¿Necesita Sheinbaum un ´quinazo´?

Los usos y costumbres de la clase política en México asumen que el presidente entrante está obligado a dar un manotazo político en el primer tramo de su sexenio, para mostrar quién está en control del poder. Sea para desprenderse de la sombra de su predecesor, sea para meter en línea a los actores políticos que en todo cambio de timón intentan ampliar sus espacios de injerencia.
La presunta costumbre se alimenta de una copiosa evidencia: desde el exilio de Calles impuesto por Lázaro Cárdenas a principios de los treinta, hasta el encarcelamiento de Raúl Salinas impulsado por Ernesto Zedillo en los noventa (para sacudirse al caudillo previo); y desde Carlos Salinas con la aprehensión del líder sindical La Quina, hasta Felipe Calderón con su guerra militarizada contra los carteles (ambos para mostrar su poder frente a la comunidad política y ganar credibilidad).
A lo largo de todo el año, los analistas se han hecho eco de esta leyenda o conseja respecto a Claudia Sheinbaum. Tratándose del relevo de un liderazgo tan intenso y personalizado como el que ejerció Andrés Manuel López Obrador en la construcción de su movimiento, esta lectura tendría una supuesta lógica. Mientras Claudia no se deslinde del caudillo no podrá gobernar, afirma una y otra vez con aparente sapiencia la llamada comentocracia.
Aunque también habría que advertir que hay una dosis evidente de revanchismo en la insistencia: frente a la victoria electoral y política del obradorismo, el único desquite a la vista sería la posibilidad de un deslinde por parte de Sheinbaum; algo que de inmediato sería interpretado como una especie de repudio al fundador del movimiento.
Pero eso no va a suceder. Entre otras razones porque hay lógicas políticas que han cambiado tras el tsunami que representa la llamada 4T. Algo que no termina por entenderse. Primero, porque una vez más se juzga de manera incorrecta a López Obrador y se da por descontado que su retiro es una estrategia para ejercer el poder a distancia. El sentido político común no siempre explica el comportamiento del tabasqueño y esa es parte de su singularidad dentro de la clase política mexicana. López Obrador necesitaba un relevo como el de Sheinbaum para pavimentar, limpiar y ordenar el sendero que él abrió a tirones y jalones. Es imprescindible que Sheinbaum tenga éxito para darle a la 4T una posibilidad de consolidarse. En ese sentido, López Obrador no hará nada que lleve a debilitarla, lo cual incluye no participar ni hacer sombra a su liderazgo. ¿Difícil de creer? No, si consideramos que ese populista y rijoso político que describen sus adversarios es el mismo que, en aras de la estabilidad, impulsó finanzas públicas conservadoras y cultivó la relación con Estados Unidos, rehuyendo el recurso fácil que suponía explotar el nacionalismo a ultranza. Un hombre complejo por dónde se le mire.
Segundo, porque la necesidad de uno y otro es recíproca. Si López Obrador necesita un segundo piso para coronar su 4T, Claudia Sheinbaum requiere de un primer piso firme para construir encima. Debilitar a Sheinbaum debilita a López Obrador y viceversa. ¿Por qué? Porque cualquier deslinde con respecto al obradorismo equivale a cimbrar la enorme base política que hoy apoya al gobierno; sería absurdo que Sheinbaum se ponga a disputar un liderazgo que en la práctica ella ejerce de manera categórica. Ni los rivales por la candidatura presidencial dentro de Morena, ni los familiares y excolaboradores de López Obrador pueden competir en términos de legitimidad o disputarle el bastón de mando. Las reglas no escritas que antes imperaban en la sucesión presidencial, hoy se han trastocado. En efecto, las banderas y agendas son las mismas, salvo que el estilo y las condiciones son diferentes en esta segunda temporada de la 4T. En la fórmula "continuidad con cambio", Sheinbaum enfatizará lo primero y deslizará lo segundo de manera progresiva.
La lógica se ha invertido. Justo lo que no va a hacer es un manotazo que sea percibido como un deslinde con respecto a su predecesor. Pero tampoco requiere un quinazo para imponer su autoridad frente al resto de los actores políticos (la segunda de las razones que se invocan para el golpe de autoridad). Los niveles de aprobación de los que goza, el desdibujamiento de sus posibles rivales dentro del movimiento y la debilidad de la oposición lo hacen innecesario. Sheinbaum encabeza una fuerza que domina el poder ejecutivo, el legislativo, la mayoría de los gobiernos estatales y tiene un peso significativo en el poder judicial. Un golpe mediático de macho alfa como el que se acostumbraba, y que muchos esperan, no forma parte de su estilo y no solo es innecesario, resulta desaconsejable.