La crisis del metro
Confieso que me cuesta entender la decisión de movilizar a más de 6 mil elementos de la Guardia Nacional para vigilar las instalaciones del metro de la Ciudad de México, como se anunció el jueves pasado.
Aun si existe una sospecha de sabotaje –cosa que amerita investigarse–, tendría que haber elementos más sólidos para disponer de esa fuerza. El hecho –ciertamente grave– de que no se haya respetado la cadena de custodia de la caja negra no parece justificación suficiente.
Espero que esta no sea una forma de alentar teorías conspiratorias, una manera de responsabilizar a un tercero intangible. Ojalá que la medida no se disocie de la necesidad de entender qué está pasando realmente en el metro y hacerse cargo de solucionar el problema.
Ante todo, estamos frente a un recurso político ideado en la mente de López Obrador; recurso que difícilmente veríamos si el tema no influyera en la sucesión presidencial y en la elección de 2024 en la Ciudad de México.
Basta con ver el trato oportunista que la oposición le dio al accidente desde el primer minuto y recordar cómo cuando los heridos convalecían, algunos opositores no encontraron mejor idea que irse a una estación del metro a grabar videos contra Sheinbaum.
O cómo su gran reclamo en las redes sociales era "¿dónde está Claudia?". Como si lo que las víctimas en ese momento más quisieran ver fuese el rostro de la jefa de gobierno y no el de un paramédico.
Algunos llegaron al extremo de insinuar que el accidente se dio porque la jefa de gobierno sale los fines de semana a hacer campaña, en lugar de estar en la Ciudad de México. Como si cada vez que un funcionario hiciera campaña colapsaran los servicios públicos.
Es cierto: Cualquier incidente, cualquier desperfecto, y más aún, cualquier lamentable muerte durante una gestión de gobierno, lleva inevitablemente a una responsabilidad por parte del gobernante en turno, sea quien sea.
Pero la situación del STC Metro amerita un examen más cuidadoso.
Evidentemente, no es normal que en tan poco tiempo se suceden tantos accidentes, pero afirmar que la jefa de gobierno tiene abandonado el metro o que su administración le ha quitado los recursos que necesita para funcionar adecuadamente es faltar a la verdad.
El metro enfrenta un abandono de muchos años. Ante la imposibilidad de atender todo el rezago simultáneamente, intuyo, esta administración concentró sus esfuerzos principalmente en la línea 1, la cual en más de 50 años no habían recibido el tipo de mantenimiento que necesitaban.
Entiendo que solo en esa línea se está cambiando la totalidad de las vías y sistemas de trenes a lo largo de 18 kilómetros, y se han gastado unos 4 mil millones de pesos. Tan solo esa obra hace que el presupuesto real en el metro sea mayor al del gobierno mancerista.
A ello hay que sumar la línea 12, donde se está haciendo una enorme reparación; las líneas 1,2,3, en las cuales se está cambiando el suministro eléctrico, junto a la instalación de nuevos puestos de control en seis líneas. No es poca cosa.
Sin embargo, pareciera que las inversiones que se están haciendo han llegado tarde y que, probablemente, habría que canalizar más recursos para compensar tantos años de abandono y desatención.
El rezago —que este gobierno solo ha logrado revertir parcialmente— hoy le está pasando factura a Sheinbaum. En la coyuntura de una elección artificialmente adelantada, esto se ha convertido en un arma política para atacar a la jefa de gobierno.
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