Columnas - Jorge F. Hernández

Las muertas más vivas

  • Por: JORGE F. HERNÁNDEZ
  • 21 SEPTIEMBRE 2025
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Las muertas más vivas

Escribió José Moreno Villa que en México el pasado no ha pasado. Aquí perviven todos los muertos y no pocos colectivos se saben muertos en vida y de los héroes o villanos del pretérito mejor ni hablamos. También lo supo Jorge Ibargüengoitia, no solamente al satirizar los revolucionarios relámpagos de principios del siglo XX o las atrevidas andanzas de un cura independentista a principios del siglo XIX, sino cuando decidió convertir en novela verídica la escandalosa historia de las hermanas Gómez Valenzuela, madrotas de una socorrida cadena de prostíbulos en Guanajuato y Michoacán que sacudieron el morbo y horror internacional a principios de la sexta década del siglo pasado, al parecer una terrorífica trama de prostitutas muertas y sepultadas en patios traseros de sus casitas de muñecas.

Las muertas fue el título que asignó Ibargüengoitia a su novela ejemplar, pues habiendo leído con lupa el enredado y surrealista expediente judicial del alarmante caso, lo tradujo al español de a pie, lo contextualizó magistralmente para que todo lector (de cualquier idioma) se percate de los entresijos de la corrupción mexicana y la dolorosamente enigmática dicotomía de que aquí incluso lo trágico se vuelve risible. Más allá de refinar el simple humor negro, Ibargüengoitia narró en sepia las desgracias inmensas de mujeres esclavizadas por una férrea lápida de lenocinio donde cuatro hermanas y sus fabriquitas provincianas del alterne con tacón dorado dispersaban placeres al pago sin evadir los peligrosos abismos de lo criminal.

Lo de Jorge es una obra maestra donde las frases palpables que repetimos a diario se vuelven aforismos inmortales en boca de personajes ridiculizados llanamente por ellos mismos y así la increíble y triste historia de la putita Blanca (que era negra) pasa de la euforia por gastar sus ahorros prostituidos en dientes de oro al desgarrador destino de una dentadura que se ha de arrancar con pinzas cuando la niña queda planchada como cadáver y así el tragicómico romanticismo de una madrota capaz de matar a un amante (panadero de pueblo polvoso) a quien simplemente no puede olvidar y justificar su rabia en tanto que ella "no tiene la culpa de ser tan apasionada" y así también un militar corrupto hasta las gafas que intenta imponer una disciplina militar entre las prostitutas alebrestadas.

Con el antecedente de que su padre llevó al cine la novela Maten al león de Ibargüengoitia (por lo que supongo que lo llegó a ver en persona), Luis Estrada (de cuyo apodo no puedo acordarme) ha llevado ahora a Las muertas a las pantallas de la casa Netflix. Con una maestría madurada a través de su ya consagrada filmografía, Luis Estrada ha cuajado una obra ejemplar como juego de espejos: la novela dialoga a través de los capítulos de la serie con el doble sortilegio para quien habiendo leído la novela en papel procura la relectura instantánea como acto de memoria e inesperada verificación y así también para quienes jamás habían oído hablar de Ibargüengoitia (desgracia que parece insólita, pero más de un senador lenguaraz, empresario chueco, padrecito libertino o anónimo provinciano confirman ese vacío) la serie seguramente augura nuevas ventas de una novela que deberíamos considerar indispensable.

No hay una sola escena en la serie Netflix de Las Muertas que no transpire tanto la esencia inigualable del novelista con el ánimo inconfundible de un cineasta reconocido y reconocible. Su extraordinario equipo de colaboradores de luengo tiempo, su tino con la baraja de actrices y actores magníficos, el minucioso trabajo de localizaciones, escenarios y vestuario complementan la encomiable fidelidad a la novela, y al hacerlo parece Estrada clonar la propia cocción que transpiró Ibargüengoitia en convertir en literatura pura un escandaloso esperpento que no es más que la crónica palpable del Mal con mayúscula: una atroz sucesión de crudezas y crueldades con los labios pintados, falditas hasta el huesito que de día llevan rebozos como fantasmas de Juan Rulfo y de noche taconean la venta de sus besos en desvencijadas camas de latón... y es así como lo hilarante de los primeros párrafos del libro o episodios de serie pasan de pronto al lúgubre madrazo del enredo sangriento, las telarañas de los menjurjes judiciales, el imperio de la mentira. ¿No basta con ello confirmar que Las Muertas es novela y ahora serie de un México más vivo que nunca?


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