Obsesionados por no parecer débiles
Sobrevaloración del "líder fuerte". Circula ya el título de Archie Brown, publicado hace cinco años en inglés con una nueva edición el año pasado y otra más, hace unos meses, en español: "El mito del líder fuerte", en versión de Círculo de Tiza.
Su lectura se antoja obligada, les decía hace un par de semanas, para gobernantes y oposiciones del México de hoy, con un presidente en rápida mutación de su bandera de un proyecto colectivo transformador en uno regresivo y autárquico.
El autor se dedica a enumerar una serie de situaciones desastrosas provocadas por líderes obsesionados por no parecer débiles, por mostrar quién manda, como se descifró en los medios mexicanos la decisión del entonces recién estrenado presidente López Obrador de cancelar las obras del aeropuerto a costos que no acabamos siquiera de cuantificar.
Y en la medida en que buena parte de la crítica del país se ha concentrado en estos días en advertir los aprestos y acciones para reconstituir en México la presidencia infalible y sin frenos, quizás valga la pena detenernos en este libro ilustrativo de sus probables efectos.
La nueva edición incluye más información sobre nuestros países, aunque sus análisis no alcanzan los episodios más recientes. Pero su metodología resulta especialmente útil para el examen del momento en nuestra región. Por ejemplo, el mito que zozobra en Venezuela de un "líder fuerte", hoy aislado dentro y fuera de su país.
O el mito del "líder fuerte" que emerge en Brasil desde la ultraderecha, en parte por la caída de otro mito: el de la supuesta superioridad moral de los líderes de izquierda y, en parte, por las ganancias que obtiene el régimen de Bolsonaro de la pérdida vertiginosa en estos días del atractivo mexicano para la inversión y el comercio.
Ello, para no hablar de esa grotesca, vociferante expresión del mito del "líder fuerte" que pierde gas en Estados Unidos ante la fortaleza de la separación de poderes.
El libro define al líder fuerte como aquel que "concentra mucho poder en sus manos, domina tanto sobre una amplia franja de políticas públicas como sobre el partido político al que pertenece, y toma las decisiones importantes".
Se trata de un rasgo altamente sobrevalorado, bajo el supuesto de la garantía de su eficacia. Por el contrario, "en general, enormes cantidades de poder acumuladas en torno a un único líder dan lugar a errores importantes, en el mejor de los casos, y a desastres y derramamiento masivo de sangre, en el peor", sostiene Brown.
Y permitir que una persona tenga "el derecho a decir la última, y decisiva, palabra en todos los asuntos importantes", no es "ni sensato, en términos de gobierno efectivo y resultados juiciosos, ni deseable desde el punto normativo en una democracia".
La conciencia de la falibilidad. La cualidad más imprescindible del líder político, y al mismo tiempo la más escasa en el "líder fuerte", es la conciencia de su propia falibilidad. Innumerables fracasos de aquellos "líderes que estaban convencidos de tener razón, y no toleraban la disensión, han sido monumentales", enuncia Brown antes de proceder a ejemplificarlos.
Y en este sentido abundan también en estos días las críticas al equipo presidencial, por su incapacidad para ayudarle al jefe a ser consciente de que no es infalible en sus decisiones unipersonales.
Cuál liderazgo. Brown dedica un capítulo a cada tipo de liderazgo activo: el liderazgo redefinidor que replantea los términos del debate, alterando los límites de lo que hasta entonces se creía posible, y produciendo cambios, como lo hicieron, en un extremo, Franklin D. Roosevelt y, en el otro, Margaret Thatcher.
Está también el liderazgo transformador, que introduce cambios sistémicos: cambios, dice Brown, en que la situación después del cambio es mejor que la situación anterior, algo que no podría sostener hoy el régimen de Maduro, y que López Obrador tampoco podría argumentar a la vista, al día de hoy, de la contrarreforma educativa y el descontrol de la CNTE.
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