¿Qué hará esta vez la OMS?
El 11 de marzo de 2020, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, declaró pandemia la epidemia de coronavirus, plaga planetaria, problema de todos. Advirtió de que estaba haciendo sonar la alarma alta y clara, y que muchos países no estaban tomando las medidas adecuadas por un problema de recursos o capacidad o determinación, pero lo que no dijo Adhanom es que todos esos países las iban a tener que tomar con un problema adicional gordísimo pendiendo sobre sus cabezas: falta de tiempo. A él y a la OMS les había costado dios y ayuda no ya declarar pandemia a la epidemia de coronavirus, sino declararla emergencia internacional sanitaria mucho antes y mucho mejor, cuando el virus aún podía ser confinado en un país en vez de la humanidad entera, en todos los países.
El día 23 de enero de 2020, dos meses antes, el comité de emergencias de la OMS, con Tedros Adhanom al frente, no logró ponerse de acuerdo sobre si los crecientes casos de la covid-19 en China, sus muertes, el cierre de la inmensa ciudad de Wuhan, y la confirmación de la transmisión de la enfermedad de persona a persona, eran evidencias suficientes como para declarar la alerta de emergencia sanitaria internacional. No fue hasta siete vitales días después, el 30 de enero, cuando ese mismo comité se animó por fin a declarar la alerta. El 3 de febrero, había ya contabilizados formalmente 361 muertos en China por la enfermedad. El Gobierno chino comunicó 17.238 casos, es decir, 63 veces más casos de los que informó a finales de enero, cuando los registros mostraban 278. En dos semanas, los contagios habían subido como la espuma. Descubrirlo era una operación matemática simple. Sin embargo, aquel 3 de febrero el director general de la OMS declaró que no era necesario que el mundo tomara medidas que "interfieran innecesariamente con los viajes y el comercio internacional", lo que suponía que no había necesidad de limitar el movimiento internacional entre China y el resto de países. Era curioso, porque la OMS había tenido este asunto claro como el agua desde hacía años.
Lo tuvo claro su directora general en 2002, Gro Harlem Brundtland, quien ante el temible avance del SARS, un virus nuevo y desconocido como el nuestro, pidió inmediatamente suspender los viajes con China y apoyarse en las líneas aéreas como primer frente de detección de los casos. La OMS al completo había de tenerlo claro en 2005 cuando, tras los primeros casos de gripe aviar y tras la experiencia del SARS de 2002, decidió elaborar el plan de acción estratégica para la gripe pandémica, un informe que establecía las principales acciones que se deben tomar ante una situación así. Eran acciones de una claridad meridiana y una lógica aplastante: reducir la exposición humana, fortalecer el sistema de alerta anticipada, intensificar las operaciones de contención rápida, etcétera. Uno de aquellos puntos establecía, evidentemente, limitar "eficazmente los movimientos de personas hacia el interior o el exterior del área afectada". Tanto en 2002 como en 2005 y en 2020 existía una manera fácil y rápida de que hubiera un gran movimiento de personas hacia el interior o el exterior de China, "el área afectada": los aviones. Pero Adhanom, contraviniendo las guías y normativas de su propia organización, contraviniendo la experiencia histórica con epidemias y contraviniendo el sentido común más elemental, vino a decir que podíamos seguir volando. Y así lo hicimos, llenando el cielo de aviones, de vuelos que cruzaban el horizonte y rompían el atardecer, aparatos que tejían en el aire silenciosamente una palabra: pandemia.
Por qué la OMS en general y Adhanom en particular actuaron así es todavía un misterio. No se trata de preguntas ventajistas a toro pasado, ni mucho menos ataques personales. Desde luego, el perfil de Adhanom era el más frágil para abordar una crisis así, porque sobre su cabeza y desde hacía años planeaban las sospechas de haber encubierto, disimulado o maquillado varias epidemias de cólera en su país, Etiopía, donde fue ministro de Sanidad; y porque se sabía que su estrecha relación con China, el país que más dinero había invertido en Etiopía mientras él fue ministro de Exteriores, le dejaba en una rarísima posición para pedir explicaciones claras a una superpotencia que daba la avasalladora impresión de estar encubriendo, disimulando o maquillando una epidemia peligrosísima al mundo entero. Sin embargo, en un momento en que la mala gestión china, sus vacunas débiles y sus tradicionales mentiras sobre las cifras de muertos, infectados o vacunados están generando otro tsunami de cadáveres y enfermos como el que nos arrasó hace dos años, creo que es sano y necesario girar los ojos hacia la organización que nos representa a todos en cuestiones de salud, al brazo sanitario de la ONU, la voz de la ciencia sanitaria internacional, y hacerle la incómoda, dolorosa, silenciada pregunta por la que nadie ha dado todavía explicaciones, por la que nadie ha dimitido ni renunciado a su cargo ni a su sueldo, a pesar de ser un sueldo en gran medida pagado por todos nosotros: ¿se atreverán a recomendar esta vez que cortemos y controlemos los vuelos con China? Atrévanse, por favor. Los miles de seres humanos de los países cuyo dinero no va a poder salvarlos del virus puede que se salven esta vez por su valentía.
Carlos Quesada es quiropráctico y filólogo.