La micropolítica del diálogo
Sólo han transcurrido dos semanas desde la marcha del viernes 16 y, aunque ha habido múltiples reacciones, incluyendo las oficiales, obviamente no son suficientes para resolver los 13 puntos del pliego petitorio que las mujeres formularon:
1- Decretar la Alerta de Violencia de Género para la CDMX y todo México.
2- Sanción a los actos de filtración de la información.
3- Enjuiciar a los culpables de los delitos.
4- Acciones de reparación y no repetición.
5- No criminalización de la protesta social.
6- Garantías de seguridad para que las mujeres puedan transitar de manera libre y segura.
7- Protocolo estricto en el reclutamiento de cuerpos policiales.
8- Investigación de abusos sexuales previos por parte del cuerpo policiaco.
9- Que fuerzas militares no se encuentren a cargo de la seguridad pública.
10- Transparentar el trabajo del cuerpo policial.
11- Prevenir la violencia de género en todas las Instituciones gubernamentales de la CDMX.
12- Participación social y política de las mujeres en estrategias contra la violencia.
13- Disculpa histórica por los agravios cometidos en contra de los DH de las mujeres desde su fundación.
Como estrategia de visibilidad del movimiento, los 13 puntos ponen en blanco y negro ciertos referentes y los hacen disponibles para el resto de la sociedad. Pero un texto como el pliego petitorio, que sirve para expandir el imaginario de -posibilidades, es también un dispositivo simbólico que disputa las reglas políticas, tanto formales como informales. "Seamos realistas, exijamos lo imposible" dijimos en 1968. ¿Cómo se expresan las aspiraciones político-afectivas hoy? ¿Cómo se gestiona todo ese dolor y ese entusiasmo? Manifestarse para reclamar, establecer estrategias de visibilidad y difundir las desgarradoras cifras de la violencia son pasos para avanzar colectivamente. ¡Bien! Pero, además del trabajo de protesta desde la base, está el trabajo de interlocución que debe realizar el grupo que se sienta con el gobierno. ¿Quiénes son esas "nosotras" que van a interpelar a las autoridades? ¿Qué concepción de la política tienen?
Por otro lado, la protesta resultó un shock para el gobierno, pues por su alta legitimidad en las urnas y la narrativa de que "pueblo" y gobierno de Morena se identifican, reaccionó inicialmente mal, desconfiando de ese pedazo del "pueblo" que lo cuestionaba. La paradoja es que, como el gobierno está organizado en gran escala, no reacciona en lo micro de forma espontánea, mientras que las activistas, aunque estén organizadas en pequeño, pueden hacer contingentes de miles y multiplicarse espontáneamente pues la consigna de la violencia de género las moviliza.
En la tarea de buscar soluciones a los puntos del pliego petitorio habría que trazar la ruta del diálogo. Pero dialogar no es fácil, y además implica un dilema. "Quien entra en un diálogo, aunque las reglas del juego estén muy claras, no sabe exactamente cómo va a salir", dice Innerarity. Sí, como bien señala este filósofo vasco, "dialogar es siempre algo arriesgado". Y un diálogo requiere no sólo voluntad, sino compartir ciertos códigos para entenderse. Con frecuencia no es fácil descifrar lo que dice la otra parte. ¿Qué le pueden decir las activistas al gobierno para que las entienda? ¿Qué le puede decir el gobierno a las activistas para que lo entiendan?
Hoy, en relación con este dilema, empieza a tomar forma una idea con la que se intenta ver la política no como mera gestión, sino como experiencia transformadora.
El desafío más apasionante, más difícil, que no encuentra fórmulas fáciles, que exige una invención, ya que no hay nada previamente definido ni articulado, es el de mantener el diálogo, esa especificidad del proyecto emancipatorio. Suena fácil, pero los obstáculos son inmensos. A lo largo de un proceso de diálogo hay que admitir sospechas, rupturas, incluso errores, pero mantenerlo vivo. De eso trata la política. El diálogo abre interrogantes: ¿de qué es capaz un movimiento social, de qué es capaz el gobierno, de qué, cada una de nosotras?
Algo indispensable a tomar en cuenta es que la política está atravesada por una contingencia radical: nuestra condición humana. A los seres humanos nos pasan cosas y nos mueven emociones. El psicoanalista Jorge Alemán decía: "Como al sujeto le suceden un montón de cosas, conviene tener el coraje de afrontarlo para decir: ´Esta vez, tratemos de pensar los proyectos políticos sin engañarnos respecto de la condición humana; sin buscar coartadas, sin andar disimulando cómo está hecho el sujeto´". Y sí, estamos hechos de miedos y esperanzas, de miserias y grandezas, y como dice Judith Butler, de vulnerabilidad y resistencia. Intervenir como ciudadanas en la política es un acto de resistencia que no elimina la vulnerabilidad. Las activistas dieron ese paso y el estatuto político de sus actos activa no sólo los registros sensibles de sus cuerpos, sino también los códigos de la gramática política.
El diálogo como una práctica micropolítica reconfigura la subjetividad y se filtra al proceso colectivo. Se empieza a establecer un diálogo entre las distintas activistas, muchas de ellas feministas, y el gobierno. ¿Será posible crear formas de diálogo que acepten las tensiones, y las diferencias, pero que, pese a ello, escuchen las razones y propuestas de ambos lados?
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