Patria, guerra y economía
Hace unos días, entre copiosos aplausos republicanos, Donald Trump anunció su intención de aumentar en 9% el presupuesto militar: 51 mil millones de dólares adicionales. “Ya es momento de que Estados Unidos comience de nuevo a ganar guerras”, anunció. Añadió que no sólo es necesario aumentar el complejo militar —incluyendo el arsenal nuclear— sino que esto servirá para reactivar la economía y proporcionar empleo a los trabajadores estadounidenses, “víctimas de acuerdos comerciales claramente desventajosos”. Patria, guerra y economía, la ecuación perfecta.
El exacerbado nacionalismo del presidente Trump, cargado de ideología belicista, parece ignorar que fueron precisamente las guerras de la primera década del milenio las que dejaron al gobierno estadounidense con un déficit fiscal de 600 mil millones de dólares. Claro, está en lo correcto al decir que quienes más se benefician de la guerra son los contratistas militares, aunque parece ignorar que las guerras hoy en día no se pelean con grandes ejércitos y portaviones, sino que se juegan en el ciberespacio, en el mundo de la inteligencia y con tiros de precisión. Enfrentar la amenaza del terrorismo islámico con esquemas de guerra convencional, como se hizo en Irak y Afganistán, puso en evidencia el desfase estratégico estadounidense.
La configuración identitaria nacionalista es más un acto de fe que de razón, escribe Johanna Lozoya. En esta lógica, los aires de grandeza de Trump se convierten en himno nacional, pues como bien dice Johanna, el aspecto público del nacionalismo es una cara de la identidad privada. Es fácil aspirar y hasta pretender ser el más grande, exitoso y poderoso. Mucho más difícil es lograrlo. La distancia entre lo deseable y lo posible, en este caso, se vuelve infinita.
Dicen los psiquiatras que el narcisismo provoca en el sujeto un distanciamiento paulatino de la realidad. Bernard Brodie, el principal teórico de la guerra en la era nuclear, señala en la introducción de su libro “Strategy in the Missile Age” que para mantener el balance nuclear es condición sine qua non que los tomadores de decisiones actúen en forma racional. Racional significa armonizar lo deseable con lo posible después de medir el costo-beneficio de cada decisión.
La mayor parte de las iniciativas del ahora presidente poco o nada tienen que ver con lo racional. Reducir impuestos y desregular la economía al tiempo que emprender nuevas guerras, resulta incompatible. Expulsar a doce millones de indocumentados —lo que por cierto llevaría varias décadas—, generaría serios problemas a la economía y la sociedad estadounidense. Colocar un muro en la frontera con México sin cerrar las fronteras aéreas, marítimas, terrestres y cibernéticas, de poco servirá para sellar las fronteras de Estados Unidos. Los terroristas islámicos han entrado por los aeropuertos de EU o por Canadá, ninguno ha ingresado por México. Incrementar el arsenal nuclear en el siglo XXI carece por completo de sustento político y militar.
El narcisista no resiste nada ni a nadie que contravenga su invención del mundo. De ahí las fricciones de Donald Trump con la prensa estadounidense, a quienes llamó enemigos del pueblo, un reflejo del narcicismo político propio de regímenes autoritarios. Ya anunció que no asistirá a la tradicional cena de corresponsales de la Casa Blanca.
No cabe duda que Trump se ha convertido en una prueba mayúscula para la democracia estadounidense. Hechos inéditos como la comunicación pública de 150 altos mandos del ejército en contra de su política militarista dan muestra de la irracionalidad política del actual presidente. La era Trump no presagia nada bueno, ni para los estadounidenses, ni para el resto del mundo.
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