Columnas - Manuel Alejandro Hidalgo

Del "Día de la Liberación" a la desconfianza fiscal

  • Por: MANUEL ALEJANDRO HIDALGO
  • 27 MAYO 2025
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Del "Día de la Liberación" a la desconfianza fiscal

El 2 de abril de 2025 quedará grabado en la historia económica estadounidense como el día en que Donald Trump apostó todo a su visión proteccionista más radical. Era previsible que aquello que el presidente bautizó como el "Día de la Liberación" desencadenara una cascada de reacciones de los mercados que ha vuelto a tener, aunque en menor medida, el pasado 21 de mayo.

Debemos recordar que la estrategia arancelaria de Trump superó todas las previsiones. Imponiendo aranceles extraordinariamente altos a economías clave como China, Vietnam y la Unión Europea, el presidente implementó la política comercial más agresiva en más de un siglo. Esta ofensiva arancelaria tuvo un alcance drásticamente mayor que cualquiera implementada durante su primer mandato, afectando un volumen masivo de bienes importados, valorado en billones de dólares.

No es de extrañar que los mercados estadounidenses reaccionaran con dureza a principios de abril. El S&P 500 sufrió una caída considerable, mientras las represalias internacionales se intensificaban. China respondió con contundencia, aplicando aranceles masivos sobre productos estadounidenses, y la Unión Europea anunció sus propias contramedidas. El espectáculo de volatilidad que se desató —con caídas bursátiles abruptas y una creciente incertidumbre— comenzaba a recordar dinámicas más propias de mercados menos consolidados, de mercados de países emergente.

El punto de quiebra llegó el 9 de abril, cuando los mercados europeos se desplomaron de forma alarmante. La presión fue tan intensa que Trump, en una maniobra sin precedentes, anunció una pausa de noventa días en la mayoría de los aranceles a través de su plataforma Truth Social. La respuesta de los mercados fue inmediata: el Dow Jones experimentó un repunte espectacular en una sola jornada. No eran los mercados reaccionando a una política acertada. Fue, simplemente, retornar parcialmente al punto de partida; al que nunca se debió abandonar.

Sin embargo, el 21 de mayo el fantasma de la volatilidad regresó con una caída del NASDAQ de casi el 2% en apenas dos horas, una depreciación respecto del euro del 0,5% y un aumento de las rentabilidades de la deuda pública estadounidense generalizada. Mientras el Congreso avanzaba en la discusión de los recortes fiscales propuestos por Trump —proyectados para añadir billones a la ya abultada deuda nacional con su "One Big Beautiful Bill Act"— los mercados de bonos reaccionaron con escepticismo. El Tesoro estadounidense vio cómo los rendimientos de sus bonos a largo plazo ascendían a niveles no vistos en años, muy por encima de los exiguos tipos de la era pandémica.

Los inversores enviaban una señal inequívoca: la combinación de una guerra comercial y recortes fiscales sin financiación amenazan la sostenibilidad fiscal del país. Así pues, en menos de un mes y medio, Estados Unidos, la mayor economía del mundo, ha exhibido en varias jornadas síntomas de vulnerabilidad —presiones sobre su moneda, mercados en caída libre y un coste de endeudamiento disparado— que suelen asociarse a economías en desarrollo lidiando con crisis de confianza, no a naciones con el estatus de ´refugio seguro´.

Y es que estos episodios, aun lejanos a los experimentados por economías menos complejas y con instituciones aún más débiles, suelen estar asociados a la huida de capital. En una economía globalizada, el aumento de las dudas sobre la sostenibilidad fiscal y monetaria de un país implica que se ponen en venta activos de dicho país y los ingresos derivados de dichas ventas suelen cambiarse por otras monedas, al objeto de diversificar riesgos o retornar inversiones. En activos como las acciones, esto implica la caída de los índices bursátiles. Para la deuda, reduce el precio de esta, lo que eleva su rentabilidad. Y para la moneda, lo que se observa es una depreciación. Puede comprobarse en el gráfico que se acompaña que combinaciones de aumentos en la rentabilidad de la deuda con depreciación del tipo de cambio ha pasado no pocos días en la historia reciente del dólar, pero no en la intensidad que se ha observado en los días más agitados de la segunda administración Trump.

Los efectos sistémicos de esta autoinfligida herida son, además, evidentes y alarmantes. El PIB ya había registrado una contracción en el primer trimestre. Prestigiosas firmas de análisis elevaron notablemente las probabilidades de recesión en Estados Unidos para los siguientes doce meses, y se estima que los aranceles provocarían un sensible aumento de la inflación para los consumidores a lo largo de 2025. La situación era tan evidente que, la semana previa al último ajuste en el mercado de los bonos, la prestigiosa agencia Moody´s ya había dado un paso drástico al retirar la máxima calificación crediticia a la deuda estadounidense a largo plazo.

Paradójicamente, mientras Trump prometía que los aranceles generarían ingentes ingresos anuales para las arcas del estado, la volatilidad desatada por sus políticas erosionaba billones en valor de mercado. Para finales de abril, sus índices de aprobación en gestión económica se habían desplomado a mínimos históricos.

Este arriesgado cóctel de políticas económicas, que empujó a una economía avanzada hacia patrones de inestabilidad típicos de mercados emergentes, tiene un precedente cercano. Hace apenas unos años, la entonces primera ministra británica, Liz Truss, desencadenó una tormenta financiera con un programa similar de masivos recortes de impuestos sin una financiación creíble, ignorando las advertencias de organismos independientes. 

Los mercados reaccionaron rápidamente, y también en la dirección que suelen hacerlo cuando es una economía emergente: la libra esterlina se hundió a mínimos históricos, el coste de la deuda soberana se disparó y el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir de emergencia para evitar un colapso mayor en los fondos de pensiones. Incluso el Fondo Monetario Internacional lanzó una crítica inusualmente directa a aquellas medidas, subrayando los riesgos para la estabilidad. La propia Truss vio su mandato desmoronarse en cuestión de semanas, una cruda demostración de cómo la confianza fiscal, una vez perdida, puede tener consecuencias políticas fulminantes y cómo incluso las economías más desarrolladas no son inmunes a este tipo de crisis cuando la política se desvía de la prudencia.

La lección, por tanto, es devastadora y tristemente repetida: la irresponsabilidad fiscal tiene consecuencias. Trump descubrió que incluso la "deuda más segura del mundo" puede perder su lustre cuando los mercados perciben un gobierno fuera de control, llevando a la economía a un terreno inestable que creía reservado para otras latitudes. Su experimento demuestra que, en el siglo XXI, combinar proteccionismo extremo con una expansión fiscal descontrolada no es una receta para la grandeza, sino para el caos financiero.


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