Enseñar para la vida
En mi mensaje de la semana pasada hablaba sobre las responsabilidades de los padres. Ahora me gustaría hablar sobre las responsabilidades que tenemos aquellos que nos dedicamos a la docencia.
Mi buen amigo, el Lic. Heberardo González me hizo favor de obsequiarme un libro excelente: Cartas a un profesor de Derecho, del Lic. Miguel Carbonell. Aunque, como su nombre lo indica, el libro va específicamente dirigido a profesores de esa rama del saber, hay muchas cosas que son aplicables a cualquier profesor, independientemente de su área de enseñanza.
Menciona el Lic. Carbonell que nuestro objetivo principal como maestros debe ser formar mejores personas, señalando lo siguiente: “Tenemos que ir más allá de nuestro deber inmediato y hacer todo lo posible para formarlos también como mejores personas; si nos limitamos a enseñarles solamente los fundamentos técnicos de la profesión, desperdiciaremos la enorme oportunidad que implica tener a los alumnos cerca, en esa etapa de la juventud que es tan decisiva para el resto de la existencia de todo ser humano”.
Coincido totalmente con este punto de vista. Si el horizonte de nuestra visión como maestros se limita a lograr que ellos acrediten el examen final, nos estaremos quedando muy cortos de miras. Simbólicamente hablando, sería como armarlos con una resortera y lanzarlos a un enfrentamiento en donde la batalla se libra con las armas y las municiones más sofisticadas.
Menciona el Lic. Carbonell algunas de las cosas que podemos ofrecerles a los jóvenes para “armarlos” mejor: Enseñarles a comunicarse correctamente, enseñarles a pensar, formar su carácter, prepararlos para ser buenos ciudadanos, enseñarles el valor de la diversidad y prepararlos para vivir en un mundo global.
En una de mis conferencias empiezo mostrando a los jóvenes la imagen de un auto deportivo y les digo: “Supongan que fulanito (señalo alguno de los muchachos presentes) es un as para manejar este vehículo. Lo levanta de 0 a 100 en unos cuantos segundos, lo derrapa, raya llanta, lo frena en unos cuantos metros, etc. Yo les pregunto, el hecho de que fulanito sea tan bueno para manejar este auto, ¿le garantizaría que automáticamente podría manejar igual de bien este otro vehículo?”, mostrándoles entonces un tráiler con 3 o 4 semi remolques. Obviamente los muchachos dicen que no, y les pregunto las razones, que ellos enumeran. Termino haciéndoles la analogía de que el auto pequeño sería la escuela, y el tráiler sería el trabajo y la vida, diciéndoles: “El hecho de que te haya ido muy bien en la escuela, no significa que automáticamente te va a ir igual de bien en el trabajo y en la vida; son dos animales muy diferentes. Si fuiste de los de puro 10, felicidades, fuiste muy bueno para manejar el carrito, pero allá afuera lo que hay que manejar es un tráiler”. Esa es la importancia de enseñar para la vida, y no solo para pasar un examen.
Cosas como las que sugiere enseñar el Lic. Carbonell coinciden mucho con lo que los empleadores manifestaron, en una encuesta realizada, que deseaban que los jóvenes que contrataban llevaran en su haber: Capacidad de aprender en el puesto, saber escuchar y comunicarse oralmente y por escrito, adaptabilidad y respuestas creativas ante los obstáculos y reveses, dominio personal, confianza en sí mismo, motivación para trabajar en pos de un objetivo, efectividad grupal e interpersonal, espíritu de colaboración y de equipo, habilidad para negociar desacuerdos, efectividad en la organización, deseo de contribuir y potencial para el liderazgo. Esa es la importancia de enseñar para la vida y no solo para pasar un examen.
Opinión similar a la que le dieron unos empresarios alemanes y japoneses al Dr. Rafael Rangel, rector del Tec de Monterrey, cuando les preguntó qué recomendaciones le podrían dar para educar y enviar a su empresa mejores profesionistas: “Enseñen a los alumnos a pensar y a aprender por sí mismos; además, enséñenles liderazgo y a trabajar colaborativamente. Todo lo demás, se los podemos enseñar en la empresa”. Enseñar para la vida, no para pasar un examen.
Así que, mis queridos colegas, esa es la tarea que tenemos por delante, y evocando las expresiones de mi mensaje de la semana pasada, no le tomemos a la taza ni hagamos como que la virgen nos habla, porque eso sí nos toca a nosotros. Ruego que el amor a nuestro oficio sea lo suficientemente fuerte como para motivarnos a hacer lo necesario para enseñar para la vida. Eso también impactará positivamente en nuestra sociedad, tan necesitada de buenos profesionales y mejores personas.
jesus_tarrega@yahoo.com.mx
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