Editoriales - Código Dresser

Línea letal

  • Por: DENNISE DRESSER
  • 09 MAYO 2021
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Línea letal

Qué dolor. Qué rabia. Qué impotencia. Presenciar el colapso del Metro, las familias desesperadas en busca de quienes no encuentran, la precariedad de ser pobre en un país donde se paga un costo tan alto por serlo. Algo se partió el lunes y no sólo fue la Línea Dorada; también se quebró la esperanza de que un gobierno de izquierda no reproduciría los viejos vicios que arrastra la obra pública desde hace años. Problemas de mala planeación, problemas de mal mantenimiento, problemas de corrupción. Ahí enquistados en el Paso Express, el Tren México-Toluca, el NAIM, los segundos pisos, y quizás prefigurados en las magnas obras de este sexenio como el Tren Maya, Santa Lucía y Dos Bocas. Diferentes administraciones demostrando los mismos vicios que dejan tras de sí obras caras o inconclusas, o caprichosas o peligrosas.

Porque siempre está presente la tentación de usar la obra pública para legitimar, para arrancar aplausos políticos sacrificando la calidad o la seguridad ante la prisa de inaugurar, como fue el caso de Marcelo Ebrard con la Línea 12. Siempre está la tentación de construir por vanidad u obsesión personal y no necesariamente por utilidad social, como fue el caso de Felipe Calderón con la Estela de Luz o AMLO con Dos Bocas. La política por encima del rigor técnico. La opacidad por encima de la transparencia. La cuatitud en las adjudicaciones en vez de la competencia en las licitaciones. La voracidad empresarial evidenciada en el imperativo de reducir costos y maximizar ganancias, con la anuencia del gobierno. El aumento en los costos originales que después entrañan subsidios permanentes porque han dejado de ser proyectos rentables. El desvío de recursos, los recortes presupuestales, los oídos y los ojos cerrados ante los reclamos ciudadanos. La impunidad transexenal, ya que –luego de colapsos y socavones y muertes– nadie es responsable, y ahí está Gerardo Ruiz Esparza para demostrarlo.

La Línea Dorada es un microcosmos de todo lo que podía ser mal y está mal, antes y ahora. Una obra con problemas desde que fue concebida, diseñada, alterada, inaugurada, luego cerrada y reabierta sin que lo señalado fuera arreglado. Un "incidente" –como lo llama Claudia Sheinbaum– terrible pero totalmente prevenible, dado que las alertas fueron ignoradas, los focos rojos fueron apagados, las recomendaciones acabaron archivadas. Como lo ha detallado el periodismo independiente, la historia de la Línea 12 es una de autoridades ausentes, autoridades irresponsables, autoridades cómplices. Desde antes de su inauguración, el director del Sistema de Transporte Colectivo, así como otros funcionarios, habían advertido sobre posibles fallas en las vías, bamboleos en los trenes y soldaduras, movimiento diferenciado entre los rieles, desgaste ondulatorio. A pesar de ello se inauguró, pero con parches y eludiendo las intervenciones mayores requeridas. El sismo de 2017 sólo agravó lo que desde el principio estuvo mal planeado, mal diseñado, mal construido.

En 2014, cuando la obra se clausuró temporalmente, investigadores de México Evalúa publicaron un estudio premonitorio, titulado La Línea 12: una tragedia anunciada. Siete años antes de que murieran 24 personas que no debieron morir, ya había voces alzadas que las autoridades no quisieron escuchar. Señalaban que ni el contrato ni el costo quedaron cerca de lo planeado, ya que la obra costó 50% más de lo originalmente previsto. Recordaban que tres auditorías realizadas por la Auditoría Superior de la Federación evidenciaban problemas en el desarrollo y el manejo del proyecto. Subrayaban el conflicto de interés existente, porque el encargado de la Línea Dorada era hermano de uno de los directivos de ICA, y avaló cambios que beneficiaron a la constructora. Criticaban los riesgos de impacto ambiental, nunca resueltos. Y concluían con un aporte doloroso: las fallas de la Línea 12 no son la excepción. Son la regla. De una muestra de 80 proyectos realizados entre 1999 y 2010, 71% demostró ser técnicamente inviable.

A esos entuertos habría que añadir el tema presupuestal. Un Metro altamente subsidiado pero malamente mantenido. Un Metro que según las investigaciones de Sandra Romandía ha padecido años de recortes y subejercicios. Un Metro afectado por las políticas de austeridad republicana que sólo han acentuado los males ignorados o no encarados. Y como siempre, el costo recae sobre la vida de los que viven en la periferia, de los que se sintieron orgullosos y atendidos por la Línea Dorada, pero ahora pagan su letalidad. Desamparados, consiguiendo medicamentos escasos para heridos que los requieren. Un gobierno que prometió poner a los pobres primero, pero parecería que sólo en el momento que los necesita para votar. Que busca cómo proteger políticamente a Marcelo Ebrard y a Claudia Sheinbaum, cuando las prioridades deberían ser otras: empatía, acompañamiento a las víctimas, reconocimiento del dolor legítimo que no es politiquería ni persecución por parte de la prensa, como asegura López Obrador. Sí, la oposición se monta de manera escandalosa sobre los muertos del Metro, pero el gobierno hace mal en minimizarlos.

Por eso, si la 4T quiere rescatar la narrativa de ser y actuar de manera diferente, es momento de demostrarlo. Desde hace años una constante en cada tragedia es la ausencia de responsabilidad. Hay muchos señalados, pero pocos sancionados. Hay muchas denuncias, pero pocas renuncias. En las democracias funcionales ruedan cabezas, pero en México se mantienen en el puesto. Siguen rotándose en el poder, impunes e impolutos si obtienen la protección política del presidente en turno. Ojalá que ahora no se repita el mismo patrón. Ojalá ahora sí haya rendición de cuentas. Porque México está de luto. Porque México carga con un hoyo en el corazón. Y sólo sanará si la línea letal se convierte en un punto de inflexión y no vuelve a ser una vuelta a la página.

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