Nicolás Maduro es un problema para la izquierda
Nicolás Maduro es un problema para la izquierda. Y no lo es solo por el espantajo de Venezuela que la derecha y la ultraderecha agitan para atacar sin argumentos a sus adversarios, en las dos orillas del Atlántico. Lo es, principalmente, porque la crisis política y social que ha sufrido el país en la última década refleja un modelo de convivencia inviable. Y ese es un escenario del que cualquier gobernante quiere huir. La izquierda democrática se lo hizo saber al sucesor de Hugo Chávez con una serie de mensajes, en su mayoría recogidos en las redes sociales, de distinta intensidad pero todos con un mismo fondo: Maduro tiene que enseñar las pruebas de su supuesta victoria en las urnas frente al opositor Edmundo González Urrutia.
El primer mandatario progresista latinoamericano en cuestionar los resultados de los comicios del 28 de julio fue Gabriel Boric. "El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer [...]. Desde Chile no reconoceremos ningún resultado que no sea verificable", escribió en X. La ecuación es sencilla. El proceso electoral no fue transparente, estaba plagado de trampas previas sembradas para dificultar la participación de la oposición y la misión de observación del Centro Carter concluyó que la votación no fue democrática. Con estas premisas, la condición para que Maduro tenga legitimidad es enseñar las actas y, sobre todo, permitir una verificación imparcial, ya que las copias en poder de González Urrutia arrojan un resultado opuesto.
Gustavo Petro, presidente de Colombia, está volcado junto al brasileño Luis Inácio Lula da Silva y el mexicano Andrés Manuel López Obrador en un conato de mediación para que el chavismo negocie con la oposición y Estados Unidos suspenda las sanciones. En cualquier caso, Petro reconoció que "las graves dudas que se establecen alrededor del proceso electoral venezolano pueden llevar a su pueblo a una profunda polarización violenta" e instó al Gobierno venezolano a permitir "un escrutinio transparente con conteo de votos, actas y con veeduría de todas las fuerzas políticas de su país y veeduría internacional profesional".
El mensaje del presidente colombiano recibió aplausos o, cuando menos, hizo reflexionar a más de uno. En España, el exvicepresidente segundo del Gobierno y fundador de Podemos, Pablo Iglesias, lo comparó con Salvador Allende y afirmó que sus palabras señalan "el camino justo" en Venezuela. Ese camino debería ser el de la imparcialidad, inexistente en la mayoría de las instituciones del país caribeño. Por eso, los Gobiernos de Colombia, Brasil y México insistieron en la necesidad de que las autoridades electorales "avancen de forma expedita y den a conocer públicamente los datos desglosados por mesa de votación".
Maduro complicó el conflicto al presentar un recurso ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), en la práctica un brazo judicial del Ejecutivo, para que dirima la disputa. Esta decisión pone en un aprieto a algunos líderes de izquierdas genuinamente comprometidos con la resolución de la crisis: ante un fallo poco creíble del tribunal, tendrían que plantearse si en Venezuela existe separación de poderes y reconocer abiertamente que no. Pero lo que más preocupa en estos momentos son los enfrentamientos en las calles, que han dejado entre 10 y 20 muertos, decenas de heridos y cientos de detenidos. "Se ha desatado una lamentable ola de violencia", escribió el expresidente argentino Alberto Fernández al llamar al Gobierno a "garantizar la plena vigencia de los derechos humanos".
Fernández no pudo viajar a Venezuela como observador porque le retiraron la invitación en vísperas de las elecciones. Maduro evidenció así su nerviosismo incluso antes de que empezara el partido, llegando a sugerir a Lula que se tomara una tila solo por hablar de las elecciones. Sin embargo, algo se rompió el 28 de julio. La izquierda progresista de América, de Estados Unidos a Chile, de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez a Boric, exige a la cúpula chavista que juegue en un terreno democrático. Sin transparencia, estas elecciones quedarán deslegitimadas a los ojos del mundo.