Columnas - Francisco Quintana

El petróleo ya no es lo que era

  • Por: FRANCISCO QUINTANA
  • 11 JULIO 2025
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El petróleo ya no es lo que era

La inversión en activos, ligados al crudo, puede servir como activo refugio ante las tensiones geopolíticas

No todo es malo en el planeta Trump. La abundancia de titulares catastrofistas nos impide ver el impacto positivo que algunas de sus políticas están teniendo en Europa. La más importante de ellas es la bofetada en la cara a una Europa adormilada que llevaba décadas sin pararse a reflexionar sobre su futuro. Los planes de inversión en defensa, de reindustrialización en sectores claves como semiconductores, de desarrollo de nuevas infraestructuras tecnológicas o de digitalización del tejido corporativo suponen un cambio de paso muy notable para una región a la que se acusa, con razón, de no moverse hasta que la cosa se pone fea. Y ahí Europa puede sorprender.

El otro regalo que Trump ha hecho a Europa ha sido deprimir los precios de la energía. Desde que se empezó a intuir que llegaba Trump el petróleo ha bajado un 20%. No es un tema menor. Europa ha impulsado las energías renovables y sigue importando casi el 60% de la energía que consume (más del 90% del petróleo y el gas) pero no ha sido capaz de encontrar alternativas al gas ruso a un precio razonable y sigue siendo vulnerable a que un cuello de botella en los mercados energéticos mundiales dispare de nuevo la inflación y obligue al banco central a subir los tipos de nuevo. Encontrarse con una reducción de precios sin que eso le cueste una recesión es un verdadero regalo.

¿Es Trump responsable de esta caída? En gran medida. Primero porque su política comercial reducirá el crecimiento mundial y una economía más lenta necesita menos energía. Por eso, el día que anunció sus aranceles, el barril de Brent cayó 10 dólares en cuestión de horas. Segundo, porque está estimulando la producción en Estados Unidos con su política de "drill, baby, drill", un "perfora como si no hubiera un mañana", reduciendo burocracia, regulación ambiental y subsidios a la energía renovable. Tercero, porque está apretando las tuercas a Arabia Saudí para que siga aumentando su producción, y ésta, que estaba viendo cómo perdía cuota de mercado—ha caído desde un 13% en 2022 a un 10% en 2024—con las restricciones que se había autoimpuesto en los últimos años, ha hecho de la capa un sayo y se ha lanzado a bombear, aprovechando de camino para darle un buen tirón de orejas a algunos socios de cartel que no estaban respetando los acuerdos de producción. Y cuarto, porque el batacazo que se ha pegado el dólar como resultado de la desbandada de inversores provocada por sus planes de gasto nos ha dejado, sin comerlo ni beberlo, un euro en anabolizantes, que se ha reforzado un 15% en el último año.

Así que, a la macro, en este periodo en el que la prioridad era asegurarnos que el fuego de la inflación se apagaba, le ha venido como un cocido.

¿Qué pasa con el petróleo como producto de inversión a largo plazo? ¿Es una manera de beneficiarse del crecimiento económico? En el pasado, en periodos de normalidad, ha tenido una correlación positiva con las Bolsas. Una economía que crece con fuerza necesita petróleo para producir los bienes y servicios que más tarde se convertirían en beneficios empresariales. ¿Conviene hacerle un hueco en las carteras a largo plazo?

La respuesta rápida es "no". El mercado está en desequilibrio: dentro de cinco años se espera que la producción mundial sea de 115 millones de barriles y la demanda de 105. Esos 10 millones impiden que una subida inesperada de la demanda se traduzca en precios más altos. No parece una apuesta ganadora. De hecho, los analistas ahora hablan del punto de inflexión en el que la demanda empezará a bajar, que la Agencia Internacional de la Energía estima que llegará en 2029. Esto es una novedad, porque hemos pasado el último medio siglo hablando del momento en el que se nos terminaría el petróleo.

Sin embargo, un activo puede jugar más de un papel en una cartera. Por ejemplo, todo inversor necesita activos refugio. El oro ha jugado ese papel cuando la inflación se dispara, no es casualidad que haya subido más de un 90% desde que empezaron a subir los precios en 2022. La deuda norteamericana, o la alemana, protegen en entornos recesionarios, cuando sabemos que la inflación no se va a comer el rendimiento de ese bono y que el banco central estará obligado a bajar los tipos centrales haciendo más atractivos aquellos bonos que ya tengamos en cartera. Ese producto ha reinado en las carteras conservadoras en la década que siguió a la crisis, pero no funciona ni con inflación ni cuando no te fías del gobierno emisor, como está ocurriendo ahora.

Y luego tenemos el petróleo, que no sirve para nada en recesiones, pero funciona cuando se trata de tensiones geopolíticas. ¿Por qué? Primero porque, aunque su peso haya caído 10 puntos porcentuales en la última década, los fósiles siguen suponiendo un 70% del consumo energético mundial. Y segundo porque la oferta es enormemente rígida en el corto plazo. Se tardan semanas o meses en apagar y reactivar pozos. Por eso, aunque las Bolsas no reaccionaron al ataque de Israel a Irán, el petróleo sí que lo hizo, subiendo un 25% en un par de semanas. Para un inversor de andar por casa, incluir petróleo en su cartera era complicado hace unos años. Ya no lo es. Se puede hacer comprando petróleo de manera directa o acciones de empresas relacionadas con la exploración y la extracción. Ambas son accesibles a un coste razonable—pongamos un 1% como máximo—desde cualquier bróker decente. 

Invertir en empresas petroleras tiene la desventaja de que la cobertura es menos directa: puede que suba el petróleo, pero no la empresa por un tema de gestión o de regulación, pero es un proxy válido. Hay países en los que el "seguro" viene de fábrica: Canadá, Arabia Saudí, Brasil o México y, en menor media, Estados Unidos, tienen un peso relevante del sector energético.

En resumen, el petróleo hoy no ayuda a captar el crecimiento, como lo hizo en el pasado, pero sí constituye una póliza de seguro ante turbulencias geopolíticas, y de ésas no van a faltar en los próximos años.


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