¿Un destello o una luz?
La mayoría relativa obtenida por el Nuevo Frente Popular en Francia el 7 de julio tiene un cuádruple significado histórico. En primer lugar, constituye la victoria de la tradición republicana francesa frente al peligro mortal que para la democracia representa la extrema derecha. Subraya la solidez de las raíces republicanas de Francia: gente de derechas votó a gente de izquierdas y de extrema izquierda y viceversa.
Es una lección para las derechas conservadoras europeas que sienten la tentación de aliarse con la extrema derecha. Si Italia ha sucumbido a los cantos de sirena de la xenofobia y a que los neofascistas se hayan apoderado de la democracia, al acoso a los periodistas y la prensa independiente y a los ataques constantes contra las asociaciones de la sociedad civil, es porque la derecha italiana lleva demasiado tiempo coqueteando con el neofascismo; y eso puede ocurrir también en otros países.
Francia, la segunda potencia europea, acaba de cerrar esta vía: la derecha conservadora francesa ya no va a poder, al menos hasta dentro de mucho tiempo, seguir manteniendo un doble discurso, por un lado, en favor del pluralismo político y, por otro, asumiendo los argumentos de la extrema derecha. El Frente Republicano ha logrado su objetivo y la izquierda, con su mayoría relativa, no se dejará engañar por maniobras políticas.
El segundo significado se resume en la sonora bofetada que acaba de recibir Emmanuel Macron. El presidente quería hacer una jugada con la disolución de la Asamblea Nacional y aprovechando en su propio beneficio el miedo a Reagrupamiento Nacional, pero ha acabado con un partido desangrado, cuyos diputados no habrían salido elegidos, en su mayoría, si no hubiera sido por la retirada de los candidatos de la izquierda republicana.
Macron decía luchar contra el caos, pero el pueblo le ha recordado que, en realidad, es él quien lo ha creado. Es él quien no ha dejado de manipular, sobre todo desde su reelección en 2022, los nauseabundos argumentos de la extrema derecha —sobre inmigración, sobre seguridad, sobre el desprecio al pueblo— y quien ha hecho todo lo posible por debilitar la franja republicana, con el único objetivo de convertir a RN en su único adversario y desdeñar a las demás fuerzas políticas.
Para poder jugar a ser el salvador. Pero la opinión pública, al margen de los misterios de la política de partidos, le ha gritado: "¡Basta!" Aunque seguirá buscando subterfugios para sobrevivir, ha quedado políticamente descalificado; y, aunque sigue teniendo una legitimidad jurídica intacta en virtud de las instituciones de la V República, su legitimidad política ha quedado muy maltrecha.
Sus escasas tropas se encargarán de hacerle saber que el espectáculo ha terminado: ese es el sentido del discurso del primer ministro, Gabriel Attal, que le recordó, en vista de los resultados, que ya no le debía nada.
El tercer significado tiene que ver con la extrema derecha. En los últimos años, bajo el disfraz de Reagrupamiento Nacional, ha intentado ocultar su auténtico rostro mientras dejaba escapar el odio suficiente hacia los inmigrantes y los extranjeros para convertirlos en chivos expiatorios indefensos de los problemas de la sociedad francesa.
El objetivo del partido era adquirir más importancia, hacer creer que era una fuerza política tan respetable como las demás. ¿Qué futuro le espera? Sigue siendo fuerte, ha perdido una batalla, pero no la guerra. Tiene una cuantiosa representación en la Asamblea Nacional y, después de su derrota, nada indica que no vaya a participar en las maniobras del presidente de la República.
Porque se avecina una gran partida, con las próximas elecciones presidenciales —dentro de tres años— como objetivo. Sin embargo, ahora, a RN no le interesa acortar este plazo, porque Marine Le Pen probablemente no saldría elegida. Esta es otra consecuencia del 7 de julio.
El cuarto significado afecta a la izquierda victoriosa y, en particular, a las agitadas relaciones dentro de ella. Es evidente que existen divergencias entre sus componentes, sobre todo entre los restos del Partido Socialista, que siguen inclinándose hacia el liberalismo (el regreso de François Hollande a la Asamblea no permite nuevas esperanzas) y la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon.
Todos saben que esta victoria relativa es su última oportunidad: hay que abordar a toda prisa las causas del ascenso de la extrema derecha. Todos saben que hay que ocuparse de inmediato de los problemas sociales, el poder adquisitivo, los derechos de los asalariados, las pensiones y una vida mejor.
Todos saben que habrá que llegar a un acuerdo, sin demagogias electorales, para devolver la esperanza a los barrios marginales y tranquilizar a los franceses que temen el desarrollo incontrolado de la inmigración. Y todos saben que el presidente Macron hará todo lo que pueda para desbaratar su trabajo.
¿Conseguirán llevar a la práctica el programa mínimo que redactaron de forma apresurada hace tres semanas? No hay nada que permita pensarlo. Pero su voluntad de luchar y el hecho de que son muy conscientes de los grandes obstáculos que les aguardan los obligarán a encontrar la forma de entenderse, porque los ciudadanos que han depositado su confianza en ellos no les perdonarán otro fracaso. Sabremos pronto si lo ocurrido el 7 de julio no fue más que un destello en la noche o una verdadera luz para los tiempos venideros.