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"La ola de calor también enferma: salud, cambio climático y el cuerpo humano"

  • Por: DRA. YIRLA PAOLA GARCÍA LÓPEZ
  • 22 JUNIO 2025
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"La ola de calor también enferma: salud, cambio climático y el cuerpo humano"

Durante el mes de junio, en diversas regiones de México, especialmente en el norte del país, se han registrado temperaturas históricamente altas. Reynosa no ha sido la excepción: las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas, no son sólo una incomodidad, representan un riesgo real y creciente para la salud pública. En esta columna abordo el impacto de las altas temperaturas sobre el cuerpo humano, la necesidad de tomar conciencia ante el cambio climático y cómo, desde la Medicina, podemos aportar a la prevención y al cuidado

comunitario.

Cuando hablamos de calor extremo, muchas veces pensamos en cansancio o sudoración excesiva, pero los efectos pueden ser mucho más graves. El golpe de calor, por ejemplo, es una urgencia médica que puede llevar a la muerte si no se atiende a tiempo. Se presenta cuando el cuerpo pierde la capacidad de autorregular su temperatura debido a la exposición prolongada al calor y a la deshidratación. Los síntomas incluyen piel caliente y seca, confusión, dolor de cabeza intenso, náuseas y, en casos severos, la pérdida del conocimiento.

De acuerdo con la Secretaría de Salud federal, en 2023 se registraron más de 2,300 casos asociados a enfermedades por calor en el país, y al menos 150 muertes relacionadas directamente con estas condiciones, siendo la zona norte la región más afectada. Lo más preocupante es que estas cifras tienden al alza cada verano.

Los grupos más vulnerables incluyen a niñas y niños menores de cinco años, personas mayores, pacientes con enfermedades crónicas, como diabetes, hipertensión o insuficiencia renal, así como aquellas en situación de calle o que trabajan al aire libre; también debemos considerar a quienes no cuentan con sistemas de refrigeración adecuados o acceso continuo al agua potable.

Desde la Medicina, entendemos que el cuerpo humano tiene mecanismos naturales de adaptación a la temperatura: sudoración, vasodilatación periférica, aumento en la frecuencia respiratoria, pero estos mecanismos tienen un límite: cuando el ambiente supera los 40°C y la humedad relativa también es alta, el cuerpo comienza a fallar en su termorregulación, esto puede derivar en deshidratación severa, hipotensión, insuficiencia renal aguda y alteraciones neurológicas.

A nivel comunitario, también se observan impactos indirectos: el calor extremo puede agravar enfermedades respiratorias por el aumento de contaminantes en el aire, especialmente en zonas urbanas con poco arbolado o escasas áreas verdes. El cambio climático no sólo se siente en la temperatura, sino también en el aumento de enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, como el dengue, cuyos brotes se intensifican en temporadas cálidas y húmedas.

Otro aspecto poco discutido, pero igual de relevante, es el efecto del calor sobre la salud mental. Las temperaturas elevadas están asociadas a un incremento en los niveles de irritabilidad, ansiedad, fatiga, insomnio y, en algunos estudios, incluso, se vinculan con aumentos en episodios de violencia. Esto es especialmente importante en contextos urbanos donde se combinan factores de estrés, ruido, falta de espacios seguros y condiciones precarias de vivienda.

Por eso, como profesionales de la salud, no podemos hablar de salud integral sin considerar el entorno ambiental. Debemos educar, prevenir y generar conciencia sobre los cuidados que debemos tener en épocas de calor:

· Mantenerse hidratado, incluso sin tener sed.

· Evitar exposición solar directa entre las 11:00 a.m. y las 4:00 p.m.

· Usar ropa ligera, de colores claros y sombrero o gorra.

· Buscar espacios ventilados y evitar actividades físicas intensas al aire libre durante las horas más calurosas.

· Prestar atención a niños y adultos mayores, quienes pueden no manifestar síntomas hasta que el daño ya esté avanzado.

A nivel de políticas públicas urge integrar estrategias de salud climática en los planes de prevención y respuesta de los sistemas de salud; también se requiere planificar ciudades con mayor infraestructura verde, promover sistemas de alerta temprana y garantizar el acceso equitativo a servicios de salud en tiempos de emergencia ambiental.

Reflexión final: El calor no sólo se siente, también se padece. Ignorar su impacto en la salud es cerrar los ojos a una realidad que está aquí y que cada año cobra más fuerza. Como sociedad debemos transitar hacia una visión de salud más amplia, que reconozca el papel del ambiente en nuestra calidad de vida. Cuidarnos del calor no es una acción individual, sino una responsabilidad compartida para protegernos. 

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