El Papa Francisco: un creyente en la poesía
Reflexiones del Papa Francisco sobre fe, cultura y literatura
Con la muerte del Papa Francisco, además de su sensible gestión pastoral en la Iglesia Católica, la literatura despide a uno de sus más fieles creyentes y seguidores.
Visto así, despedimos a un lector atento y apasionado, que pudo leer en la condición humana, como él mismo decía, un camino hacia la Palabra que da gloria y justifica al mundo.
Supongo que seré perdonado si exagero al decir que el Papa Francisco ha sido el único pontífice de la Iglesia en creer que Dios es, sobre todo, poeta.
Sin ir más lejos, apenas en marzo pasado se publicó su libro "Viva la poesía". En la página oficial de noticias del Vaticano se apuntó lo siguiente:
"Publicado por Ares, el libro es una colección de textos del Papa Francisco sobre la importancia de la poesía y la literatura en la formación y la educación, así como en el diálogo entre la Iglesia y la cultura contemporánea.
"En una nota autografiada al editor, el padre Antonio Spadaro, Francisco expresa el deseo de que la poesía ocupe una cátedra en las Universidades Pontificias".
Lo que tengo a la mano no es propiamente ese libro, sino algo similar: una carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación. Está fechada el 17 de julio de 2024.
Haré una breve semblanza sobre su contenido apoyándome en algunas citas que, además de reveladoras, puntualizan y dan claridad al mensaje.
FE Y CULTURA
En primer lugar, se hace referencia a la vocación de Jorge Mario Bergoglio, el profesor y maestro que, detrás de la investidura eclesiástica, fue siempre un fiel creyente en la lectura y la pasión literaria:
"A diferencia de los medios audiovisuales, donde el contenido en sí es más completo y el margen y el tiempo para 'enriquecer' la narración o interpretarla suelen ser reducidos, en la lectura de un libro el lector es mucho más activo.
"En cierta forma, él reescribe la obra, la amplía con su imaginación, crea su mundo, utiliza sus habilidades, su memoria, sus sueños, su propia historia llena de dramatismo y simbolismo, y de este modo, lo que resulta es una obra muy distinta de la que el autor pretendía escribir. Una obra literaria es, pues, un texto vivo y siempre fecundo, capaz de volver a hablar de muchas maneras y de producir una síntesis original en cada lector que la encuentra".
En el apartado de "Fe y cultura" se establece el vínculo que a lo largo de los siglos se ha creado (y se debería seguir creando) entre el cristianismo y su entorno más inmediato, destacando la importancia de la palabra para apropiarnos de la condición humana y ser sensiblemente empáticos con nuestro prójimo:
"En efecto, la literatura se inspira en la cotidianidad de la vida, en sus pasiones y en sus propias experiencias, como la acción, el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida
"¿Cómo hablar al corazón de los hombres si ignoramos, relegamos o no valoramos esas palabras con las que quisieron manifestar -y, por qué no, revelar- el drama de su propio vivir y sentir a través de novelas y poemas?".
En "Jamás un Cristo sin carne", el Papa Francisco insistía en recordarnos lo que el Concilio Vaticano Segundo ya había establecido: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado".
Pero el mismo Papa puntualiza, para que no nos perdamos en conversaciones teológicas:
"Esto no significa el misterio de una realidad abstracta, sino el misterio de ese ser humano concreto, con todas las heridas, deseos, recuerdos y esperanzas de su vida".
Una vez establecido el vínculo entre el cristianismo y la cotidianeidad humana, la carta vuelve a destacar la importancia de la lectura: "un gran bien", y cita entonces a C.S. Lewis, a Marcel Proust y a Borges para destacar que la lectura:
"Nos prepara para comprender y, por tanto, para afrontar las diferentes situaciones que pueden presentarse en la vida. En la lectura nos zambullimos en los personajes, en las preocupaciones, en los dramas, en los peligros, en los miedos de las personas que finalmente han superado los desafíos de la vida, o quizás durante la lectura damos consejos a los personajes que después nos servirán a nosotros mismos".
Cuando toca este punto, el Papa Francisco manifiesta -sin rodeos- la crisis de la fe que desde hace años aqueja a nuestras sociedades, y lo señala desde la perspectiva de un Nobel de Literatura:
"T.S. Eliot, el poeta a quien el espíritu cristiano le debe obras literarias que han marcado la contemporaneidad, ha definido justamente la crisis religiosa moderna como una crisis con una 'incapacidad emotiva' generalizada. A la luz de esta lectura de la realidad, hoy el problema de la fe no es en primera instancia el de creer más o creer menos en las proposiciones doctrinales. Está más bien relacionado con la incapacidad de muchos para emocionarse ante Dios, ante su creación, ante los otros seres humanos. Se plantea aquí, por tanto, la tarea de sanar y enriquecer nuestra sensibilidad.
"Por eso, al regresar del Viaje Apostólico en Japón, cuando me preguntaron qué ha de aprender Occidente de Oriente, respondí: 'Creo que Occidente carece de un poco de poesía'".
LA POESÍA COMO FORMACIÓN
Hasta aquí, queda claro que la apuesta del Papa Francisco por la lectura trasciende el espacio de libertad o esparcimiento: es también una toma de conciencia del mundo y, de acuerdo con uno de los apartados del libro, una "forma de ejercicio del discernimiento":
"Se comprende así que el lector no es el destinatario de un mensaje edificante, sino una persona que está inducida activamente a adentrarse en un terreno poco seguro, donde los confines entre salvación y perdición no están definidos y separados a priori.
"El ejercicio de la lectura es, entonces, como un ejercicio de discernimiento, gracias al cual el lector está implicado en primera persona como 'sujeto' de lectura y, al mismo tiempo, como 'objeto' de lo que lee. Leyendo una novela o una obra poética, en realidad el lector vive la experiencia de 'ser leído' por las palabras que lee".
Dado el contexto religioso del Santo Padre, podría esperarse que la literatura fuera recomendada como una herramienta práctica, pero no es así. Para Francisco, no basta embriagarse de literatura: el profesor que fue sabe que:
"Es necesario recuperar modos acogedores de relacionarnos con la realidad, no estratégicos ni orientados directamente a un resultado, en los que sea posible dejar aflorar el desbordamiento infinito del ser. Distancia, lentitud y libertad son rasgos de una aproximación a la realidad que encuentra en la literatura una forma de expresión no exclusiva, sino privilegiada
"Efectivamente, la literatura expresa nuestra presencia en el mundo, lo asimila y lo 'digiere', captando lo que va más allá de la superficie de la experiencia; sirve entonces para interpretar la vida, discerniendo sus significados y tensiones fundamentales".
A lo largo de esta carta y de las citas transcritas, queda claro que Francisco exalta a la literatura como medio valioso en la formación educativa de los seminarios y en el desarrollo sensible de los sacerdotes. "Ver a través de los ojos de los demás", en una novela, un cuento o un poema, es ver el mundo como lo ve nuestro prójimo, caminar junto a él y, en consecuencia, entenderlo:
"De este modo, se activa en nosotros el empático poder de la imaginación, que es un vehículo fundamental para esa capacidad de identificarse con el punto de vista, la condición y el sentimiento de los demás, sin la cual no existe la solidaridad ni se comparte, no hay compasión ni misericordia. Leyendo descubrimos que lo que sentimos no es sólo nuestro, es universal, y de este modo, ni siquiera la persona más abandonada se siente sola".
El documento termina -no podía ser de otra forma- confiriendo a la literatura un poder espiritual. Se nos recuerda que la tarea primordial que Dios confió al hombre fue la labor de "dar nombre" a los seres y a las cosas.
La labor que se ejerce entonces con las palabras tiene esa misión sagrada. Y el Papa Francisco, en su visión poética, reconoce al poeta como aquel capaz de concertar el misterio que une lo humano y lo divino:
"De esa manera, la afinidad entre el sacerdote y el poeta se manifiesta en esta misteriosa e indisoluble unión sacramental entre la Palabra divina y la palabra humana, dando vida a un ministerio que se convierte en servicio pleno de escucha y de compasión, a un carisma que se hace responsabilidad, a una visión de la verdad y del bien que se abren como belleza.
No podemos renunciar a escuchar las palabras que nos ha dejado el poeta Paul Celan: 'Quien realmente aprende a ver se acerca a lo invisible'".