Una inyección y un zarandeo
La UTT es una universidad incluyente; no sólo admite estudiantes con capacidades diferentes, también hay personal docente y administrativo con esas características.
En esta ocasión, quisiera platicarles de cinco extraordinarias personas que forman parte de este gran equipo de trabajo:
Juan Carlos González Reyes.- perdió la vista después de los 30 años a causa de la diabetes. A causa de eso también su trabajo en la CFE, lo que lo llevó a una fuerte depresión por casi un año. Sus riñones también se afectaron por la enfermedad y su esposa le donó uno, dándole otra oportunidad de vida que él valora grandemente. Con el apoyo de ella se propuso salir adelante y está por terminar su carrera de Gestión de Proyectos en la UTT. Labora en el área de Inclusión Educativa y coordina visitas industriales. Como maestro que fui de él, siempre admiré su buen humor y su entusiasmo, y me bastaba voltear a verlo para mejorar mi estado de ánimo cuando me sentía abrumado.
Rubén David Soto Zárate.- Padece retinosis pigmentaria de nacimiento. Habiéndolo enseñado y preparado su madre para ser autosuficiente, estudió Gestión de Proyectos y trabaja coordinando el programa de Inclusión Educativa. Es representante estatal del Sistema para la Protección de los Derechos de las Personas con Discapacidad del estado de Tamaulipas. Creó una fundación para apoyar a niños y jóvenes con discapacidad visual y auditiva y ha empezado a practicar tenis para ciegos. Es un muchacho que transpira iniciativa y liderazgo, del que estoy seguro escucharemos hablar en un futuro no muy lejano.
Reyna Berenice Martínez Vélez.- Si alguna vez hablas a la UTT, tal vez te responderá una voz pausada, como con cierta dificultad para pronunciar las palabras, pero muy dulce y tranquilizadora. Ella es Reyna. Nació de 7 meses con retraso psicomotor y parálisis cerebral. De pequeña se arrastraba por el suelo para poder moverse, hasta que con ayuda de rehabilitación logró sostenerse usando una andadera. Planea estudiar Pedagogía. En sus tiempos libres vende dulces en la calle para complementar su sustento, pues vive independiente de su familia. Así que, si un día ves en la plaza principal a una joven en silla de ruedas y una cajita de golosinas variadas, acércate a ella. Tú le comprarás un dulce y ella te regalará una sonrisa y una dulce experiencia.
Octavio Eduardo Magallán Patlán.- Lo veía al pasar por la recepción de la universidad y ya lo admiraba por su empeño en trabajar, pero cuando supe que ha sido campeón mundial de tenis para ciegos, mi admiración creció. Participó, primero, en España (5º lugar), luego en Irlanda (1er. lugar) y nuevamente en España para llevarse el campeonato, por lo que la Universidad se honra en contar nada menos que con un bicampeón mundial. Este 2020 competirá en Italia (Wow!). Como ven, Octavio domina el difícil arte de devolver las pelotas al contrincante en el campo de tenis, pero un mérito aún mayor es haber aprendido el aún más difícil arte de devolver con dignidad las "pelotas" de dificultades en el campo de la vida.
Aurora Azeneth García Ontiveros.- Otra bella flor que embellece la recepción de la Universidad en el segundo turno. Perdió la vista a los 12 años por glaucoma congénito. Eso no fue impedimento para que terminara la Licenciatura en Derecho y ejerciera por un tiempo en un despacho atendiendo asuntos familiares y laborales. Planea más adelante volver a ejercer la abogacía, por lo que se ha propuesto estudiar una maestría y un doctorado que le permitan abarcar, también, la rama penal. Estudió, además, piano, canto, masajes antiestrés y, como ella misma dice, "un poquito de todo".
Pero, ¿qué es eso que escucho? ¿es acaso un joven con sus cinco sentidos diciendo que no puede terminar su carrera? No, seguramente me equivoqué.
Y con Aurora cerramos este ramillete de inspiradores ejemplos de vida.
No sé ustedes, pero para mí, conocer y platicar con estas cinco personas ha supuesto una inyección y un zarandeo. Una inyección de optimismo, de aliento, de certeza: la certeza de que el ser humano tiene un potencial enorme que muchas veces no alcanza a dimensionar. Y un zarandeo, una sacudida para mi cerebro que a veces se ve tentado a caer en la autocompasión por retos y dificultades que, ante los de estos muchachos, son insignificantes.
Así que ahí se los dejo para la reflexión. Aplíquense la receta: la inyección y el zarandeo. Les aseguro que los ayudará a ver sus propias circunstancias de una manera muy diferente.
jesus_tarrega@yahoo.com.mx
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