Decir no
Cuando se crece experimentando el final de mes en números rojos, los recibos del colegio pagados en tiempo de descuento, las peleas por una cuenta del supermercado demasiado larga o la obsesión compulsiva de que no haya una sola luz de más encendida, no importa que de adultos la vida gire un poco mejor; la lección ya ha sido debidamente aprendida: trabajar hasta reventar, que mañana nunca se sabe.
Es el mal del obrero, que, lejos de padecer falta de liquidez para recibir una herencia, sufre para reunir ese 30% de la hipoteca a la que, con suerte, deberá hacer frente. Mirar pisos de 600.000 euros para comprar los otros, los únicos restos que se pueden pagar, si es que se puede pagar algo. La presión de sumar horas, encargos y proyectos extra, con la frustración de comprobar que todas esas migajas juntas apenas dan de sí. Descubrir que tus sudados pagos trimestrales a Hacienda hacen sonreír a esos profesionales que saben lo que es ganar dinero de verdad.
Por eso es tan sanador decir no. Aunque tomar la decisión haya costado noches de insomnio. ¿Qué tipo de insensato rechaza un poco de trabajo de más? Nadie en sus cabales da la espalda a un reconocimiento extra o a unos euros a cambio de rascar dos horas por la noche, una cuando aún no ha salido el sol, o un ratito de aquí y de allá durante el fin de semana... "Es de tener la barriga llena", critican algunos, mientras de fondo resuena el fértil refranero español: "La ley del pobre, antes reventar que sobre".
En ese contexto, no es de extrañar que decir no se haya convertido en una de las experiencias más liberadoras. Primero, requiere ensayar un poco frente al espejo. Colocar bien la lengua en el paladar, rozando los dientes, y repetirlo más de una vez: nnno. Al principio se hace extraño, pero poco a poco se le va cogiendo el tranquillo, hasta acabar tarareando, como el mismísimo Alejandro Sanz: "Te lo agradezco, pero no". Y así, sin darse cuenta, se pasa de ser el que señalaba a los demás con el dedo ("yo a los 13 años ya trabajaba", que decían los mayores) a transformarse en los otros, los flojos, en un giro de guion de inesperado.
"¿Vamos al trabajo a sobrevivir o a formar parte de un proyecto? Detrás del sobreesfuerzo hay mentes agotadas"
Las redes resumen muy bien esa transición generacional del sí a todo, al muchas gracias, pero no. Vídeos paródicos que muestran a los boomers felices en la oficina hasta las ocho de la tarde, frente a la generación X, que sigue ahí, pero ya no tan contenta; los mileniales, que desean salir a las cinco pero no pueden, y la generación Z, cuyos miembros ni de broma responden un correo electrónico más allá de la tres de la tarde. Una usuaria de TikTok, que "ayuda a personas quemadas en el trabajo", resume así el choque: los más jóvenes (los Z) han decidido priorizar "el plano personal, el bienestar y la flexibilidad" al ver cómo la generación anterior (los mileniales) ha tenido que lidiar con unas "expectativas imposibles de gestionar", intentando seguir el ejemplo de los boomers, que hicieron del trabajo "una parte de su identidad y una fuente de estabilidad y seguridad".
La reina Letizia también ha triunfado estos días en X por un discurso sobre el trabajo y la salud mental. "¿Vamos al trabajo a sobrevivir o a formar parte de un proyecto?", dijo en la apertura de un acto institucional organizado por la Confederación Salud Mental España, en colaboración con la Fundación ONCE. Habló de sobreesfuerzo, de ansiedad, de depresión... El vídeo, colgado entre otros por el periodista de este diario Martín Bianchi, suma ya más de 200.000 visualizaciones. Y a la pregunta inicial, Bianchi contesta así: "Yo le respondo a la Reina: vamos a sobrevivir".