¿Ganar la campaña o ganar la elección?
Las elecciones se pelean con la misma intensidad que cualquier batalla campal. La frase "En la guerra y en el amor todo se vale" encuentra un eco particular. Al aproximarse una elección, no sólo se trata de convencer, sino también de movilizar, y en esta dinámica es muy común jugar al filo de la navaja entre los límites de lo ético y lo legal.
En el aire, las campañas despliegan un arsenal de herramientas, canales y mensajes diseñados para moldear la percepción pública. Esta competencia de percepciones no sólo busca generar una imagen positiva del candidato, sino también establecer un contraste claro con los oponentes. La clave está en la creación de una narrativa convincente que no solo influya en la decisión del votante, sino que también refuerce la credibilidad de los resultados electorales. Sin embargo, esta lucha no está exenta de tácticas oscuras, como la difusión de noticias falsas y campañas de desprestigio que buscan minar la integridad de los adversarios.
En el terreno, la teoría se convierte en acción. Más allá de las promesas y los anuncios, lo que realmente cuenta es la capacidad de una campaña para movilizar votantes el día de la elección. Aquí, la estructura es lo más importante: un ejército de voluntarios y coordinadores que no solo asisten a los eventos, sino que también aseguran que los simpatizantes lleguen a las urnas. Este esfuerzo logístico es tan importante como la estrategia de comunicación, porque al final del día, las elecciones se ganan con votos, no con aplausos.
Sin embargo, la competencia a veces lleva a tácticas que juegan al límite de lo ético. Desde la neutralización de la movilización del adversario, hasta la intimidación o el incentivo indebido de votantes, las estrategias en tierra también pueden incluir maniobras que desafían los principios democráticos.
En las elecciones no es suficiente parecer el mejor candidato; es necesario serlo en términos de votos efectivos. Pero, ¿justifica el fin los medios? En la búsqueda del poder, algunas campañas pueden perder de vista que el verdadero objetivo de la democracia es servir al pueblo, no solo llegar al poder a cualquier costo.
Lo que cuenta en política, como en la vida, no es meramente lo que conquistamos, sino cómo conquistamos. Robert F. Kennedy dijo una vez: "Cada vez que un hombre se pone de pie por un ideal, o actúa para mejorar la suerte de otros, o lucha contra la injusticia, envía una pequeña onda de esperanza".
En la política, estas ondas de esperanza se forjan no sólo con victorias, sino con la valentía de adherirse a la ética y la verdad, incluso cuando la tentación de sacrificarlas por el poder se hace más fuerte. Que cada campaña sea un reflejo de nuestro compromiso no sólo con el triunfo, sino con la justicia y la decencia en el proceso electoral. Sólo así las victorias se convierten en verdaderos triunfos para la democracia, dejando un legado de integridad que trasciende generaciones.
Consultor en Comunicación Política
(Compol) Experiencia en Campañas
Políticas en México y Extranjero
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