Conflicto en Medio Oriente, a seis meses
Todas las guerras tienen un contexto amplio dentro del cual emergen, pero, además del contexto, hay eventos detonantes, hay una evolución, hay espirales de violencia que son desencadenadas y que cobran vidas propias y que, cuando lo hacen, generan riesgos que se pueden expandir. Esos elementos se añaden a dicho contexto preexistente y eso es lo que está sucediendo no solo en Gaza, sino en zonas más amplias de Medio Oriente. Hace seis meses, cuando nos enterábamos de los atentados terroristas en Israel perpetrados por Hamás y la Jihad Islámica, quizás podíamos sospechar, pero difícilmente podíamos predecir el grado de impactos que hoy, en medio del torbellino, apenas empezamos a valorar. Esto incluye, por supuesto, el costo humano, mayormente en la franja de Gaza, pero también otros factores como son los impactos políticos y geopolíticos que se han producido. Al margen de posturas y pasiones, elaborar los balances a medio año de guerra, supone intentar un análisis frío que incorpore la mayor cantidad de elementos posibles al respecto.
Empecemos por comprender que la definición de "victoria" en esta guerra es muy distinta para un actor como Israel, que para Hamás.
En Israel esta guerra es percibida como una guerra existencial. No por el tamaño o poder que pueda tener Hamás. Desde la perspectiva de seguridad israelí, lo ocurrido el 7 de octubre fue un tsunami de proporciones históricas. Considere usted que apenas en un lapso de dos horas, se lanzaban unos 2,500 misiles en contra de ciudades y población civil del país, su territorio era penetrado e invadido por miles de terroristas, quienes se encargaron de asesinar, masacrar y violar a comunidades enteras, controlando aldeas y asentamientos durante horas, en algunos casos durante días, además de secuestrar a cientos de civiles y militares para llevarlos a Gaza.
Desde la perspectiva israelí, esto no solo implicaba la mayor debacle de seguridad en décadas, sino un peligroso mensaje de debilidad que estaba siendo enviado a su mayor enemigo, Irán, así como a todo su eje aliado en la región. Especialmente porque Hamás y la Jihad Islámica forman parte de ese eje, son organizaciones que reciben financiamiento, armamento y entrenamiento por parte de Teherán. Pero más allá de Hamás, el temor consistía en que Israel estaba exhibiendo de manera contundente una y todas sus debilidades, y que ello ofrecía una enorme oportunidad a todos esos enemigos que se proponen su destrucción de manera declarada y abierta.
Entonces, desde un ángulo de seguridad nacional, se había producido una tormenta perfecta que a seis meses se mantiene y contiene al menos los siguientes elementos: (a) un gobierno encabezado por Netanyahu enormemente polarizante y divisivo, que ya tenía bajísimos niveles de aprobación y que ahora, tiene que liderar la guerra incluso con una aprobación menor, lo que continuamente le lleva a tomar decisiones de seguridad diseñadas para que su coalición de gobierno no se rompa, (b) la incapacidad de dicho gobierno para ofrecer las condiciones mínimas de seguridad a su población y por tanto, el elevadísimo sentimiento de vulnerabilidad producido y propagado, (c) un trauma colectivo de carácter histórico (documentado ya con estudios que muestran niveles de PTSD en altos porcentajes de la población israelí), (d) los riesgos geopolíticos que esa vulnerabilidad proyecta ante enemigos como Irán o como sus aliados, quienes a partir del 8 de octubre se suman a la guerra enviando misiles, drones y ataques contra territorio israelí desde al menos tres frentes. Esto incluye a la poderosa milicia libanesa de Hezbollah, y a los houthies que están operando contra Israel y contra la navegación comercial internacional desde Yemen.
Esa combinación de factores produce una conclusión casi consensual que penetra la narrativa militar y política en Israel: no hay alternativa sino enviar un mensaje de fuerza a quienes nos atacaron y a todos sus aliados. Se necesita restaurar la capacidad disuasiva de ese ejército que era percibido antes del 7 de octubre como el más poderoso de la región y que ahora ha sido despedazada. Eso implica atacar y "destruir" a Hamás penetrando sus instalaciones militares ubicadas dentro, encima y por debajo de zonas densamente pobladas en Gaza, incluso ante el costo humano palestino que ello conlleve. Israel argumenta que cada uno de sus actos está respaldado en la legalidad internacional, pero la realidad es que hay una gran cantidad de incidentes que están siendo ya analizados por expertos y juristas en el mundo, y también en Israel, quienes están cuestionando el proceder del ejército en numerosos casos. Pero el tema es que, al margen de lo que revelen las investigaciones y procesos jurídicos al respecto, desde la narrativa militar israelí, la prioridad es la supervivencia del país, y la seguridad nacional se encuentra por encima de cualquier otra consideración como lo son esos criterios legales o los morales.
Esto se traduce en una definición de victoria que admite poco cuestionamiento y consiste en la destrucción total de las capacidades de Hamás para gobernar o para volver a atacar a Israel. Es importante recalcar que esa meta se alimenta cada vez que el liderazgo de Hamás u otros actores aliados desde Irán hasta Hezbollah declaran que "esos atentados fueron apenas el principio, que los repetirán una y otra vez hasta la destrucción de Israel", o que "el 7 de octubre fue apenas la fase 1 del plan", o que "la meta de destruir a Israel está más cerca", pues "Israel ha mostrado que es vulnerable y vencible".
Además, bajo el contexto que describo. la meta de acabar con Hamás no solo es una meta de Netanyahu y su gobierno, a pesar de su bajísima aprobación. De acuerdo con encuestas de opinión, la gran mayoría de la población israelí comparte la visión de que Hamás debe ser eliminada. Y en un entorno así, vale la pena escuchar la voz de alguien como Yuval Noah Harari, una de las personas más críticas con el gobierno de Netanyahu desde hace años. Harari dice que el nivel de trauma que la sociedad israelí vivió ha sido de tal magnitud, que les es imposible hoy apreciar el dolor ajeno.
El resultado en términos humanitarios está a la vista. Hasta el momento de este escrito se contabilizan más de 33 mil muertes en Gaza. Según las propias autoridades israelíes (u otras fuentes como la inteligencia en EU), se calcula que, de ese total, quizás entre 10 y 12 mil eran miembros de Hamás, la Jihad Islámica y otras agrupaciones. El resto, civiles, con una gran cantidad de niños, mujeres y ancianos como víctimas fatales, además de miles de heridos, y una catástrofe humanitaria difícil de describir.
Ello nos lleva a las metas de Hamás, y su estrategia para conseguir esas metas. Ya desde la década pasada explicamos que Hamás no libra una guerra material contra Israel, o no principalmente. Sus miles de misiles enviados, sus atentados terroristas contra civiles o ataques contra militares, son solo instrumentos para luchar en un campo en donde esta agrupación es mucho más eficaz: el mundo inmaterial, la esfera psicológica, simbólica y política.
Empleando tácticas que le conocemos desde hace décadas, Hamás se inserta eficazmente dentro de la narrativa de la resistencia palestina, su lucha se legitima dentro y fuera de su zona de operación. Más aún, la popularidad de Hamás baja cuando se ve forzada a gobernar o administrar Gaza, y sube, cuando se enfrenta a Israel pues ese país es percibido como la potencia fuerte, ocupante, represora e intolerante ante cualquier negociación. Hamás en cambio, es vista como parte de ese pueblo oprimido que necesita resistir, incluso usando los medios que sean. Encuestas recientes muestran que un 71% de la población palestina considera que los métodos empleados por Hamás el 7 de octubre fueron adecuados, y una mayoría de encuestados considera que Hamás no cometió atrocidades o que los videos que se han compartido son un invento israelí (Palestinian Center for Policy and Survey Research, 2024). Fuera de Palestina, Hamás crece en apoyo dentro de todo el mundo árabe, e incluso dentro del mundo occidental.
Así, mediante tácticas aprendidas de organizaciones aliadas como Hezbollah, Hamás posiciona su arsenal y su infraestructura militar en el interior de zonas densamente pobladas. Adicionalmente, construye una red de túneles que ha sorprendido al mundo entero por su dimensión: más de 800 km de extensión, en ciertos casos hasta ocho plantas de profundidad, todo ello cruzando ciudades enteras, por debajo de hospitales, mezquitas, escuelas, o infraestructura civil.
Por tanto, cuando Hamás ataca a Israel el 7 de octubre, prevé y asume la represalia que llegaría por parte del ejército de ese país, y se resguarda dentro de la amplia red que crea para librar una guerra de guerrillas con combate urbano y subterráneo. Construye, en otras palabras, lo que para ellos es una trampa ideal, en la que Israel ha caído una y otra vez a lo largo de 15 años, pero ahora de manera mucho más honda. Porque mientras más se le ataca, más se producen víctimas civiles, lo que va paulatinamente alimentando la narrativa de Israel como perpetrador: Israel se transforma velozmente de víctima de terrorismo en victimario del pueblo palestino.
Las entrevistas con el liderazgo de Hamás que publica el NYT en octubre y noviembre del 23 son elocuentes: de acuerdo con ese liderazgo, ellos querían producir un "estado de guerra permanente", para "despertar al mundo" y reposicionar el tema palestino en la agenda global. En esas mismas declaraciones, indican que "las víctimas civiles palestinas son lamentables mártires" que morían por un propósito mayor pues su objetivo era dañar a Israel irreparablemente. Lo dice también el líder de Hamás en Gaza, Sinwar, en su comunicación con el liderazgo político de Hamás en Qatar: "No se preocupen, tenemos a los israelíes exactamente en donde los queremos" pues mientras más aumente la cantidad de civiles muertos, indica Sinwar, se agrega presión a Israel para parar la guerra (WSJ, 2024).
Un claro ejemplo de lo anterior es, evidentemente, la relación entre Washington y el gobierno de Netanyahu. A medida que pasan las semanas, y bajo las condiciones humanitarias existentes, Biden, en plena campaña electoral, está hoy más presionado que nunca, para contener las acciones israelíes, y limitar la crisis que se ha generado en Gaza. Esto último es bien conocido por Sinwar y lo está usando a su favor en las negociaciones.
La victoria, entonces para Hamás, no consiste en "derrotar al ejército israelí". Hamás se define como un movimiento de resistencia y, por tanto, todo lo que necesita para ganar es resistir. Por ello, un cese al fuego que permita su supervivencia, consigue para esa agrupación una victoria redonda: además de aterrorizar y producir un trauma colectivo en la sociedad israelí, resulta victoriosa en términos políticos, reposiciona el tema palestino contribuyendo a un activismo global, diplomático y social a favor del nacimiento del estado palestino, sin mencionar que probablemente conseguirá un importante intercambio de prisioneros palestinos por rehenes israelíes, algo muy valorado en la sociedad palestina. Todo esto a la vez que genera un daño político y diplomático mundial en contra de Israel que a ese país le costará años reparar, si acaso lo llega a lograr.
Ese es el punto en el que nos encontramos, a seis meses. El problema es que mientras que Israel siga declarando como meta la "victoria total" contra Hamás, y mientras Hamás siga teniendo como meta su supervivencia y la vulneración política de Israel, no es simple encontrar acuerdos para cesar las hostilidades. Aún así, hay cinco procesos de negociación en curso, lo que abre, finalmente, una ventana de oportunidad. Esperemos por el bien de todas las poblaciones, que al menos algunos de esos procesos sigan avanzando.
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