Columnas - Alberto López Ortega

El último internacional en Harvard

  • Por: ALBERTO LÓPEZ ORTEGA
  • 11 JUNIO 2025
  • COMPARTIR
El último internacional en Harvard

El autor, investigador visitante español en la universidad, explica que, en el Harvard de la segunda presidencia de Trump, cada gesto de defensa de la internacionalidad se ha convertido en un acto de resistencia

Hace apenas dos semanas, mientras miles de estudiantes celebraban el commencement en Harvard bajo un sol primaveral, Alan Garber, presidente de la universidad, recibió una ovación cerrada al pronunciar unas palabras aparentemente inocuas: "Bienvenidos, graduados... de aquí cerca, de todo el país y del mundo entero". La pausa antes de "del mundo entero" fue deliberada. El énfasis, inequívoco. "Del mundo entero, tal como debe ser", concluyó entre aplausos atronadores. En cualquier otra ceremonia de graduación, estas palabras habrían pasado desapercibidas. Pero en el Harvard de la segunda presidencia de Trump, cada gesto de defensa de la internacionalidad se ha convertido en un acto de resistencia. Y yo, investigador visitante español en el corazón de Cambridge, Massachusetts, podría formar parte de la última generación de académicos internacionales si el expresidente logra ganar su pulso judicial contra la universidad más antigua de Estados Unidos

Llevo meses estudiando en Harvard cómo las democracias liberales mueren no por ataques frontales, sino por la instrumentalización perversa de causas nobles. Mi investigación en el Centro de Estudios Europeos Minda de Gunzburg se centra precisamente en cómo los movimientos antidemocráticos secuestran banderas liberales —feminismo, derechos LGBTQ+, ecologismo— para socavar las instituciones democráticas desde dentro. Nunca imaginé que mi propio estatus como investigador internacional se convertiría en un caso de estudio en tiempo real. 

Trump y su administración han perfeccionado este arte de la instrumentalización. Bajo el pretexto de combatir el antisemitismo en los campus universitarios —una causa genuina y necesaria—, han lanzado un ataque sin precedentes contra Harvard. La ecuación es diabólicamente simple: acusar a la universidad de tolerar el antisemitismo, exigir cambios draconianos en su gobernanza académica, y cuando Harvard se niega a ceder su autonomía, castigarla cortando 3.000 millones de dólares en fondos federales y revocando su capacidad para matricular estudiantes internacionales. Es el mismo patrón que he documentado en mi investigación sobre el "homonacionalismo": utilizar la defensa de los derechos LGBTQ+ para justificar políticas xenófobas contra musulmanes "homófobos". O invocar el feminismo para prohibir el velo. Causas nobles convertidas en caballos de Troya del autoritarismo. 

Lo que está en juego trasciende mi visa J-1 o los 6.800 estudiantes internacionales que representamos el 27% del alumnado de Harvard. Estados Unidos está cometiendo un espectacular acto de autosabotaje académico. Mientras China escala posiciones en el Nature Index con nueve de las diez mejores instituciones de investigación científica, Trump declara la guerra a la única universidad estadounidense que aún corona esa lista: Harvard. 

Los números son demoledores. Los estudiantes internacionales aportan en EE.UU. más de 40.000 millones de dólares anuales a la economía estadounidense y sostienen 380.000 empleos. En las diez mayores empresas tecnológicas del país, la mitad están dirigidas por inmigrantes. El mismo Elon Musk no habría construido Tesla en Estados Unidos si las políticas anti-estudiantes extranjeros de Trump hubieran existido cuando llegó desde Sudáfrica. Sergei Brin no habría desarrollado Google. Jensen Huang no habría creado Nvidia. 


Continúa leyendo otros autores