La parcelita
En agosto de 1974, mi familia se mudó a la casa que actualmente ocupo en la colonia Aztlán. Ya he mencionado que, en ese entonces, ir a esa colonia era casi como ir de expedición a las Tierras Vírgenes. Quedaba, de donde terminaba la civilización, un buen tramo más allá.
Tan pronto como llegamos, mi mamá, a la que le encantaba el mitote, alborotó a todas las señoras del andador donde estaba nuestra casa para conseguir arbolitos y sembrarlos al fondo de la privada, en donde había un pedazo de terreno baldío que cerraba la calle. Así que un sábado, convertidos en improvisados campesinos, todas las familias vecinas nos dimos a la tarea de sembrar arbolitos y zacate en el mencionado terreno. Me acordé de aquella canción que dice “Mi madre y yo la plantamos y después nos la fumamos…”. Algo así dice, creo.
Con el paso de los años, “su sombra creció” (eso sí lo dice la canción) y en nuestra adolescencia y juventud, el verde andador con arbolitos fue punto de reunión para “la palomilla” de la colonia, que nos reuníamos ahí a cantar, filosofar, divagar y vagar, no necesariamente en ese orden de importancia. Aclaro: nunca nos fumamos el zacate, ni nada que ahí creciera.
Terminando la preparatoria, yo me fui a hacer mi vida y regresé cargado de hijos 25 años después. A diferencia del árbol de Alberto Cortez que, cuando después de los años regresó, parecía sonreírle como queriendo decirle “Mira, estoy lleno de nidos”, los arbolitos de mi andador parecían querer decirme “Mira, estamos llenos de basura”. Del zacate no quedaba ni sombra, y el terreno estaba completamente gris y abandonado. Sólo los árboles seguían de pie, “Esos árboles que plantamos hace cuarenta y tantos años siendo yo apenas un niño”. Sobrevivían también algunas plantas de sábila que alguien debió plantar años atrás.
Con los afanes de sacar adelante a cuatro hijos, la verdad es que nunca le presté atención ni pensé en dedicar tiempo a mejorar ese pedazo de terreno en el que tantas vivencias había tenido, así que, cuando pasaba por ahí, me limitaba a seguir parafraseando la canción y pensar “bajo su sombra, que tanto creció, tenemos recuerdos mis arbolitos y yo”. Pero de ahí no pasaba.
Así que me llevé una muy grata sorpresa cuando, al pasar por ahí hace días, encontré que alguien había creado un minijardín dentro del terreno. Seguramente al no poder hacerlo en toda el área, limpió una pequeña parte y sembró zacate, que rodeó con un caminito de piedras. Colocó algunos matorrales decorativos y un adorno con una esfera de cristal al centro, lo que le da un aspecto llamativo.
A un lado de esta bella parcelita puso una silla, un sillón – ya viejitos pero todavía resistentes – y un asiento colgante, seguramente para irse ahí por las tardes a descansar, o incluso para que lo use quien desee hacerlo. Parecía un pedacito de cielo en medio de un paraje desolado.
Esto me hizo reflexionar; ya saben que a todo trato de encontrarle una enseñanza. A veces podemos pensar que nos gustaría cambiar el mundo, sin embargo, ante lo abrumadora que esa tarea resulta, terminamos no haciendo nada. ¿Pero qué tal si cada uno comenzara por tratar de mejorar una pequeña parcelita, su entorno más inmediato?
¿Podrías embellecer tu hogar sembrando sonrisas, un ambiente apacible y limpiando la basura que generan los temperamentos alterados y las discusiones acaloradas?
¿Podrías mejorar tu lugar de trabajo promoviendo la buena voluntad, el sentimiento de equipo y barriendo las envidias y los chismes?
En la última conferencia que les doy a mis alumnos termino con esta frase: “Tu único propósito en este mundo es hacer que se parezca más al cielo”. Recién vi un video de unos niños en una escuela. Llega la hora de los alimentos y todos sacan sus loncheras. Uno de los niños, discretamente, abre su lonchera y ve que está vacía. Con su carita triste, pide permiso para salir. Va a tomar agua del bebedero, deambula un rato por los pasillos y regresa al salón. Toma su lonchera para guardarla, pero la siente pesada; la abre y descubre sorprendido que está llena de alimentos. Voltea a ver a sus compañeros, pero nadie dice nada, cada quién está concentrado en sus respectivos lonches, eso sí, todos con una sonrisa de complicidad en los labios.
Ese es el tipo de actos que hacen que este lugar se parezca un poquito más al cielo. Y tú puedes generarlos si tan sólo te enfocas en embellecer tu parcelita.
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