“El hijo que no he tenido”
No sé si se le pueda llamar canción. Era más bien una especie de poesía musicalizada. Aldo Monges, compositor argentino, era el autor e intérprete de esta bella pieza de los setentas.
Se escuchan unas nostálgicas notas de piano para empezar, y después el personaje de la historia le habla a solas a quien, se entiende, había sido el amor de su vida.
Le dice que ese día la había visto sin que ella se diera cuenta, y en la calle, entre el gentío, la había seguido por un buen rato, con su mirada puesta en el niño que de la mano llevaba. Al verla, retrocedió en el tiempo, a los días en que eran felices y compartían sueños juntos. Y dice él, “escuché nuevamente y sin querer esas palabras simples de pareja enamorada: Cuando me diga ‘papá’. Ay amor, cuando me diga ‘papá’. ¡Qué dicha grande la mía! Con cuánto agradecimiento voy a abrazarte, querida, cuántas veces me tendrás dando gracias de rodillas, dándole gracias a Dios, al cielo por tanta dicha, porque es mi niño el que habla, porque es mi niño el que ríe, porque es mi hijo el que llora, sí, porque iba a ser mi hijo y tú, y tú serías mi esposa”.
Describe él qué hermosos serían los días juntos, jugando, correteando, rompiendo cosas “mientras mamá nos retaba”. El tiempo ha pasado, sin embargo, y es otro niño el que de la mano la mujer llevaba. Y describe el personaje la tristeza que lo embarga “porque no tengo ni hogar, ni esposa, ni el niño mío, y en el calor del mundo, mi ser se muere de frío”. Él solloza al recordar aquellas noches que se han ido, esas noches en que con ternura le cantaba a su niño, ese niño que en su pecho solamente había nacido.
Termina lanzando en su cuarto de soltero una desgarradora súplica a su Dios: “¡Quiero morirme esta noche! Déjame Señor morir, es todo lo que te pido, para acunar en mi sueño…para acunar en mi sueño…al hijo que no he tenido”.
La canción (o poesía) me hacía llorar cada vez que la escuchaba. El autor supo captar y transmitir perfectamente, con su voz, la tristeza y angustia de quien ha perdido la ilusión.
El segundo acto
Para muchas personas, la ilusión de tener un hijo es una de las más grandes y bellas, y pido perdón porque sé que tal vez estoy tocando algunas fibras sensibles para algunos.
Escuché hace poco a un amigo, un hombre justo y recto a quien se le ha negado esta bendición, hacerse la siguiente pregunta: “¿Por qué mi esposa y yo no podemos tener hijos, mientras que hay otras personas que, teniéndolos, los abandonan o los maltratan?”. Y tras algunas reflexiones más dentro del mensaje que compartía, él mismo, con sabiduría, llegaba a la siguiente conclusión: “Imaginen que asistiéramos a una obra de teatro de tres actos, pero llegáramos cuando ya había terminado el primer acto. Obviamente, al estar viendo el segundo acto, iba a haber muchas cosas que no íbamos a comprender, y tendríamos tal vez que hacer conjeturas para tratar de dar respuesta a las muchas dudas que seguramente nos surgirían. Tenemos que ver las cosas con una perspectiva eterna. Esta vida es el segundo acto de la obra, y seguramente hay muchas cosas que aquí no comprendemos, pero que seguramente tienen un propósito; propósito que se nos explicó en el primer acto, antes de llegar aquí, aunque ahora no lo recordemos”.
Solo tal vez
Tal vez estas palabras puedan llevar un poco de alivio para esas personas que por mucho tiempo han deseado acunar en su pecho a un hijo que no han podido tener, por más que lo han buscado. Tal vez les dé fortaleza el depositar su fe y confianza plena en alguien que sabemos que tiene el control y conoce perfectamente el propósito de las experiencias que en esta vida nos han tocado. Me siento inadecuado al hablar de algo que no he vivido, pero pienso que tal vez, solo tal vez, uno de esos propósitos es que esas enormes reservas de amor que no han podido dar a un hijo, las puedan usar para embellecer la vida de quienes los rodean.
Y para aquellos que sí hemos tenido esa bendición, como decía Aldo Monges en su poesía, demos gracias de rodillas, y luego levantémonos y pongámonos a la altura de lo que se espera de nosotros como padres, para poder así dar un buen informe cuando seamos llamados al tercer acto de esta maravillosa obra.