Una mirada amplia a la salud mental
Recientemente se han cumplido 40 años desde que el Ministerio de Sanidad, dirigido por Ernest Lluch, convocara la Comisión Ministerial para la Reforma Psiquiátrica en España. Esta Comisión derivaba de las luchas de los profesionales y pacientes de salud mental que exigían un cambio de modelo: cerrar los manicomios para dar lugar a una red comunitaria en la que prevalecieran la dignidad y derechos de los pacientes como ciudadanos, con la firme creencia de que el tratamiento médico también tenía que ver con las condiciones de vida de las personas.
Este cambio tuvo resistencias por parte de quienes ostentaban el poder psiquiátrico desde los manicomios y las universidades. Sin embargo, estaba respaldado por un consenso social que no podía tolerar el trato inhumano que se les daba a las personas con problemas de salud mental, por los propios pacientes y por la mayoría de profesionales que consideraban que su trabajo no podía consistir en encerrar, silenciar y excluir. Esta decisión política supuso una verdadera re-
volución en las vidas de las personas con trastorno mental grave y sus familias.
Nos encontramos en otro periodo de reforma donde el malestar de la población es evidente: desde trastornos mentales graves, a conductas autolesivas, cuadros depresivos reactivos o simplemente en cansancio inespecífico.
Varias crisis económicas, una pandemia y una situación de emergencia climática han incrementado el malestar psíquico, con cifras alarmantes comparables a las de cualquier enfermedad infecciosa. El problema es que los trastornos mentales no son infecciosos. No contamos con un virus que explique lo que ocurre a múltiples niveles en nuestra sociedad. Entonces, ¿qué está pasando?
A pesar de que las mayores partidas de financiación a la investigación desde los años ochenta se han dirigido a estudios sobre bases neurobiológicas de los trastornos mentales, los resultados obtenidos no han podido explicar el fenómeno que nos ocupa.
Y aunque estas investigaciones siguen siendo necesarias, es momento de ampliar la mirada hacia otra evidencia científica. Como se recordaba recientemente en estas mismas páginas, algunos de los investigadores más prestigiosos sobre salud mental nos explican que los eventos adversos en la infancia son determinantes a la hora de desarrollar trastornos mentales graves.
La Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea apelan desde hace años a un enfoque en salud mental que integre los determinantes sociales de la salud, o el uso de la prescripción social en nuestras intervenciones terapéuticas. En un reciente estudio del Consejo de la Juventud e Intermón Oxfam se señalan como principales causas del aumento de sufrimiento psíquico entre los jóvenes, los problemas de vivienda y trabajo.
Quizás, como dice el doctor Alberto Fernández Liria, los trastornos mentales son una "enfermedad social y un reto para el cerebro", y no al contrario. Así, no es de extrañar que en una sociedad emocionalmente desbordada por la incertidumbre, el aumento de los ritmos de trabajo y vida, la precarización y la falta de expectativas para los más jóvenes, tengamos cifras en aumento de ansiedad, depresión o cualquier otra forma en que nuestro cuerpo pueda intentar expresar el malestar.
Se trata de un problema colectivo. Y colectiva está siendo la demanda al sistema de salud mental. Las listas de espera para Psicología y Psiquiatría sobrepasan en ocasiones el año. Los trabajadores en salud mental apenas pueden ver a un paciente cada seis meses.
De nuevo, como hace 40 años, los trabajadores de la salud mental sienten que su labor no tiene sentido en estas condiciones. Y de nuevo hay que cambiarlas. Pero esta vez, el objeto de cambio no es un edificio que podamos cerrar y una red que construir.
Se trata de un abordaje que incida en la prevención y en respuestas sociales a los problemas sociales y atención desde los dispositivos de salud mental de forma prioritaria a los trastornos mentales graves. Porque desde las consultas no se puede resolver la falta de vivienda, pero sí hacer terapia en psicosis.
Si las listas de espera de Psicología están plagadas de problemas laborales, será desde lo laboral que se tiene que responder a esas listas de espera. Eso permitirá, al menos en mejores condiciones que las actuales, hacer lo que sabemos que funciona en la red de asistencia especializada a la salud mental: más tiempo para atender, más escucha, más apoyo a personas con TEA, trastornos de personalidad o depresiones mayores, más derechos y más participación de las personas con trastornos mentales. Más profesionales, desde luego, pero en un modelo distinto de atención. Ese es el gran reto.
La desesperación de enfrentarnos a este enorme problema puede provocar enfados que, entendemos, tienen que ver con el deseo de una respuesta inmediata y sencilla. Certezas ante la complejidad. Como si fuera posible explicar lo que ocurre y lo que necesitamos a golpe de titular.
El Comisionado de Salud Mental surge, tal y como ocurrió hace 40 años, como respuesta política necesaria a nuestra crisis de salud mental. A una situación que demanda un cambio. No podemos resolver una crisis distinta con las mismas respuestas de entonces, pero debemos recoger la lección de que va a ser necesario asumir la complejidad, trascender el modelo con el que hemos estado respondiendo hasta ahora y superar las diferencias. Porque en lo importante estamos de acuerdo.