El dilema de la política exterior
La semana pasada escribí en estas mismas páginas que México debería posicionarse abiertamente en favor de Estados Unidos y el Occidente democrático en el conflicto con China. Mencioné incluso que ojalá les preguntaran sobre el tema a Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez en el foro de política exterior. No fue necesario. Xóchitl fue explícita en su posicionamiento a favor del sistema internacional liberal encabezado por Estados Unidos y Paredes, en la viejísima tradición priista, se manifestó por la ambigüedad. Cuando hubo que hablar de América del Norte, Paredes quiso hacerse eco de los lugares comunes del pasado. "Los canadienses son amigos de México", insinuando que los estadounidenses no lo son.
Se le olvidó que originalmente Canadá no quería el ingreso de México al TLCAN, por considerar a nuestro país un competidor peligroso para sus bienes primarios en el mercado estadounidense. "No veo un mundo bipolar, sino uno multipolar" expresó, siempre políticamente correcta, Beatriz. Repitió el discurso latinoamericanista de siempre y la aspiración imposible de hacerle contrapeso a Estados Unidos con mayor proximidad a la Unión Europea.
Lástima que no es verdad. Muchos BRICS, muchos grupos internacionales cuyo nombre inicia con G, pero a la hora de la verdad, solo dos países, Estados Unidos y China toman las decisiones más importantes y definirán si viviremos en paz en el siglo XXI. México siempre ha querido acercarse con Europa y a Europa no podría importarle menos nuestro país. No tenemos nada qué venderles, o mejor dicho nada que no puedan comprar en otra parte.
Así de simple. Y todas esas nuevas asociaciones internacionales, en el momento de las decisiones cruciales, o favorecen a Estados Unidos o a China. No hay más. Ahora, afirmar que todos los países deben trabajar para evitar una confrontación abierta entre Estados Unidos y China, eso sí estamos de acuerdo. Nos va en ello la supervivencia de la especie humana como demuestra la obra maestra de Kevin Rudd The Avoidable War: The Dangers of a Catastrophic Conflict between the US and Xi Jinping´s China.
Esta semana leí con atención e interés los textos de los embajadores José Luis Bernal, Miguel Ruíz Cabañas y Martha Bárcena en la prensa. Todos ellos especialistas respetables y de trayectoria intachable en el servicio exterior mexicano. Todos ellos en contra de que México se posicione abiertamente a favor de Estados Unidos.
Aunque no tengo el gusto de conocer a ninguna de estas personalidades, admiro su trabajo y sus respectivas carreras. Pero no estoy de acuerdo con ellos. Dicen que a México no le conviene posicionarse explícitamente de parte de Estados Unidos. ¿Porqué no? Su argumento principal es que China y sus aliados cada vez pesan más en la economía mundial. Nadie ha dicho que no debamos comerciar con ellos.
Lo que digo es que, en caso de un choque de valores, México en los foros multilaterales deberá defender la democracia liberal y los derechos humanos. Oponerse a ello tiene raíces en la tradición de la no intervención, un pretexto del sistema autoritario priista para exigir que el resto del mundo no señale las violaciones de derechos humanos en México.
No hay duda que el orden mundial propuesto por China es uno al que le tienen sin cuidado la sobrevivencia de las libertades políticas más elementales, pues su propio sistema político doméstico es una dictadura totalitaria. Están prohibidos los partidos políticos de oposición, se persigue y encarcela a los disidentes, no hay libertad de prensa. Ahí está lo que hicieron en Hong Kong o el trato a las minorías uigures.
¿México debe entonces cerrar los ojos ante esto? La teoría internacional más elemental dice que una potencia revolucionaria, en este caso China, buscará subvertir todo el orden mundial para convertirlo a su propio modelo doméstico. De otra manera, su sistema político local no podrá sobrevivir rodeado de países con un modelo diferente. Lo que está en juego en el siglo XXI no es simplemente la supremacía económica mundial. Son dos propuestas políticas profundamente diferentes, dos estilos de vida contrapuestos. Uno que cree en la libertad humana y otro que no. ¿De verdad a México le conviene apostar por una falsa neutralidad?