Una intentona de golpe de Estado
El hecho de que Joe Biden asumirá la presidencia el 20 de enero y que las prácticas e instancias democráticas, las cortes y los medios han ido cortando de tajo el nudo gordiano que Donald Trump le colocó al proceso de calificación poselectoral y a la transición no significa que el presidente y sus facilitadores no le estén haciendo un daño profundo a Estados Unidos. Trump lleva cinco años no solo troleando a quienes lo critican o le desagradan; ha troleado a la democracia así como a las sociedades plurales, tolerantes, abiertas. Pero ahora ya está troleando a la Constitución de los Estados Unidos de América.
Después de más de tres semanas, ya se empezó finalmente a hablar abiertamente de lo que en cualquier otro país y en cualquier otra latitud ya habría sido calificado por la comentocracia y los medios estadounidenses como un golpe de Estado en potencia.
En las semanas posteriores a los comicios, Trump no ha podido impugnar los resultados finales en las cortes. Sin embargo, en la Corte de la opinión pública, ha logrado un progreso sorprendente que podría amenazar la capacidad del presidente electo Biden para gobernar e incluso a la propia democracia estadounidense. Al principio, Trump estaba convencido de que podía revertir el resultado de las elecciones a través de la judicialización del proceso electoral con una serie de amparos. Esa ruta estaba cantada desde hace meses y el presidente disfruta, vive, se alimenta del caos y el pleito. A lo largo de su vida, ha sido parte de no menos de 4 mil litigios. En este caso, sin embargo, calculó mal y ha perdido más de 25 amparos detonados a partir del 3 de noviembre. Y en Georgia, el recuento —ahora sí, voto por voto, casilla por casilla— refrendó la victoria de Biden en ese estado. Si Trump tuviese un mínimo de clase, madurez, sentido de Estado, decoro o respeto por la investidura presidencial, habría aceptado su derrota desde hace días, dado vuelta a la página y ofrecido apoyo a su sucesor. Pero tal vez esté jugando a ganar tiempo, esperando a ver cómo se desarrolla un segundo frente de batalla que ha abierto y que ciertamente parece más prometedor para él. Solo hay que considerar una encuesta de Monmouth Poll publicada el miércoles que encontró que 32% de los estadounidenses cree que Biden ganó como resultado de un fraude electoral; 77% de los partidarios de Trump piensan lo mismo. Y en un sondeo Harris Poll este lunes, 47% de los encuestados afirma estar a favor de una nueva candidatura presidencial de Trump en 2024. Esto esboza quizá la hoja de ruta en la cabeza del mandatario; dejar la Casa Blanca habiéndose negado a reconocer que fue derrotado (lo que más detesta en la vida es el calificativo de "loser") y usar los recursos que está recaudando para los litigios para saldar las deudas que le caerán encima como el famoso yunque marca "ACME" de las caricaturas y lanzar su plataforma mediática.
Nunca antes en la historia de EU la oposición había socavado la legitimidad de un presidente electo de la manera en que este presidente y su partido lo han hecho. Y a diferencia de Las Vegas, lo que sucede en EU no se queda en EU; la erosión democrática ahí conlleva consecuencias para la democracia liberal en otras partes del mundo y para la recalibración que harán muchas otras naciones acerca de lo que esto implica para el equilibrio de poder internacional.
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