda en tu mente las imágenes de aquellas personas que para ti tienen un significado especial y que le dan sentido a tus batallas. "Amárrate los machos", predisponiendo tu mente para enfrentar con grandeza de ánimo cualquier peligro o reto que la vida te presente.
Recuerda que, así como el traje de luces tiene elementos que solo son de adorno pero que no por ello son menos importantes, así también deberás tú incorporar a tu imagen elementos de adorno también muy importantes: una sonrisa contagiosa, un saludo cordial y sincero, una palabra de aliento siempre lista para ser soltada a la menor provocación.
No olvides simbólicamente "persignarte" ante la casaca. A la manera que tu fe lo indique, solicita la ayuda divina, el poder de los cielos que está a tu disposición, para que te ayude en la faena que vas a iniciar.
Piensa a quién le brindarás tu faena; a quién le ofrecerás el fruto de tu esfuerzo de este día, y eso no necesariamente incluye solo a terceras personas. Es válido que lo hagas también por ti, por alcanzar una mejor versión de ti mismo que te permita cumplir tu misión en esta vida. No olvides llevar el capote para desviar todas las críticas y las malas vibras que gente mal intencionada trate de lanzarte.
Ataviado con ese traje siéntete orgulloso, busca algo dentro de ti que te motive y lánzate al ruedo con un corazón lleno de ilusiones. Ataviado con ese traje, toma la determinación de ir al encuentro de tu destino y de enfrentar las pruebas, no importa que sean más atemorizantes que un astado de 500 kilos. Ataviado con ese traje, no dudes en decir, lleno de confianza en ti mismo: "¡Que me suelten el toro!".
Te deseo una venturosa faena, y que al término de cada día, puedas salir triunfante en hombros. Que Dios te bendiga, y ¡SUERTE, MATAOR´!
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